(Preparé este artículo hace un par de días para publicarse hoy. La conversación de Christopher Hitchens con Richard Dawkins para la revista New Statesman, que aquí comento, resultó ser la última entrevista. Hitchens murió ayer, 15 de diciembre, en Texas, a causa de una neumonía, a la edad de 62 años. Lo que sigue quedará tal cual como lo escribí originalmente.)
Pensaba escribir sobre esto y De Avanzada se me adelantó, pero escribiré de todas formas, porque quisiera agregar una reflexión personal. Se trata de una conversación o entrevista entre Richard Dawkins y Christopher Hitchens: ambos famosos como ateos militantes, provenientes de campos distintos de experiencia y con visiones a veces opuestas, pero siempre interesantes.
Dawkins es el editor invitado del especial de Navidad de la revista New Statesman, una publicación británica de izquierda, en la que Hitchens escribió durante un tiempo. Hitchens está físicamente muy débil luego de un largo tratamiento contra el cáncer de esófago (cuyo pronóstico es definitivamente malo en el corto plazo) pero perfectamente lúcido y sólo atemorizado, según dice, por la posibilidad de que su enfermedad le quite la capacidad de escribir. New Statesman ha ofrecido breves extractos de la conversación; hay que comprar la revista para leer el resto, pero lo poco que se puede ver es ya delicioso. Hoy quisiera comentar la primera parte, en la que Hitchens aconseja a Dawkins no callarse lo que desea decir:
Dawkins: Una de las cosas que más me irritan de la religión es la manera en que se etiqueta a los niños como “un niño católico” o “un niño musulmán”. Me he puesto un poco pesado con ese tema. (Dawkins de hecho repite esta queja con frecuencia, explicando que un niño no tiene madurez para profesar una religión o ideología. Debería decir “un hijo de padres católicos” o “una niña con padres musulmanes”, por ejemplo.)
Hitchens: Nunca debes temerle a esa acusación, ni tampoco a la estridencia. (La palabra inglesa strident, “estridente, de sonido duro o discordante”, es una de las más aplicadas a Dawkins por sus críticos.)
La fuerza de la artillería retórica de Hitchens es ya conocida y justamente temida por sus oponentes en debate. Dawkins es de hecho mucho más moderado que Hitchens y la acusación de estridencia es casi siempre falsa. Como el mismo Dawkins ha señalado, mucho peores cosas que las que él dice sobre la religión se escriben todos los días en críticas literarias, de películas o de locales gastronómicos, sin que nadie haga un escándalo por ello. Sólo la religión queda socialmente exenta de críticas, debiendo ser protegida como si la fe de los creyentes fuera una frágil figura de porcelana que pudiera quebrarse al menor golpe.
Si los argumentos contra la religión son viejos o repetidos, ocurre simplemente que los contraargumentos, falacias y sofismas a los que nos enfrentamos son también viejos y repetidos. ¿En qué ha cambiado el cristianismo en los últimos cien años? Muy poco y siempre obligado por la presión externa. El cristianismo sigue igualando sexo y género y asignando a cada sexo un rol fijo, tocándole a la mujer un lugar inferior y de obediencia. Sigue despreciando el placer y ensalzando el sufrimiento y el sacrificio. Sigue pidiendo a los fieles que respeten la autoridad y no cuestionen la tradición. Sigue promoviendo la incultura por sobre la intelectualidad, el oscurantismo y los fetiches de la “fe popular” por sobre la exploración madura de la espiritualidad. Christopher Hitchens lo sabe bien y por eso no teme repetirse. Algo me dice que no va a dejar de gritar su verdad hasta el último minuto en que pueda hacerlo.
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