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Inmersión de fe en el Jordán

Un telepredicador atrae a fieles de todo el mundo a las aguas del bautismo de Jesús

"Preparaos, porque dentro de unos minutos vais a morir. Jesús os va a crucificar y devolveros a la vida. A él le costó tres días resucitar, vosotros lo haréis en solo tres segundos. ¿Estáis preparados?", pregunta el predicador Benni Hinn a más de un millar de fervientes cristianos que esperan para ser bautizados en el río Jordán. La música de fondo, un gospel trufado de armonías psicotrópicas new age, irrumpe como una llamarada. Todos a una, los fieles alzan las manos al cielo y con emoción desbordada replican: "¡Aleluya!".
La escena transcurre a orillas del Jordán, donde Juan Bautista bautizó a Jesús, según la Biblia. El sol luce generoso. Sauces y pinos se contorsionan sobre las aguas mansas del río, hoy casi estáticas, como congeladas en la imagen de un viejo daguerrotipo. La excitación se palpa entre los cientos de peregrinos evangélicos, llegados de 35 países y vestidos con túnicas blancas, que aguardan pacientemente su turno en una cola interminable.

Ayuno y rezos
"He ayunado y he rezado intensamente para vivir este encuentro cara a cara con el Señor que cambiará mi vida", cuenta Larry Murphrey, un tejano cuarentón. Larry se define como un cristiano devoto que trata de vivir cumpliendo los preceptos bíblicos al pie de la letra. Es un cristiano militante. Cada mes entrega un porcentaje de su sueldo a nueve ministerios dedicados a evangelizar a la población de distintos países. Además financia programas para promover la vuelta de los judíos a la Tierra Prometida, condición indispensable, según la creencia de muchos fundamentalistas evangélicos, para que Jesús, el Mesías, retorne a la tierra.
La hora del bautismo se acerca. El sermón de Benni Hinn crece en octanaje. "Repetid conmigo –invoca con los brazos abiertos y cubierto de agua hasta las rodillas–: El pecado no tiene poder sobre mí, el pecado ha dejado de ser mi maestro. Jesús, el hijo de Dios, es ahora mi único maestro". Hay algo cómico en el carismático y teatral Benni Hinn. No solo el aspecto de buzo que le confiere el neopreno que lleva debajo de la túnica. Más jocoso es el deje árabe de su acento y la paradoja de ver a un palestino bautizando a cristianos sionistas en el Jordán.

En avión privado
Hinn nació en Yafa (hoy Israel), en el seno de una familia árabe greco-ortodoxa, para reconvertirse más tarde en telepredicador de éxito, con varios programas en la televisión. En lugar de decantarse por el voto de pobreza, levantó un imperio financiero. Vive en una mansión de más de 2.000 m2, colecciona coches de lujo y viaja siempre en cinco estrellas. El año pasado envió una carta a sus acólitos pidiéndoles en nombre de Dios una donación de 1.000 dólares (unos 700 euros) para pagarse un avión privado de 25 millones de euros. La única forma, declaró, de poder cumplir con su apretado calendario.
Parte de los fondos los obtiene durante sus "cruzadas milagrosas", misas multitudinarias en las que sana, según sus adeptos, a los enfermos. Un guía turístico israelí asistió la víspera a una de ellas en Tiberias y ahora relata la experiencia con escepticismo: "Un hombre le cuenta entre sollozos que lleva 10 años sin poder mover el brazo. Hinn le dice 'Mírame a los ojos', lo toca y un instante después el tipo levanta el brazo. ¡Aleluya!".
El bautismo ha comenzado. Flanqueado por sus guardaespaldas, Hinn sumerge, una a una, las cabezas de los peregrinos. "En el nombre de Jesús", repite. De vez en cuando se permite licencias humorísticas que remata con sonoras carcajadas: "¿Cuántos indonesios hay? Parece como si toda Indonesia se estuviera bautizando". Algunos de los "recién nacidos en Cristo" salen del agua en completo éxtasis. Una mujer se desmaya; otra llora; un hombre ríe de júbilo, y otro se contorsiona.
"Siento que Dios me toca", afirma Rodney Gunn, un sexagenario de Wisconsin, poco después de salir de las aguas frías del Jordán. Ha cumplido su sueño: "Una noche soñé algo muy profundo. Al despertar supe que debía venir a renacer en Tierra Santa".
Una mujer negra con el cabello mojado le dice a su amiga: "Siento que llevo a Jesús dentro" y, acto seguido, chupa un helado de chocolate. En el rostro de todos hay júbilo. Casi tanta felicidad como la que destila la risa de Benny Hinn, que llega ahora lejana, filtrada por los altavoces, casi obscena.

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