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Idomeneo

Lo más preocupante de la retirada de la ópera Idomeneo, de Mozart, que se iba a representar en la Deutsche Oper de Berlín por temor a las hipotéticas reacciones violentas de los islamistas radicales ante una escena determinada en la que Idomeneo decapita a Poseidón y, en este concreto montaje, corta también la cabeza a Jesús, Buda y Mahoma, es la constatación de cómo el miedo se está infiltrando en los países occidentales y, paso a paso, carcome sin resistencia los cimientos sobre los que se asientan nuestras libertades.

No todos los creadores ni estamentos, desde luego, son tan pusilánimes como la directora del coliseo, Kirstin Harms, ni tan precavidos como los responsables de la Oficina de Investigación Criminal que recomendaron la anulación del montaje. Sin embargo, la suspensión es otro síntoma de cómo el temor inconcreto a la reacción de los fanáticos islamistas se está convirtiendo en una suerte de espectro sin rostro que sugiere a cada rato la restricción de las libertades en nombre del respeto debido a otro ser no menos intangible y espectral.

La suspensión no es un hecho aislado, sino que forma parte de un proceso de intimidación psicológica, derivado de las acciones armadas cometidas en Nueva York, Madrid o Londres, que está fructificando con éxito en el sentimiento de muchos occidentales. Miedo al fundamentalismo, a sus atentados reales, pero también a los figurados, a los crímenes imaginarios producto de ese temor y de la claudicación ante un enemigo resbaladizo o desconocido. Seres reales pero también seres producto de la razón acobardada. No es causalidad que Estados Unidos, el país más poderoso, encabece desde hace años una guerra contra un hombre, Ben Laden, que tiene la consistencia de un presentimiento más que de un enemigo. Un tipo que debe estar pero no está, que vive pero quizá ha podido morir de tifus y que sin embargo, pese a esta condición sutilmente cadavérica, sigue acaudillando un ejército de no menos brumosos (y efectivos) criminales suicidas.

De esa naturaleza fantasmagórica y auténtica, al mismo tiempo, es el miedo que ha impulsado la suspensión de la ópera de Mozart, una función que se representó sin mayores problemas entre diciembre de 2003 y mayo de 2004 pero que ahora, en estas concreta circunstancias, no es aconsejable. ¿Qué ha pasado desde entonces? Una serie de episodios y controversias nos ha hecho más cautos, es decir, más timoratos frente a la amenaza islamista. Y el proceso continúa.

¿Hasta dónde? No lo sé pero la sumisión, la limitación voluntaria de las libertades, como se ha apresurado a decir la propia canciller alemana Angela Merkel, equivale a una dejación gravísima de nuestros derechos frente a las exigencias de las teocracias y las guerrillas fanáticas. Un temor que fácilmente conduce a la xenofobia, al encastillamiento de las naciones abiertas, a la clausura de las fronteras, al aborrecimiento de lo desconocido, a la xenofobia, a la desconfianza hacia el otro y, por último, a la renuncia a ejercitar las propias libertades.

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