El martes, 10 de enero de 2017, la libertad de conciencia y la irreligiosidad han perdido a su más insigne valedor: el ensayista y diplomático español Gonzalo Puente Ojea.
Con la amenaza constante de la purga profesional, desde la Carrera diplomática y allá por los años cincuenta, fue defensor y modelo para la democracia en España, crítico del Opus o de las teorías crepusculares de las ideologías, fue capaz de defender el tiranicidio de Juan de Mariana en su destino de Mendoza (Argentina), comprobó de primera mano la falta de calidad moral y política del futuro Rey de España en su destino de Atenas, impulsó el hispanismo francés desde su destino en París, contribuyó a la democratización del cuerpo diplomático desde la Subsecretaría del Ministerio de Asuntos Exteriores en el primer gobierno de Felipe González y fue cesado de su Embajada en la Santa Sede en el segundo gobierno de González, en una humillación del Estado español ante las presiones clericales.
Su ejemplo profesional sólo queda a la zaga de su brillantez intelectual, tan honrada y generosa como silenciada. En una reflexión constante y rigurosa sobre los sistemas ideológicos que fagocitan cualquier forma de libertad y cualquier atisbo de ilustración, Gonzalo Puente Ojea descubrió la lógica de la organización clerical cristiana, no en sus acciones como el respetable anticlericalismo, sino en el corazón mismo de su doctrina, Pablo de Tarso, una lógica de plasticidad ideológica, con un doble discurso siempre legitimador de ambiciones varias y adaptable a los poderes que les correspondiesen. Así se recoge en su obra: Ideología e Historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico (1974). Eso fue a principios de los setenta, cuando algunos comenzaban ya a hablar de secularizaciones fallidas y mucho antes de que surgiesen los apologetas de las revanchas de Dios, a medio camino entre una cristiandad renovada y una postmodernidad demasiado moderna para reparar en religiones. Curado de esos espantos redentores, Puente Ojea había transitado ya por su particular camino de Damasco, el materialismo, un materialismo histórico en su núcleo y monista en su fundamento, abierto a la pluralidad epistemológica. Fue desde el materialismo monista desde donde dio el paso más allá de la cuestión de Jesús o la cuestión de Dios. El alma espiritual era el eje de toda religiosidad y, por tanto, el mero ateísmo debía ser superado por la irreligiosidad, tal y como explica en Elogio del ateísmo (1995), Ateísmo y religiosidad (1997), El mito del alma (2000), Vivir en la realidad (2007), La religión, ¡vaya timo! (2009), Crítica antropológica de la religión (2012) o Ideologías religiosas (2013). Precisamente la irreligiosidad se funda teóricamente y se proyecta en la praxis mediante el laicismo. “Sin su dimensión teórica fuerte, la práctica del laicismo sería ciega, y el laicismo sin un práctica fuerte y estricta, resultaría paralítico”, nos recordaba Puente Ojea desde su obra La Cruz y la Corona. Las dos hipotecas de la historia de España (2011). Fue el laicismo el primer damnificado de la llamada “transición a la democracia” española, cuyos acuerdos con la Santa Sede preconstitucionales y una Constitución contradictoria y sin proceso constituyente, dinamitan un Estado laico en el que la igualdad de todas las conciencias, sin discriminación de ningún tipo, sea efectivo. El laicismo español padece del proceso de desmemoria inyectado a la sociedad por una política del consenso demasiado ocupada en ambiciones personales y protegida por una intelectualidad orgánica y erigida en campeona de las libertades, como la Iglesia en la que se formó.
Justo lo que le faltó siempre a Gonzalo Puente Ojea, ambición personal. Eso le evitó la tentación de venderse y le permitió ejercer una disidencia ejemplar, convenientemente silenciada por la oficialidad de nuestra España democrática y sólo rota por compañeros de viaje desde el activismo y desde el mundo académico.
Desde el agradecimiento, el afecto y la admiración, al defensor de los valores republicanos, al crítico de la ignominia y las ideologías religiosas, al español sin España, al querido y estimado amigo: Gonzalo Puente Ojea, maestro siempre.
Miguel Ángel López Muñoz. Profesor de Filosofía y autor del libro «Gonzalo Puente Ojea y la libertad de conciencia»