Con candidatos a presidente, alcaldes o bancadas parlamentarias, los evangélicos están logrando una inédita influencia en el continente. Hasta el izquierdista López Obrador no dudó en incluir un partido evangélico en la alianza con la que busca ganar las elecciones mexicanas
A mediados de 2014, en San Pablo, la iglesia Universal del Reino de Dios inauguró un colosal complejo presentado como el Templo de Jerusalén redivivo. «Es un regalo de Dios tener también en Brasil el Templo de Salomón», dijeron en la escenificación del poder evangélico a la que asistió una gran cantidad de líderes políticos, incluida la presidenta Dilma Rousseff. Se trató sin duda de una de las expresiones de la emergencia evangélica en América Latina, un fenómeno que, durante años, se fue procesando de manera silenciosa, mereció escasa atención de parte de los analistas políticos y quedó limitado a los antropólogos de la religión. Solo las denuncias mediáticas y judiciales contra magnates como el obispo Edir Macedo ponían el tema en el centro de las noticias.
A menudo, en la Argentina, la cuestión evangélica es objeto de burla hacia los pastores con acento brasileño que aparecen tarde en las noches en la pantalla televisiva, de información difusa sobre presos que se convierten en las cárceles o un recuerdo de figuras populares como las del pastor Giménez y la pastora Irma. Pero hoy la prensa está llena de noticias sobre partidos y candidatos evangélicos latinoamericanos que obtienen buenos resultados en las elecciones, compiten por la presidencia, ganan gobernaciones y alcaldías, constituyen bancadas parlamentarias y declaran la guerra a la llamada «ideología de género».
El mundo evangélico -muy heterogéneo en términos de tipos de iglesias, adscripciones teológicas y posicionamientos políticos- está lejos de limitarse a grandes congregaciones como la Universal, y se extiende como un gran entramado de pequeños templos barriales. La «teología de la prosperidad» y los milagros cotidianos resultan atractivos para miles de personas. Esta teología -apunta el antropólogo Pablo Semán- establece una relación directa entre la comunión con Dios y el bienestar material, y tiene como terreno fértil la mayor individualización e identificación por la vía del consumo de los sectores populares. Pero, al mismo tiempo, estas iglesias reconstruyen «comunidades imaginadas» y nuevas hermandades que pueden traducirse en solidaridades efectivas cuando se las necesita.
Para el obispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, entre las principales misiones del papa Francisco está frenar el crecimiento evangélico en América Latina. Según un informe del Pew Research Center, los porcentajes varían entre alrededor de un 15% de protestantes en la Argentina hasta el 40% en América Central, pasando por más del 25% de Brasil, y la mayoría de estos protestantes son evangélicos. La novedad de estos tiempos es el pasaje -con éxito desigual- de los templos a la política, sobre todo en posiciones conservadoras y de derecha.
Rezos y votos
Sin embargo, ni el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, en carrera a la presidencia de México, es ajeno a este fenómeno. Para que su tercera postulación sea la vencida el próximo 1 de julio, López Obrador no dudó en aliarse al evangélico Partido Encuentro Social (PES), generando polémica entre sus seguidores de izquierda. Incluso habló de a redactar una «constitución moral» que complemente la constitución política. «Usted para nosotros es Caleb a punto de conquistar el Monte Hebrón», lo aduló un dirigente del PES en clave bíblica.
Una de las sorpresas más recientes se dio en Costa Rica. Tras un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a favor del matrimonio igualitario, el periodista y cantante de música cristiana Fabricio Alvarado logró pasar a la cabeza en la primera vuelta como candidato del partido evangélico Restauración Nacional. Y aunque fue derrotado en el ballotage, mostró capacidad para aglutinar un fuerte voto conservador (obtuvo el 40% de los sufragios) contra la «ideología de género».
De hecho, el auge del evangelismo político aparece en América Latina como la contracara de los avances de los movimientos feministas y de las minorías sexuales. En el caso de Venezuela, Hugo Chávez estableció estrechos vínculos con los evangélicos, ayudado por sus invocaciones a Cristo en sus discursos. Nicolás Maduro, antes de su reelección del domingo pasado, apareció en un acto rodeado de pastores que le dieron sus bendiciones. No obstante, una parte del voto evangélico fue para el pastor Javier Bertucci, quien anunció «días de gloria para Venezuela» y según el escrutinio oficial, desconocido por gran parte de la oposición, obtuvo casi un millón de votos (el 10%).
Un caso más curioso es el de Colombia, donde los evangélicos contribuyeron visiblemente a la victoria del No a los acuerdos de paz en el referéndum de 2016. «Jesucristo es el único que puede traer la paz que tanto anhelamos», decía el mensaje del jugador de fútbol Daniel Torres, que rechazaba los acuerdos firmados entre el presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). La mención a los derechos LGBT en las negociaciones de paz puso en alerta y movilización a las iglesias y los pastores, que ya tienen gimnasia en la presión contra la denostada «ideología de género».
Pese a que hay evangélicos en todos los partidos -incluyendo los de izquierda, como el Movimiento al Socialismo en Bolivia o el Partido de los Trabajadores de Brasil- los candidatos y partidos propiamente evangélicos forman parte de una avanzada conservadora contra los nuevos vientos que soplan en una región que debate el matrimonio gay, el aborto o nuevas leyes de identidad de género.
«Si bien hubo evangélicos en todas las opciones políticas, en los últimos años vienen estando en consonancia con las derechas. En parte debido a que la derecha dialoga mejor con la ?cultura evangélica’. Y en parte por las reticencias de las izquierdas hacia ellos, más allá de los acercamientos de Lula o Chávez», explica Semán a la nacion. De hecho, el PT brasileño siempre fue muy cercano a la «teología de la liberación» católica, hoy debilitada en toda la región.
La periodista franco-marroquí Lamia Oualalou, residente en Río de Janeiro y colaboradora del sitio brasileño Opera Mundi, recuerda que la Iglesia Universal posee dos editoriales, una agencia de turismo y una compañía de seguros, y distribuye gratuitamente en la calle la Folha Universal, un semanario con un tiraje de 1.800.000 ejemplares -contra unos 300.000 del prestigioso Folha de São Paulo-. Posee también la cadena RecordTV, el segundo canal de televisión del país, y alquila espacios en decenas de otros canales. Marcelo Crivella, pastor de esa iglesia, es el actual alcalde de Río de Janeiro.
Capacidad organizativa
«En Brasil, el corazón del poder evangélico reside en el Congreso -dice Oualalou- y tomó la forma de un frente evangélico que reúne a todos los parlamentarios ?hermanos de fe’, más allá de su pertenencia partidaria (el único partido evangélico es el Republicano). Todos los miércoles por la mañana se reúnen en una sala plenaria del Congreso para rezar juntos, entonando cantos y plegarias». Esta bancada es muy pragmática, tal como lo muestra el eficiente intercambio de favores con otros bloques, como la poderosa bancada ruralista: «por ejemplo, yo te voto los agrotóxicos y vos me votás las concesiones de las radios religiosas». Los evangélicos se organizan para estar presentes en muchas comisiones claves (como las de familia, derechos humanos o telecomunicaciones). «Pero no se puede hablar de un voto unido, no hay una lógica, un programa evangélico. Es más una capacidad de organizarse y hacer mucho ruido», concluye Oualalou, autora del reciente libro Jésus t’aime. La déferlante évangélique (Jesús te ama. La ola evangélica). Ahora, el candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro, que supera el 15% en las encuestas y es conocido por sus comentarios racistas, misóginos y homófobos, busca en los evangélicos potenciales electores participando en diversos eventos religiosos.
Por el momento, pese a su crecimiento social, en la Argentina la ola evangélica no ha desbordado hacia la política con partidos o candidatos visibles. A veces una unidad básica puede volverse un pequeño templo, la teología de la prosperidad se mezcla con la búsqueda de beneficios sociales del Estado, pero todo eso opera -dice Semán- como si la identificación religiosa no tuviese mayor impacto sobre los comportamientos políticos.
La «cuestión evangélica» tiene también consecuencias geopolíticas. A propósito del traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, un reciente artículo de The New York Times ponía de relieve la cada vez más estrecha alianza entre el líder israelí Benjamin Netanyahu y los evangélicos norteamericanos. Y esas redes se replican en América Latina. El presidente guatemalteco Jimmy Morales -él mismo adherente al pentecostalismo- participó a fines de abril en un «acto evangélico por Israel» organizado en los jardines del Ministerio Jesucristo Iluminado para las Naciones. En su discurso, el mandatario enfatizó la importancia de fortalecer los lazos de amistad entre Guatemala, Estados Unidos e Israel y ya anunció la mudanza de su embajada a Jerusalén, lo que fue considerado una actitud «apegada a la Biblia». De hecho, en las prédicas pentecostales el Israel bíblico se suele superponer y confundir con el Estado de Israel contemporáneo. La Iglesia Universal, por ejemplo, suele distribuir «aceite de Israel» con propiedades milagrosas.
Quedan por verse los efectos sobre las democracias de quienes piensan la política en términos de «guerra espiritual». El corresponsal del diario El País en Costa Rica reprodujo las palabras del pastor Ronny Chaves Jr. en plena campaña: «Estamos en guerra, estamos a la ofensiva. Ya no a la defensiva. La iglesia por mucho tiempo ha estado metida en una cueva esperando ver qué hace el enemigo, pero hoy está a la ofensiva, entendiendo que es tiempo de conquistar el territorio, tiempo de tomar posición en los lugares del Gobierno, de la educación y de la economía».