Tentado estuve ayer de presentarme con un catecismo del padre Ripalda en el acto de entrega de los premios de la Música, ahora que el Gobierno del Señor (Aznar) ha vuelto a equiparar la Religión al resto de las asignaturas de enseñanza secundaria y bachillerato. No sé si Pilar del Castillo habría tomado mi gesto como acto de protesta o intento de soborno, pero al final decidí no poner a prueba su capacidad de discernimiento. Mi osadía podría haberme estigmatizado ya para siempre con el sambenito de impenitente radical social-comunista, sin nada mejor que hacer en la vida que montarle numeritos a los gobernantes del PP, o, peor aún, con el de desesperado profesor en paro y padre de familia numerosa, tratando de hacer méritos en busca de enchufe para un eventual futuro Cuerpo de Docentes Religiosos. Lo cierto es que la ministra de Educación (Católica) acaba de asestar un auténtico golpe (de Estado) a la Constitución que su propio jefe (de Gobierno) presume tanto de defender (al menos, en el País Vasco). Porque, ¿de qué otra manera se puede interpretar, si no, la medida por ella aprobada para que la Religión y su nueva alternativa, el Hecho Religioso, sean computadas con igual rasante que las demás asignaturas, tanto a la hora de repetir o pasar curso, como a la de sacar la media para el acceso a la Universidad? Aunque ella asegura que, con esta interpretación, la Ley de Calidad de la Educación no sólo no rompe ningún pacto preestablecido, sino que viene incluso a hacer justicia a la realidad social de nuestro país, tanto PSOE e Izquierda Unida, por un lado, como UGT y Comisiones Obreras, por el suyo, se han apresurado a anunciar sendos recursos contra la legalidad de la reforma acordada por el Ministerio por considerarla inconstitucional . El carácter laico y aconfesional del Estado está, en efecto, reconocido y amparado por el artículo 16 de la vigente Constitución democrática, a pesar de lo cual nuestras autoridades civiles siguen presidiendo ceremonias católicas y la Religión vuelve a instalarse en nuestro sistema educativo como en los mejores tiempos de la dictadura.
Los obispos, por su parte, no pueden ocultar su lógica satisfacción. No en vano, para ellos, la Religión es una asignatura tan científica, en opinión del presidente de la Conferencia Episcopal, como las mismísimas Matemáticas. ¿Se figuran lo que yo daría por poder preguntarle al cardenal Rouco qué tiene que ver el misterio de la virginidad de María, por ejemplo, con el teorema de Pitágoras? A no ser, por supuesto, que la comparación se establezca entre la unicidad de la Santísima Trinidad y la del triángulo equilátero, o entre los diez mandamientos, los doce apóstoles y los números cuánticos que tanto inspiran a Gregorio Morales. Donde sí podría darse coincidencia entre ambas materias es a la hora de estudiar en clase las cuentas de la Iglesia. Como dice mi compañero Paco Vigueras, los alumnos podrían aprender mucho de vocaciones matemáticas como la del cura Castillejo y operaciones eclesiásticas como la de Gestcartera. Y mientras miles de españoles siguen sin saber dónde llevar flores a sus desaparecidos de la guerra civil o su incivil posguerra, el espíritu de Franco se reacomoda de gusto bajo su losa del Valle de los Caídos. Cada vez parece cobrar más sentido que el dictador lo dejaba todo «atado y bien atado».