Raguer es monje benedictino en la abadía de Montserrat desde 1954, doctor en Derecho Civil por la Universidad de Barcelona y diplomado en Estudios Superiores de Ciencias Políticas en la Sorbona. Ha desarrollado amplias investigaciones sobre el papel de la Iglesia en la Guerra Civil española, por el que insta a las autoridades eclesiásticas a pedir disculpas por su posición durante la contienda.
Hilari Raguer (Madrid, 1928) habla de sí mismo como un antifranquista, un demócrata y un nacionalista catalán. Es monje benedictino en la abadía de Montserrat desde 1954, doctor en Derecho Civil, diplomado en Estudios Superiores de Ciencias Políticas en la Sorbona y ha estudiado ampliamente el papel de la Iglesia durante la República y la Guerra Civil española. De hecho, sus opiniones distan mucho de las habituales en la jerarquía católica española, a la que insta a pedir disculpas como heredera de la Iglesia de 1936.
No obstante, Raguer critica que desde la historiografia (de uno y otra vertiente ideológica) siempre se ha exagerado una presunta connivencia del Vaticano con el golpe, que él rechaza. La Iglesia española se echó en brazos de los golpistas, pero no el Vaticano. Raguer atiende a Público desde la abadía del Montserrat con ganas de que la «verdad»llegue a la sociedad y de esta manera sea más fácil evitar lo que sucedió un 18 de julio de 1936, hace ahora 80 años. «Cuanto más sepamos más fácil será que no vuelva a suceder. Hay que apartarse de esas actitudes», dice.
¿Qué papel jugó la Iglesia católica en el pronunciamiento militar del 18 de julio?
La Iglesia católica, como las derechas, empresarios, gente rica, etc., no tomó parte de la conspiración golpista del 18 de julio. Pero sí que deseaba y esperaba un golpe del ejército que pusiera fin a los desórdenes, sobre todo después de la victoria de las izquierdas en febrero del 36. Pero una cosa es que lo desearan y que esperaran ese alzamiento y otra es que la jerarquía católica estuviera en la conspiración. No lo estuvo. Sí que es cierto que algún eclesiástico recogía fondos que no se sabía dónde iban a parar. Había diversos grupos dentro de la Iglesia que deseaban y fomentaban un golpe, pero sólo había uno que tenía posibilidades de éxito: el que preparaba el general Mola, el Director. Y en esta conspiración no había miembros de la alta jerarquía.
¿Los golpistas tenían en mente la religión o la Iglesia cuando hicieron el golpe de Estado?
Los que formaban aquel golpe no se distinguían por su religiosidad. El Director, el general de Brigada Mola, no se distinguía por su religiosidad. El jefe de la Junta de Defensa de Burgos, Cabanillas, era masón; Queipo de Llano era también anticlerical. El único católico era Dávila, que también estaba en Ación Católica. El Franco de antes de la Guerra tampoco se distinguía por su religiosidad. Sus compañeros africanistas decían de él: «Ni misas, ni mujeres». Otra cosa es que después, cuando se pronuncia el alzamiento, la Iglesia se lanza en brazos de los militares.
¿Por qué se lanza la Iglesia en brazos de los militares?
Se sentían perseguidos por el Gobierno del Frente Popular y, además, la Iglesia estaba identificada con las derechas. Ser de derechas y ser católico era prácticamente sinónimo. Las excepciones eran rarísimas. La Iglesia no entró en la conspiración, pero se lanzó en sus brazos. La prensa de los primeros días, en los sitios donde triunfó el alzamiento, en Salamanca, Burgos, Sevilla, Zaragoza no hay nada de religión. Pero conforme pasan los días se convierte en una guerra religiosa.
¿Por qué?
Los conjurados no se movían por móviles religiosos. Pero a los días se enmascaró y se construyó el mito de que el golpe se dio por defender a la Iglesia y a la religión. Pero es falso. En los bandos de declaración del estado de guerra de los militares del alzamiento se decía que el ejército toma el poder y contra qué se levantan y a favor de qué. Ni uno sólo dice que lo hace por declaraciones religiosas. Dicen que es por el peligro del bolchevismo, por el orden público, por la dignidad de España, por el papel del ejército, etc. Pero ninguno nombra la cuestión religiosa. Los bandos y los mensajes de Franco en los primeros días tampoco lo mencionan. Hay uno que habla de cruzada pero en un sentido simbólico, no religioso. Incluso, el 1 de octubre, cuando Franco toma posesión como jefe del Estado pronuncia un discurso en el que habla de la separación Iglesia-Estado. Los carlistas y el obispo Gomá protestaron enérgicamente y el texto oficial que se divulgó después del discurso de Franco ya no recogía lo de la separación.
¿Entonces los golpistas apelan a la defensa de la Iglesia y de sus derechos cuando vieron que necesitaban apoyo exterior para ganar la Guerra que había iniciado su golpe fallido?
Exactamente. El golpe fracasó en la mayoría de la península. Triunfó en África y los pronunciamientos militares clásicos se resolvían en cuestión de horas, o días: o triunfaban y los golpistas eran salvadores de la patria o fracasaban y los fusilaban. Pero este golpe llegó a una situación de impasse. Ni se impone a la mayoría de España ni la República tiene fuerzas para sofocar el golpe. Entonces deviene en Guerra Civil, pero los dos dependían del apoyo extranjero porque ni uno ni otro tenían municiones para una guerra larga. La Guerra se decidirá en las cancillerías europeas y de cara a esta opinión europea era muy importante para los sublevados el factor religioso y la bandera religiosa porque iba unida a la bandera del orden y de la propiedad. Por ejemplo, Gran Bretaña, que tenía un papel decisivo porque tenía dominada la política francesa, tiene intereses económicos y le espantaba el comunismo. Como decía mi maestro Josep Benet: «Los asesinos e incendiarios del 36 sirvieron en bandeja a Franco el título de cruzada». Este título le sería muy útil.
¿Qué papel jugó el Papa Pio XI? ¿Estaba de acuerdo con el apoyo de la jerarquía eclesiástica española a los militares golpistas?
La actitud del Papa, y de su secretario, sobre la Guerra Civil se ha falseado históricamente. Tanto la historia profranquista como la prorrepublicana han estado sosteniendo que la Iglesia estaba implicada, no sólo la española, sino también el Vaticano. Al menos desde que estalla la Guerra. Pero hay una gran diferencia entre los obispos españoles, que se lanzaron en brazos de los militares, de la postura del Vaticano, que fue mucho más cauto. Incluso cuando se desencadenó la tremenda persecución religiosa en la España republicana el Papa y el Vaticano callan porque, primero, no saben quién va a ganar; segundo, porque los grandes protectores del golpe son Hitler y Mussolini y la Santa Sede tiene crecientes problemas con ellos. En Alemania hay una auténtica persecución de la Iglesia. El Vaticano teme que el nuevo régimen sea de tipo fascista y hay pánico a la influencia nazi que se revela a través de Falange. El horror de Pio XI y Pio XII a una penetración o dominio de tipo nazi o fascista dura hasta la primera posguerra.
¿Se posicionó públicamente Pio XI a favor de algún bando?
La primera vez que Pío XI da un discurso sobre la Guerra Civil española fue dos meses después de que comenzara. Es el discurso del 14 de septiembre del 36 en su residencia veraniega de Castel Gandolfo ante un grupo de 500 prófugos españoles, que eran casi todos eclesiásticos que habían logrado huir, pero también había un grupo de seglares, gente de extrema derecha que había estado conspirando y que esperaban y casi exigían que el Papa condenara a la República y reconociera y se mostrara incondicionalmente del lado de Franco y lo reconociera diplomáticamente. Este discurso, sin embargo, fue muy prudente. Siguió lo que había sugerido Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, que también estaba allí.
El discurso del Papa comenzó con la lamentación sentidísima de las víctimas, a las que llama mártires, y tenía toda la razón. Pero en lugar de pasar a reconocer al bando insurrecto, como esperaban ellos, dice que toda guerra es terrible y que una gota de sangre es insoportable y más si la guerra se trata de una fraticida, entre hermanos. El discurso termina con la bendición de los presentes y con algo así: «Nuestra bendición se dirige de modo especial a los que han asumido la difícil y peligrosa tarea de defender los derechos de la Iglesia, que son los derechos de la dignidad humana. Y decimos misión dificil y peligrosa porque en ella con frecuencia se incurre en excesos y en partidismos». Y acabó haciendo suyas las palabras del Evangelio de paz y amor para con los que persiguen a la Iglesia. Normalmente, Pio XI solía improvisar sus discursos, pero éste estaba preparado y repartió a todos los asistente el discurso impreso en español. Muchos, y he conocido a algunos, lo guardaron con gran devoción, pero en aquel grupo de seglares algunos protestaron ruidosamente y allí mismo rompieron el ejemplar que les habían dado.
¿Este discurso fue manipulado por los franquistas?
La propaganda fascista difundió copiosamente el discurso pero quitando la parte final, que al mencionar los excesos mostraba que el Papa tenía noticia de fusilamientos de sacerdotes vascos por parte de los sublevados y de la represión en la zona del bando nacional. Porque hay que tener en cuenta que los cadáveres no ocupan todo lo mismo. Aquellos prófugos de la Iglesia y gentes de derechas que pudieron escapar, gracias a la ayuda de la Generalitat y de la República, y llegaron a Roma tuvieron una gran caja de resonancia para publicitar la persecución religiosa. Pero los pobres diablos que sufrieron la marcha terrible de la Columna de la Muerte, de Queipo de LLano, que desde el Estrecho de Gibraltar hasta las puertas de Madrid fue exterminando republicanos por donde pasaba… Esos pobres diablos no tenían caja de resonancia. Lo comparo con lo que pasó en la Revolución Francesa. El terror de la guillotina tuvo una tremenda caja de resonancia que ha llegado a la literatura y al cine, pero, en cambio, la represión de la Comuna de París fue varias veces superior a la de la Guillotina y, sin embargo, no tuvo la resonancia que tuvo aquella.
Frente a esta actitud y discurso del Papa, dentro de España están los casos de los obispos Segura, Gomá e Irurita que, desde el principio rechazaron la II República y adoptaron lo que en Francia se había llamado la ‘politique du pire’ o teoría de la catástrofe previa: cuanto peor, mejor, porque provocará la Guerra. Esto es lo que usted escribe en la obra ‘Los mitos del 18 de julio’.
Sí. Cuando el director de un periódico catalán, católico y republicano le explicó al obispo Irurita cómo estaba defendiendo a la Iglesia desde posiciones democráticas, el obispo contestó: «Desengáñese. Cristo necesita una espada». Pero ellos no estaban organizando el golpe y no conspiraban con Mola. Alentaban y lo deseaba. Un grupo de católicos, entre los que hay algún eclesiástico, funda el movimiento Acción Española, que es un movimiento y una revista cuya alma es Eugenio Vegas Latapié. Estos confiesan, por escrito, que su intención es crear las bases filosóficas y teológicas para un alzamiento contra la República.
Durante y después de la Guerra Civil se produjo una represión brutal por parte del bando franquista, que triplica a la que se vivió en el bando republicano según los datos aportados por Paul Preston. ¿Hubo consentimiento por parte de la Iglesia española con estas atrocidades?
Hubo un silencio cómplice. La jerarquía de la Iglesia española tuvo una piel muy fina para sus víctimas y una piel muy gruesa para las víctimas republicanas. Por ejemplo, la primera carta que envía el obispo de Salamanca dice que ahí todo ha ido muy bien y que el ejército ha tomado el poder sin problema y no menciona la represión tremenda que denunció Unamuno. Por otro lado, la famosa carta colectiva de los obispos en 1937 tiene el grave defecto de absolver al Gobierno de Burgos de la represión. Hay actos particulares de obispos que intervienen para salvar a alguna persona, como el Obispo de Canarias que fue personalmente en coche para atajar una matanza de republicanos. El único caso público solemne es el del obispo de Pamplona, que era salesiano e hijo de un obrero de los Altos Hornos. Este señor, en agosto del 36, da un discurso tremendo denunciando que era frecuente que cuando moría un requeté en el frente, después del entierro, había una matanza de republicanos en honor al muerto. Imagínese en los pueblos, donde todo el mundo sabe por qué partido vota cada uno, cuando había un entierro cómo estarían de espantados los que sabían que eran conocidos como republicanos. «No más sangre», repetía el Obispo, que decía que el muerto los detendría, que no querría más sangre derramada que la que había en los frentes o tras los juicios justos, que obviamente no existían. Había pasado un mes. La matanza en Navarra fue tremenda. La jerarquía católica es culpable de esta represión porque fueron ciegos. No mandaban noticias.
¿Está a tiempo de pedir perdón la Iglesia católica por su papel en la Guerra Civil?
La Iglesia española tiene que pedir perdón por su posición en la Guerra Civil. No por su complicidad en la organización y declaración del alzamiento, pero sí por haberse sumado a una guerra entre hermanos. Hubo un momento en el que se quiso pedir perdón. Fue en la asamblea de obispos y sacerdotes dirigida por Tarancón en el clima del posconcilio. Fue un momento de sinceridad. Los sacerdotes se lo tomaron muy en serio. Allí se propuso una moción que recogiera que la Iglesia pedía perdón porque no supimos ser ministros de la reconciliación en la Guerra y no porque fuéramos cómplices de la represión. Esto se aprobó por mayoría simple, pero según el reglamento de las asamblea se necesitaba una mayoría de dos tercios. Se repitió la votación y fue el único caso en el que una moción que tenía mayoría simple, pero no de dos tercios. Cuando se repite la votación pierde el pedir perdón. Hay muchos obispos que creen que no tienen que pedir perdón por cosas que no hicieron, pero es que los obispos de hoy son sucesores de aquellos. En la Iglesia hay cambios de gobierno, pero no hay cambios de régimen. Somos solidarios y yo soy solidario de lo que hicieron los obispos del 36, 37 y 38 y, por tanto, no puedo decir a mi no me afecta. La jerarquía argentina, la chilena, la alemana… han pedido perdón. La española parece la Inmaculada Concepción, que no tiene culpa de nada.
Durante la Guerra Civil, en los territorios leales de la II República hay también una persecución eclesiástico. ¿Qué sucedió?
Hay una persecución religiosa en la zona republicana. Puede decirse que hay persecución religiosa porque se da el caso de que hay personas que son sancionadas y ejecutadas no por algo que haya hecho sino por pertenecer a una confesión religioso. Hubo unos meses en los que sólo por el hecho de ser religioso o por ser católico militante era suficiente para ser liquidado sin proceso judicial. Esto sucedió en los primeros meses de la Guerra Civil. No se prolonga, de ningún modo, durante los tres años de la Guerra. Se da cuando el Gobierno de la II República está desbordado por las masas que se habían sumado para luchar contra la sublevación fascista. Lo que no hay es una toma de disposición legal del Gobierno contra la Iglesia. No es comparable a la persecución de la Iglesia en Roma, por ejemplo. El Gobierno de la República y de la Generalitat de Catalunya se esfuerzan por salvar vidas y preparar la evasión de los clérigos en barcos italianos y franceses. Hay un discurso de Queipo de Llano que decía: «Sabemos que el presidente Compayns ha salvado a miles de personas de derechas. Dios se lo tendrá en cuenta». Dios seguramente sí, pero ellos no.
Y esto sucedió durante la Guerra Civil. ¿Durante la República existió la llamada persecución religiosa? ¿Mantiene un actitud los gobiernos progresistas de la República anticlerical?
No y no. Hay desórdenes. Muchos. Pero son de lado y lado. Calvo Sotelo denunció en las Cortes la lista de incendios, asesinatos, etc. pero son más los actos de violencia de gente de derechas. He tenido en mis manos del Archivo Central del Estado Italiano los comprobantes bancarios de la suma mensual que Mussolini, a través de la embajada francesa, pasaba a José Antonio Primo de Rivera para que promoviera alborotos contra la República. Con este dinero Primo de Rivera contrataba pistoleros. No solo falangistas de convicción, que los hubo, sino también pistoleros contratados. Se cometen atentados de parte y parte. Había un gran desorden, pero causado de una parte y de otra, pero no estuvo instigado por las autoridades republicanos. En un estudio reciente en Los mitos de la Guerra Civil sobre esos desórdenes se muestra que el grupo más numeroso de víctimas es de miembros de las fuerzas de orden público de la República. Es decir, el Gobierno de la II República lucha hasta el punto de tener numerosas víctimas para mantener el orden público contra los extremistas de uno y otro lado.