Un clérigo egipcio irrita a los jerarcas de Rabat al autorizar a los marroquís a pagar intereses
Las hipotecas protagonizan en Marruecos un debate no económico, sino moral. Y entre la polvareda emergen lecturas políticas. En el origen de la polémica se encuentra una fatua (decreto religioso) por la que el jeque Yusuf al Karadaui, un clérigo egipcio de creciente popularidad en el mundo árabe gracias a sus fogosas intervenciones en Al Jazira, autoriza a los marroquís a contratar créditos hipotecarios. Como han hecho en los últimos 50 años, por otra parte.
La ley islámica prohíbe la riba, la usura. Así, los bancos islámicos, implantados sobre todo en Oriente Próximo y en el sur y sureste de Asia, ofrecen fórmulas de financiación que no prevén el pago de intereses, sino que se basan en el reparto de beneficios y pérdidas (mudaraba) y el leasing (iyará). Pero estos bancos no tienen presencia en Marruecos, donde los créditos inmobiliarios alcanzaron en el 2005 los 57.000 millones de dirhams (unos 5.200 millones de euros), un 5,6% de la renta bruta de las familias.
Como los emigrantes
El argumento de Karadaui es que la inexistencia de bancos islámicos deja a los marroquís en una situación análoga a la de los creyentes que viven en países no musulmanes, que no tienen otro remedio que acudir a los créditos haram (ilegítimos) por falta de oferta halal (legítima).
Con esta exclusión de Marruecos de las tierras de islam, el famoso telepredicador pisó más de un callo y se ganó una durísima respuesta del Consejo Superior de los Ulemas, la máxima instancia religiosa del país, presidida por el rey Mohamed VI. Los jerarcas de Rabat afirman que Karadaui "rebasó los límites del decoro" al "atribuirse el derecho de emitir una fatua para los marroquís y proclamarse su imán".
El dilema de los ulemas
Los ulemas insisten en que solo el Consejo puede pronunciar fatuas en Marruecos, y eluden el fondo de la cuestión. Prohibir las hipotecas significaría ir contra una práctica habitual y sin alternativa viable hoy por hoy. Autorizarlas abiertamente desencadenaría las críticas de los pujantes sectores conservadores. Mejor no meterse en un lío y limitarse a marcar con contundencia el territorio. Que buena falta hace.
En todo caso, las lacerantes desigualdades sociales y la percepción de los conflictos de Palestina e Irak como una agresión a la umma, la comunidad de los creyentes musulmanes, son dos factores insoslayables para explicar la propagación del conservadurismo religioso que llega de Oriente a través de las parabólicas. Con él llega también la radicalización del islamismo político, especialmente entre los jóvenes y los desfavorecidos. Ello supone una amenaza latente para la monarquía, parte de cuya legitimidad reside en la condición de amir al muminín (comendador de los creyentes) que ostenta el rey.
Tras la conmoción por los atentados de Casablanca (2003), el Estado se lanzó, por una parte, a una dura represión del extremismo y, por otra, a la reconquista del espacio religioso mediante un riguroso control de la emisión de fatuas, la formación de imanes y las actividades en las 35.000 mezquitas censadas. Todo ello en nombre de un islam moderado, tolerante y sometido a la autoridad real.
Para el director del semanario Le Journal, Abubakr Yamai, la polémica revela la inquietud del islam oficial. "La reacción de los ulemas expresa su temor de que Karadaui tenga más credibilidad entre los marroquís que su propia jurisprudencia", escribe.
En cambio, el columnista Hasán Hamdani, califica la cuestión de "puramente retórica" en Tel Quel: "La distracción de nuestros ulemas es incluso saludable para un hipotecado. Le ahorra incertidumbres espirituales y le permite concentrarse en lo esencial: '¿Cómo voy a pagar este mes?'".