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Imanes de bajo riesgo

Un hombre rodea su estómago con explosivos, se ciñe el cinturón que los sujeta, abotona varias prendas superpuestas y anchas, y sale a la calle feliz, en busca del martirio, del paraíso. Ese hombre tiene en la cabeza los mismos versos que Yahya Lahbis y Ayed Biltaji. Los tres recitan el Corán.

 El primero busca una matanza. Los otros dos, imanes en las dos únicas mezquitas asturianas, predican la generosidad en sus sermones y son un apoyo, en todos los sentidos, para los miembros de la comunidad musulmana que reside en la región.
Pero el primer hombre condiciona la vida del resto. En el día a día, y durante los últimos meses, las miradas recelosas hacia los musulmanes se han multiplicado. Además, el temor al integrismo ha llegado al Gobierno, y desde el Ministerio del Interior se estudia vigilar los sermones de los imanes. La Iglesia católica ya se ha pronunciado en contra de la medida, y muchos la tachan de inconstitucional. Sin embargo, los imanes asturianos no se oponen de plano.
«El problema es que aún no sé de qué manera se va a vigilar», explica Yahya Lahbis, marroquí de 29 años, licenciado en Derecho Público y diplomado en Informática. Es el imán de la mezquita de Ciaño. El local está en un bajo que desde hace varias semanas luce en su fachada una esvástica nazi pintada con aerosol y poco pulso. Dentro, a la izquierda, están los estantes destinados a acoger el calzado de los fieles que acuden a la oración. Una lámina de multitudes en la Meca, varias inscripciones en árabe, grandes tapices y el suelo cubierto de alfombras hacen ambiente.
«Si el control es discreto, podría ser. No tenemos nada que ocultar. Pero meter a un policía, o cámaras, no estaría bien». En cualquier caso, Lahbis advierte de que no es algo fácil de articular. En primer lugar, debería enviarse a alguien que hablase árabe. En segundo lugar, la falta de organización de los musulmanes en España dificulta el control. «Sería más fácil en Francia o Bélgica, donde están más organizados. Pero aquí, con centros pequeños y dispersos, es difícil».
Ayed Biltaji, imán en la mezquita de Oviedo, coincide en el planteamiento. «No nos importa que la Policía sepa lo que hacemos, pero hay que ver de qué manera se va a controlar». Porque este jordano de 42 años que estudió Filología inglesa en Amán asegura que respeta «el trabajo que tenga que hacer el Gobierno español en defensa del Estado».
Besos en la mejilla
¿Qué es lo que van a ver en las mezquitas los policías, o las cámaras, o cualquiera que sea el mecanismo elegido? Por ejemplo, lo que ocurrió este viernes, un viernes más, en Ciaño. Se trata del día de oración, y a las dos y cuarto de la tarde comienzan a entrar en el local los primeros creyentes. Todos sonríen, se dan apretones de manos y un rosario de besos en la mejilla.
«A partir de las dos y media hacemos una especie de coloquio, hablamos sobre el Islam y compartimos opiniones», explica Lahbis. A las tres suena la llamada a la oración. Y es entonces cuando el imán pronuncia su sermón, de pie, ante el resto de participantes, que lo escuchan sentados sobre alfombras chillonas. Tras el sermón, viene la oración. «Nos ponemos de rodillas, en dirección a la Meca, y pronunciamos versos del Corán. Lo hacemos los viernes y, durante el Ramadán, todos los días al atardecer».
Las autoridades de Madrid creen que este tipo de reuniones pueden ser utilizadas por ciertos imanes para sembrar tesis integristas. Convencer a algunos para ceñirse un cinturón cargado de terror o manejar mochilas con el mismo contenido. «Todo eso no sólo no tiene nada que ver con el Islam, sino que va, de forma radical, en contra de lo que predica nuestra religión», aseguran hasta la saciedad ambos imanes.
¿Qué hay entonces de la guerra santa, del billete al paraíso que se consigue cuando uno se lleva por delante a los infieles? Lahbis reitera que «matar es una gran culpa en el Islam. La única cosa que puede dar una razón para ello es la legítima defensa». Como en el caso de Palestina. «A un chico le quitan su tierra, abusan de su hermana, matan a su padre. Y lo hace gente poderosa, gente armada. ¿Qué va a hacer?». Puede que Bin Laden haga un interpretación más global, la legítima defensa del Islam frente a Occidente. «Me hace mucha gracia cuando se habla de interpretación del Corán para explicar el terrorismo. Jamás se puede usar el libro sagrado para justificar esa barbarie. Eso no tiene que ver con religión, sino con dinero y política».
Pero hay quien lo hace. Sin embargo, el contenido de las reuniones en las mezquitas asturianas está muy lejos de todo lo anterior. «Doy consejos a la gente para vivir aquí, intento resolver los problemas que no tenían en su país de origen», explica Biltaji. «Y en los sermones se habla de generosidad, de puntualidad, de cumplir con las oraciones, aparte de los dogmas».
La nueva medida que estudia el Gobierno central es sólo una pequeña parte de la demonización a la que los musulmanes se ven sometidos. Ambos imanes quitan importancia a «algunos casos aislados» de desprecios o insultos. «La mayoría de la gente nos entiende y no nos mezcla con el 11-M».
Sin embargo, al llegar a Ciaño, puede darse el caso de que uno pregunte por la mezquita y un vecino de mediana edad replique «¿ah, lo de los moros! La gente de aquí no queremos saber nada de eso». O que un marroquí entre en un bar a vender baratijas y un chaval joven le espete «¿Para qué quieres el dinero? ¿Para tu guerra santa? ¿Vete a tu país!». Y entonces el vendedor dé media vuelta a la vez que responde: «Ya estoy en mi país».

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