I. Introducción
Aunque vivamos en un mundo moderno, tecnológico y globalizado, las religiones aún ostentan un inmenso poder de influencia política en la mayoría de regiones del planeta. Diferentes conflictos intersectarios en los límites de las fronteras de expansión históricas de las grandes civilizaciones, contraofensivas a las sociedades seculares por parte de movimientos fundamentalistas religiosos y conflictos multiconfesionales como producto del nuevo orden mundial postmoderno y globalizado, inundan de más en más las cabeceras de los telediarios de noticias internacionales, demostrándonos como el inmenso poder de los discursos mitológicos constituye, aún hoy en día, uno de los elementos más poderosos de acción política.
Dicha acción política, además, deriva en muchos casos en violencia política, ya que ante la promesa de un paraíso celestial, los militantes más exaltados de esas comunidades religiosas pueden llegar a convertirse en el guerrero perfecto: el que está dispuesto a realizar la guerra santa y a morir en ella.
II. Geopolítica de las religiones
Si el objetivo de la geopolítica es analizar las diferentes relaciones de poder entre configuraciones territoriales que se dan en el espacio geográfico mundial (según la definición del geógrafo francés Yves Lacoste), llamaremos geopolítica de las religiones al estudio de las diferentes relaciones de poder entre configuraciones territoriales que se dan en el espacio geográfico mundial y en las que el factor religioso, las fuerzas religiosas, los conflictos religiosos y los discursos religiosos juegan un papel protagonista. Dentro de la configuración de las diferentes civilizaciones a lo largo de los siglos, la religión siempre ha sido un factor clave en la identidad de dichas civilizaciones, de ahí su importancia para analizar la política internacional y la geopolítica global del mundo, aunque en ningún caso es el único, ya que también inciden otros factores igual de relevantes como la historia, la lengua o el medio geográfico.
Desde el origen de la humanidad, el miedo a la muerte y a lo desconocido generaron la interpretación trascendente de la naturaleza en base a mitos por parte del chamán de la tribu prehistórica, y posteriormente, con la creación de los primeros Estados, la religión emergió como la institucionalización de dicha mítica interpretación por una poderosa casta sacerdotal, en alianza con la también poderosa casta guerrera (“Trono y Altar”, las dos espadas). De este modo, al controlar la educación y la cultura, las religiones constituyeron el poder ideológico a lo largo de toda la era premoderna.
A partir de la Ilustración, la secularización de la nueva sociedad industrial provocó que las ideologías laicas (liberalismo, nacionalismo, marxismo) tomaran el testigo y que paulatinamente la religión fuera relegada a un segundo plano en la esfera pública. El pensamiento ilustrado (Rousseau), la teoría evolucionista (Darwin), la sociología positivista (Durkheim), el estudio psicoanalítico (Freud) y el materialismo dialéctico (Marx), ofrecían por primera vez instrumentos científicos para explicar el origen de la humanidad y el funcionamiento de la sociedad al margen de los relatos bíblicos creacionistas, desenmascarando así los dogmas teológicos y el pensamiento mágico-ilusorio de las religiones, que dicha intelectualidad moderna veía ahora como residuos feudales, e incluso, como “opio del pueblo”. Además, ante el nuevo paradigma económico de la sociedad industrial (caracterizado por la cadena de montaje) las religiones perdían también su sentido económico, ya que los relatos religiosos estaban basados en el funcionamiento productivo de las sociedades agrícolas (caracterizadas por los ciclos estacionales).
Fruto de dichas conquistas y evoluciones en los campos científico y económico, la política por primera vez también lograba emanciparse del control religioso, lo que permitió que, al menos en las sociedades más evolucionadas (con Francia y su sistema republicano como vanguardia), fuese consolidándose paulatinamente el laicismo como modelo jurídico, un modelo en el que el Estado ya no tiene religión oficial, y en el que por lo tanto, garantiza la neutralidad absoluta con respecto a las distintas creencias religiosas o no-religiosas de sus ciudadanos (al menos en términos teóricos).
Sin embargo, desde la década de 1970, y en paralelo al inicio del proceso de globalización y a la pérdida de influencia de esas grandes ideológicas modernas, estamos asistiendo a un retorno del poder de la religión en diversas áreas geográficas, materializadas en la forma de religiones políticas, ya que como maestras de la propaganda que han sido a lo largo de la historia (al jugar con los miedos innatos del ser humano), están llevando a cabo una estrategia camaleónica de adaptación a las realidades de la actual sociedad postmoderna, la cual además, con la devaluación de los pensamientos fuertes racionalistas, les ofrece una ventana de oportunidad perfecta para volver a inundar el espacio público de mitos y dogmas en aras de dirigir la vida del individuo y organizar la comunidad política en un sentido teocrático.
III. Historia y geografía de las religiones
Por ello, resulta imprescindible aproximarse al análisis del fenómeno religioso y de sus implicaciones políticas desde un punto de vista científico, neutral y laico que nos ayude a desenmascarar los discursos propagandísticos mítico-ideológicos de dichos movimientos fundamentalistas, para así descubrir los auténticos juegos de poder que se ocultan tras ellos. No obstante, previamente será necesario conocer la historia y la geografía de las principales religiones del mundo (judaísmo, cristianismo, hinduismo, budismo), así como también de aquellos grupos que no profesan religión alguna (ateos, agnósticos). Además, debido a su creciente influencia cultural, a su enorme impacto mediático y a su papel protagonista en la geopolítica contemporánea, habrá que brindar una cobertura más amplia y personalizada a una de dichas religiones: el islam.
Antes de adentrarnos en esta radiografía de las religiones en el mundo, es importante destacar que los datos que manejan los investigadores son solamente estimaciones, debido a la inmensidad de marcos de relación Iglesia-Estado que existen en el mundo, los cuales van desde el laicismo ya mencionado hasta el confesionalismo. Por ejemplo, en muchos países laicos y aconfesionales la religión es un elemento exclusivamente privado, y por lo tanto, constitucionalmente nadie está obligado a declarar sus opciones religiosas o no-religiosas. En los modelos opuestos, teocráticos o confesionales, en muchos casos se produce la persecución ideológica hacia aquellos que no profesan la religión oficial, por lo que obviamente dichas personas no podrán manifestarse abiertamente como practicantes de religiones minoritarias, o simplemente, como ateos o agnósticos (es lo que sucede por ejemplo en muchos países musulmanes regidos por la sharía): Debido a ello, los países que incluyen censos oficiales de adscripción religiosa (y relativamente fiables) son más bien minoritarios, y por ello, los datos mundiales que vamos a aportar a continuación son simplemente cifras aproximadas.
En primer lugar, la religión con mayor número de fieles es el cristianismo, con unos 2100 millones de fieles (aproximadamente un 30% de la población mundial). Desarrollado como una escisión del judaísmo hace dos milenios por Pablo de Tarso (basada supuestamente en las enseñanzas del rabino Jesús de Galilea), con un carácter universalista y proselitista (a diferencia de su predecesora), logró expandirse políticamente al convertirse en la religión oficial del Imperio Romano, y a partir de entonces, ostentó la hegemonía ideológica europea (en los años oscuros de la Edad Media) y finalmente mundial (al ser impuesta militarmente por las potencias coloniales durante la Edad Moderna). No obstante, desde que los grandes concilios ecuménicos (siglos IV-V) fijaron la ortodoxia doctrinal (en base a la relación de fuerzas políticas del momento), fueron produciéndose a lo largo de los siglos diferentes cismas, los cuales paulatinamente dieron lugar a las diversas facciones cristianas (católicos, orientales, ortodoxos, protestantes, y ya más recientemente, cristianismos sincréticos y cristianismos independientes). El texto fundamental del cristianismo es la Biblia, que se divide en el Antiguo Testamento (compartido con los judíos) y el Nuevo Testamento (que recoge las enseñanzas de Jesús). En el caso del catolicismo además, la institución de la Iglesia Católica fue creando a lo largo de los siglos una jurisprudencia eclesiástica denominada “derecho canónico” que regula todo el marco institucional de dicha organización político-religiosa (y también del Estado de la Santa Sede) y que está basada esencialmente en la tradición. Respecto a la cuestión de la violencia política, el cristianismo tiene en la guerra santa, en la cruzada y en la destrucción de los cultos paganos algunos de los ejemplos más fanáticos de su historia, amparado en la lógica monoteísta de que solo existe un dios verdadero y que el resto de creencias (incluido el laicismo de la modernidad) son adoraciones del demonio.
Geográficamente, los católicos son la rama mayoritaria, siendo hegemónicos en la Europa Mediterránea y en Latinoamérica, seguidos por los protestantes (luteranos en la Europa del Norte y en Oceanía y evangélicos en Norteamérica) y los ortodoxos y orientales (mayoritarios en Europa del Este, y que también constituyen minorías importantes en Oriente Medio, sobre todo en el caso de los cristianismos orientales). Finalmente, en el África Subsahariana el cristianismo también es mayoritario, tanto cristiano como protestante (en función de cual fue la antigua potencia colonial de la zona) e independiente (generalmente sincretismos con los cultos animistas autóctonos).
La segunda religión en importancia demográfica es el islam, con unos 1400 millones de fieles. Se trata de la más reciente de entre las tres grandes religiones monoteístas, ya que supone en muchos casos una síntesis de las doctrinas judeocristianas más monoteístas, fundida a su vez con elementos autóctonos árabes y basada en cinco principios: la profesión de fe, la oración, el ayuno, la limosna y la peregrinación a La Meca. Surge en la Arabia del siglo VII, supuestamente ideada por el líder religioso y militar Mahoma, y posteriormente sus sucesores (los primeros califas), logran extender la religión por el conjunto de Oriente Medio, el norte de África, la Península Ibérica e incluso parte del subcontinente Indio, en una expansión militar y propagandística sin precedentes. Paralelamente, a la muerte del fundador, se inició una guerra civil (fitna) entre diversas facciones: los sunníes (partidarios de la “sunna” o tradición) y los chiíes (partidarios de Alí, el yerno de Mahoma), de donde posteriormente se escindirían también los jariyíes (partidarios de la comunidad), una división que llega hasta nuestros días. En estos primeros siglos igualmente, se compiló todo el pensamiento de Mahoma en el Corán (la supuesta revelación divina de Allah a Mahoma), y posteriormente también en los Hadices (frases y hechos del profeta que vienen a completar los preceptos coránicos), dando lugar ambos a la “sharía” (ley islámica), que supone el fundamento jurídico que regula a la “umma” (la comunidad de creyentes), complementada a su vez con el “ijtihad” (la reflexión o discernimiento con respecto a la ley) y la “ichma” (el consenso de la umma, la comunidad de creyentes, para dirimir las controversias en las que la ley no sea clara). No obstante, existen diferencias doctrinales y de jurisprudencia sustanciales entre las diversas facciones en lo que a la aplicación de la ley coránica se refiere, ya que en el sunnismo por ejemplo existen cuatro escuelas jurídicas (malikí, hanafí, shafí y hambalí), unas más rigoristas y otras más flexibles, y en el chiísmo, su mayor heterogeneidad (una gran variedad de grupos “duodecimanos” y “septimanos” en función del número de descendientes de Alí que reconocen) da lugar también a formas de practicar el islam muy diversas y particulares, algunas de ellas incluso cercanas al cristianismo. Finalmente, es importante destacar también el concepto de “yihad”, que puede ser una gran yihad (el esfuerzo personal por ser un mejor musulmán) o una pequeña yihad (la guerra contra el infiel).
Geográficamente, los sunníes suponen más del 85% de musulmanes, siendo por ello mayoritarios en la práctica totalidad del mundo arabo-musulmán (Oriente Medio, África y el Sudeste Asiático). Por su parte, los chiíes, que suponen el 12% de los musulmanes) son mayoritarios en el mundo persa (Irán) y en algunos países árabes como Irak, Líbano o Bahreín. Finalmente, la minoritaria rama de los jariyíes solamente es poderosa en el sultanato de Omán, y tiene también una cierta presencia en la isla de Zanzibar (Tanzania).
La tercera gran religión en términos demográficos es el hinduismo, con aproximadamente 800 millones de fieles. Surge como una reacción de la antigua religión védica de la India tras las convulsiones políticas internas (surgimienmto del jainismo y del budismo) y externas (llegada de persas y griegos helenísticos) que experimenta el subcontinente Indio a finales de la Edad Antigua. Aquí tanto las mitologías como las doctrinas religiosas cambian completamente con respecto a las religiones proféticas abrahámicas, ya que se trata de corrientes orientales de tipo místico y politeísta. En lineas generales, el hinduismo está basado en un mundo cíclico de reencarnaciones poblado de infinidad de divinidades zoomórficas y antropomórficas, cuyos seres más importantes se simplifican en la llamada “trimurti” (Brahma, el dios que crea, Vishnú, el dios que conserva, y Shiva, el dios que transforma y destruye). Otras divinidades, avatares y personajes míticos importantes del panteón hinduista son por ejemplo las diosas Lakshmi, Kali y Parvati o los dioses Rama, Hanuman y Ganesha. Respecto a su plasmación en la organización política, el elemento más importante del hinduismo es sin duda el sistema de castas, que tratan de reproducir en la sociedad el orden cósmico: los “brahmanes” (sacerdotes), los “kshatriyas” (guerreros), los “vaishiyas” (mercaderes) y los “shudras” (campesinos), quedando al margen los “parias” (intocables).
Geográficamente, los hinduistas se concentran obviamente en Asia (principalmente en la India y en Nepal, aunque con importantes minorías también en Sri Lanka, Bután y Bangladesh) y en el pequeño país sudamericano de Surinam (la antaño Guayana Holandesa), además de una importante comunidad en Reino Unido producto de la inmigración desde la antigua colonia británica.
En cuarto lugar nos encontramos con el budismo, la otra gran religión mística y oriental, que en la actualidad contabiliza unos 400 millones de fieles (600 si incorporamos la religión sincrética china). Surge en el siglo VI a. C. en la India, en base a las enseñanzas del príncipe Sidharta Gautama, que tras renunciar a los placeres de palacio pero también al ascetismo extremo, encontró el llamado “camino medio” de la Iluminación (de ahí que comenzaran a llamarle “Buda”, el que ha despertado). La iluminación o “nirvana” permite liberarse de “samsara” (la rueda del mundo y de las reencarnaciones), así como del “karma” (la ley del mundo que la hace girar). Tras alcanzar dicho estado nirvanado, Buda comenzó a predicar sus nuevas enseñanzas o “sutras”, resumidas en las denominadas “cuatro nobles verdades” (piedra angular de la doctrina budista): el diagnóstico del dolor del ser humano (“dukkha” o insatisfacción), la causa de dicha dolor (“trishna” o deseo), el remedio para dicho dolor (nirvana) y el camino para lograr dicho remedio (noble sendero óctuple). Este noble sendero óctuple está formado por los siguientes elementos: correcta visión, correcto pensamiento, correctas palabras, correcta conducta, correctos medios de vida, correcto esfuerzo, correcta atención y correcta contemplación, y a través de él, lograremos la extinción de “trishna”, y por ende, la extinción de “dukkha”. Asimismo, se considera que el budismo tiene tres joyas o refugios: el “buda” (la iluminación), el “dharma” (la enseñanza) y el “shanga” (la comunidad). Como en otras religiones, a lo largo del tiempo fueron surgiendo diversas corrientes dentro del budismo, de las que podemos destacar tres principales: el budismo hinayana (pequeño vehículo), que considera a Buda solamente como un ser humano y que está basado en la primacía de la comunidad monástica (solo un monje puede alcanzar el nirvana), el budismo “mahayana” (gran vehículo), que ya comienza a considerar a Buda como un ser sobrenatural, y que además, incorpora al panteón otros seres excepcionales y divinizados llamados bodhisatvas, y el budismo vajrayana (vehículo del diamante), fundido con los autóctonos cultos tántricos del Himalaya, lo que le lleva a incorporar un importante componente mágico y esotérico (mantras secretos).
Geográficamente, el budismo hinayana se extendió fundamentalmente por el Sudeste Asiático (Sri Lanka, Bután, Myammar, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam), mientras que el budismo mahayana lo hizo por China (donde se fundió con el confucianismo y el taoísmo, dando lugar a lo que en la actualidad los investigadores catalogan como “religión sincrética china”, que probablemente merecería un capítulo aparte) y Japón (donde también experimentó un fuerte proceso de sincretismo con la religión ancestral del país, el shintoísmo, adquiriendo un carácter parcialmente marcial a través de la ética samurái). Por su parte, el budismo vajrayana se desarrolló esencialmente en el Tibet (y tras la invasión china y el derrocamiento del Dalai Lama, también en el norte de la India, donde se ha asentado la comunidad tibetana en el exilio).
Finalmente, tras estas cuatro grandes religiones, vendrían el resto de religiones del mundo (miles de cultos que van desde el sikhismo de la India hasta los cultos animistas de África, pasando por las nuevas religiones “new age” o los neopaganismos, y con cifras de fieles ya mucho más modestas). Entre ellas, sin embargo, es necesario destacar al judaísmo, con unos 15 millones de fieles, ya que a pesar de que cuantitativamente constituye una pequeña religión, es la religión germen del cristianismo y del islam (las denominadas “tres religiones del Libro”). El judaísmo, cuyo texto sagrado es la “Tanak” (el Antigua Testamento de los cristianos), y concretamente la “Torá” (los cinco primeros libros de dicho texto), fue evolucionando paulatinamente hacia el llamado “judaísmo rabínico”, que durante siglos compiló la “halaka” (la ley oral y escrita judía) en el código jurídico del “Talmud”, lo que da lugar a los 613 preceptos que teóricamente todo judío debe cumplir a partir de los 13 años (en el rito de paso hebreo conocido como la ceremonia del “Bar Mitzvá”). Dicho judaísmo de los rabinos fue el único que terminó sobreviviendo a la crisis de la religión tras la destrucción del Templo de Jerusalén y la consiguiente diáspora del pueblo judío por el mundo, viviendo sin duda su época dorada durante la Edad Media en España (Sefarad). A partir de la Ilustración, el judaísmo terminó implosionando en varias tendencias según las diversas formas de afrontar la modernidad, lo que unido al impacto causado tanto por la “shoah” (el holocausto) como por la creación del Estado de Israel, hace que en la actualidad podemos hablar de la existencia de tres grandes grupos de judíos en el mundo: ortodoxos, conservadores y liberales. La distinción que realizamos es en términos ideológicos obviamente, al margen de las diferencias cultural-lingüísticas entre sefardíes (que mantienen el idioma ladino que sus antepasados se llevaron consigo tras su expulsión de España por los Reyes Católicos) y askenazíes (judíos provenientes del centro de Europa, y cuya lengua vehicular es el yidish). Los primeros de ellos, los ortodoxos (minoritarios dentro del judaísmo a nivel mundial), siguen de modo estricto la Torá y la interpretación rabínica sometiéndose a todas sus prescripciones (morales, sociales, alimenticias), suelen usar el traje negro de origen polaco ya que la mayoría son askenazíes y constituyen un grupo de presión muy poderoso sobre las autoridades de Israel, obligándolas al cumplimiento de la ley religiosa en algunos aspectos. Algunos grupos ultraortodoxos incluso llevan su radicalismo un paso más allá, llegando a utilizar la violencia frente a cristianos, musulmanes o judíos liberales. Los segundos son los conservadores, que tienen una posición más flexible al permitir la crítica textual bíblica (cosa que los ortodoxos condenan), siempre que no se toquen puntos de la Torá considerados como esenciales. Igualmente, tratan de conservar lo máximo de la tradición judía pero dentro de un límite, para evitar con ello comportamientos aberrantes (por ejemplo, son flexibles en el precepto sabático cuando su cumplimiento estricto podría acarrear daños severos, e igualmente, no son completamente estrictos en lo que respecta al seguimiento de la dieta “kosher”). Finalmente, el tercer grupo ideológico lo constituyen los liberales, que plantean el mundo de un modo racionalista para adaptar el judaísmo a la modernidad, haciendo de su práctica religiosa algo estrictamente privado y que no comporte el menor atisbo de autosegregación. Igualmente, adoptan los modos de pensamiento científicos y evolucionistas, dudan del papel revelado de la Torá, apoyan el rabinado femenino y aceptan la moral sexual y matrimonial de la sociedad laica.
Geográficamente, los judíos se concentran principalmente en el Estado de Israel y en Estados Unidos, aunque existen también comunidades muy importantes en Francia, Canadá, Reino Unido o Argentina. Hay que tener en cuenta siempre, que en el caso del judaísmo la religión se confunde con el pueblo, por lo que al margen de la religiosidad, en dichas comunidades también se encuentran incluidos los llamados “judíos sociológicos”, que únicamente otorgan a los textos sagrados un valor cultural y no siguen ningún precepto religioso, aunque el legado familiar y simbólico judío les puede influir en sus modos de entender el mundo.
Por último, debemos hablar también de las reacciones escépticas a la religión, es decir, de los ateos y no-religiosos, ya que sumados suponen cerca de 1300 millones de no-fieles, es decir, casi tantos como musulmanes. Aunque a lo largo de la historia siempre hubo exponentes minoritarios de pensamiento escéptico y racionalista (por ejemplo en la antigüedad grecorromana o en el mundo oriental), el ateísmo y la increencia moderna se desarrollaron principalmente a partir del siglo XVIII, ya que el método científico ofrecía por fin instrumentos para explicar el origen del mundo, la evolución de la humanidad y los fenómenos naturales al margen de los relatos religiosos. Se considera al barón d´Holbach el primer autor moderno manifiestamente no creyente con su obra “Sistema de la naturaleza”, aunque tras él, el pensamiento se sistematizó aún más con autores como Karl Marx, Sigmund Freud, y ya en la actualidad, Salman Rushdie o Richard Dawkins. Básicamente, podemos definir el ateísmo como la posición que niega la existencia de los dioses y la trascendencia después de la muerte y que explica los fenómenos naturales en base a argumentos científicos (teoría del big bang, evolucionismo, sapientización). Junto al ateísmo, quedaría toda una amalgama de posiciones filosóficas escépticas que irían desde el agnosticismo (que detiene el juicio sobre la existencia o no de los dioses y renuncia a posicionarse sobre él) hasta el deísmo (que cree en una especie de dios de la naturaleza pero sin poder alguno de intervención sobre el mundo), posiciones que, en aras de simplificación estadística, se agrupan bajo el epígrafe “no-religiosos”. Simplificando, podemos decir que los no-religiosos, al igual que los ateos, consideran al conjunto de las religiones como doctrinas falsas y por ende viven al margen de ellas, para a diferencia de estos últimos, no necesitan posicionarse sobre la existencia o no de los dioses, sencillamente, les es indiferente.
El número de no-religiosos en el mundo es más elevado que el de los ateos, ya que supone un planteamiento más difuso que encaja muy bien con la postmodernidad, tan descargada de pensamientos fuertes, y en cierto sentido, es una opción más cómoda, ya que conserva una cierta duda sobre la trascendencia y evita tener que tratar de demostrar su veracidad (a diferencia del creyente o del ateo). El ateismo y la increencia sobre todo se concentran en el mundo desarrollado (a excepción de Estados Unidos), donde en general los niveles de educación, cultura y bienestar social son más altos y en lo que se conoce como el “cinturón de hielo religioso”, es decir, Europa Occidental, Canadá, Asia Oriental y Oceanía. Igualmente, los países que tuvieron en el pasado regímenes comunistas, en donde el ateísmo científico era la posición oficial del Estado (marxismo-leninismo), también conservan aún un elevado porcentaje de ateos y no-religiosos, como por ejemplo en Rusia y Europa Oriental.
IV. El auge del fundamentalismo religioso
A partir de las últimas décadas del siglo XX, estamos asistiendo a un peligroso retorno del fundamentalismo religioso monoteísta (es decir, cristiano, judío y musulmán). Este fundamentalismo religioso resurge principalmente como una reacción a la modernidad, como un recurso estratégico que siempre ha funcionado, y que geopolíticamente, está influenciado decisivamente por el resultado de la Guerra Árabe-Israelí de los Seis Días, por la anticomunista Doctrina Brzezinski en Afganistán y finalmente por los Atentados del 11-S, ya que estos tres acontecimientos hicieron tomar un fuerte impulso a los movimientos integristas situados en los extremos de cada una de las tres grandes religiones del Libro (bien fuera como acción o como reacción), los cuales a partir de entonces, comenzaron a ganar protagonismo y millones de seguidores, invirtiendo la tendencia de la laicidad (el politólogo Gilles Kepel utiliza la metáfora de la “revancha de Dios” para incidir en la reacción religiosa frente a la ciencia y al progreso, mientras que el economista Georges Corn define al fenómeno como el “recurso a lo religioso”, es decir, al elemento ideológico y propagandístico que a lo largo de la historia ha funcionado mejor como factor de movilización y retórica discursiva para defender los intereses políticos y mundanos de siempre).
No en vano, los tres fundamentalismos surgen como reacción a la secularización. El Estado de Israel se había fundado sobre bases exclusivamente laicas (Theodor Herzl, Ben Gurion), para dotar al pueblo judío de una patria que le protegiese al fin de todas las persecuciones sufridas desde la diáspora, pero tras la victoria en la Guerra de los Seis Días y la recuperación de Jerusalén Este, los grupos judíos ortodoxos haredim van adquiriendo paulatinamente poder político al constituir pequeños partidos bisagra (Agudat Israel, Shas, Déguel Hatorah) que aprovechando la extrema proporcionalidad del sistema electoral israelí entran a formar parte de gobiernos de coalición conservadores, lo que utilizan para ir imponiendo paulatinamente su agenda política confesional, como por ejemplo, lograr el asentamiento de colonos en los territorios palestinos ocupados (para ellos es el “Eretz Israel” que Yahvé les prometió y para lo que el holocausto supuso la preparación expiatoria) o la creación de áreas religiosas observantes (eruv) en los barrios bajo su control, para asegurarse de que los vecinos actúan conforme a la literalidad de las escrituras y que cumplen con la totalidad de los preceptos talmúdicos, al margen de la legislación secular del Estado israelí. Es decir, se produce un cambio desde el primer sionismo laico hasta el sionismo religioso actual.
En el caso de la derecha reaccionaria cristiana, habría que distinguir entre el integrismo católico de grupos ultraconservadores (Opus Dei, Comunión y Liberación, Camino Neocatecumenal) que reaccionan contra el Concilio Vaticano II y su política de “aggiornamento”, y el fundamentalismo evangélico, originado en Estados Unidos, principalmente baptista y pentecostal, con un fuerte componente milenarista, que reacciona contra las sentencias separacionistas del Tribunal Supremo y que poco a poco va ganando fuerza a través de líderes carismáticos como los telepredicadores, hasta el punto de llegar a constituir en la actualidad un poderoso grupo de presión en el el seno del Partido Republicano (“teocon”). El ideario básico de la derecha cristiana tiene como postulados fundamentales la obligatoriedad de la educación confesional (incluyendo la lectura de la Biblia en el caso de los evangélicos), la enseñanza del creacionismo frente al evolucionismo y la oposición al aborto, al matrimonio homosexual y a la manipulación genética.
Finalmente, en el mundo islámico, los movimientos laicos y socializantes surgidos durante la descolonización (kemalismo en Turquía, nasserismo en Egipto, baazismo en Siria e Irak, comunismo jalq en Afganistán), que trataban de modernizar y secularizar las sociedades de mayoría musulmana, comienzan a ser acosados por movimientos fundamentalistas islámicos sunníes (Hermanos Musulmanes, Muyahidines), que poco a poco van saliendo de la marginalidad y ganando presencia pública con una doble estrategia electoral-propagandística y de violencia política, aprovechando el patronazgo de Arabia Saudí y el apoyo armamentístico de Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría contra la URSS. Igualmente, se benefician de la pérdida de popularidad del panarabismo laico tras las sucesivas derrotas sufridas en el campo de batalla contra Israel, que los fundamentalistas achacan al alejamiento de Allah y del Corán. No obstante, el primer movimiento islamista en tomar el poder será curiosamente chií, el del Ayatollah Jomeini en Irán (derrocando además a un aliado de Estados Unidos, la Persia laica de la dinastía de los Reza-Palevi), cuya revolución del Wilayat-al-Faqih modificará la geopolítica de toda la región. En el terreno de las relaciones internacionales, este panislamismo también quedó patente incluso jurídicamente, ya que en 1972 se creó la Organizaciòn de la Conferencia Islámica (OCI), la primera organización internacional gubernamental de carácter puramente religioso, y una década antes, se había formado la Liga Islámica Mundial, de carácter no gubernamental (ambas controladas por Arabia Saudí). La reconstrucción de la umma perdida del profeta, el retorno a los pilares del islam, el rechazo al imperialismo oocidental-sionista, la aplicación de la sharía y el recurso a la yihad se convertirán en poderosísimos elementos de acción política y propagandística que fascinarán tanto a masas como a dirigentes, en un panislamismo capaz de llenar de contenido las agendas de colectivos político-sociales muy diversos desde Marruecos hasta Indonesia y desde Turquía hasta Nigeria, sin olvidar a los inmigrantes musulmanes residentes en Occidente, para los que el islam político supondrá además una revitalización comunitaria frente a la ausencia de identidad, a la falta de expectativas y a los ataques xenófobos.
Las coincidencias entre estos tres fundamentalismos (por mucho que en su propaganda proclamen hacerse la guerra de cruzada entre ellos) son muy perceptibles: religión política, interpretación literal y estricta de los textos sagrados, demonización de la modernidad y del progreso, condena de la libertad de expresión y sexual, xenofobia, cultura patriarcal, odio a la diversidad y planteamiento marcial de la sociedad (ideal del “monje-guerrero” medieval). Este proceso de adoctrinamiento fanático sobre sus fieles (propaganda político-religiosa) lleva en ocasiones a algunos de sus más vehementes seguidores a cometer atentados terroristas, por lo que como observará el lector, la religión está íntimamente relacionada con la guerra psicológica, más aún si cabe en nuestros días. Además, en términos propagandísticos, las NTICs les brindan nuevos canales, medios y posibilidades de difusión, produciéndose el paradójico fenómeno de que estos grupos ultrarreligiosos fundan la ideología más retrógrada con la tecnología más puntera, como una de las nuevas paradojas de la postmodernidad y del ya señalado nuevo medievalismo.
V. Conflictos religiosos del mundo
Este auge del fundamentalismo religioso, unido a la propia geopolítica de las religiones en el mundo, provoca que actualmente nos encontremos en la esfera de la política internacional con numerosos conflictos de carácter sectario. Algunos se desarrollan entre grupos fundamentalistas y el Estado laico en el marco de una misma cultura, mientras que otros, tienen lugar entre fundamentalismos de varias religiones que colisionan en los límites de las fronteras de su respectiva expansión histórica. Igualmente, el nuevo marco de la multiculturalidad en los países democráticos está generando también conflictos entre mayorías y minorías religiosas, derivados de las dificultades para gestionar la diversidad y la adaptación de sociedades homogéneas a multiconfesionales a causa de los flujos migratorios. En cualquier caso, tanto unos como otros generan en muchos casos situaciones de enfrentamiento y violencia, maximizadas por el elemento de fanatismo que otorga el factor religioso, y en la mayoría de los casos, esconden intereses geoestratégicos y juegos de poder enmascarados por el discurso fundamentalista. A continuación citaremos brevemente los más importantes, ya sean conflictos abiertos o conflictos latentes.
En primer lugar, en América, los principales conflictos religiosos tienen como elemento fundamental el auge del fundamentalismo protestante de corte evangélico. En Estados Unidos, ello le lleva a enfrentarse tanto con la sociedad secular estadounidense como con otras minorías religiosas, aunque por suerte, se trata de enfrentamientos de momento pacíficos dentro del marco de la multiconfesionalid, factor definitorio del modelo político estadounidense desde su fundación. Por su parte, en Latinoamérica, dichos movimientos evangélicos han sido paulatinamente importados desde Estados Unidos, y su incipiente fuerza, les permite en la actualidad disputarle la hegemonía al catolicismo heredero de la etapa colonial, el cual a su vez ha tenido que dar un giro de 180 grados a su discurso teológico y social, basculando hacia los movimientos emancipatorios de izquierdas para tratar de ganarse el apoyo de las poblaciones pobres e indígenas, en aras de poder plantar cara a los evangélicos, más neoliberales y derechistas en sus planteamientos político-económicos y con un sistema de proselitismo y propaganda mucho más dinámico (marketing anglosajón, predicadores televisivos). Los asesinatos de sacerdotes católicos y poblaciones indígenas a manos de escuadrones de la muerte evangélicos y anticomunistas en la Centroamérica de los años 80 o, ya más recientemente, el Golpe de Estado en Bolivia orquestado sobre bases evangélicas y blancas frente al laicismo y al indigenismo del derrocado gobierno socialista, son dos claros ejemplos de estos conflictos.
En Europa, sin duda la región mas secularizada del planeta, podríamos distinguir entre dos tipos de conflictos de índole religiosa: los que enfrentan a las filiales nacionales de la Iglesia Católica con los movimientos laicistas (por ejemplo en España), dentro de una pugna por mantener o eliminar los privilegios jurídicos y educativos de la primera, y los nuevos conflictos con la comunidad musulmana a raíz de las sucesivas oleadas de inmigrantes procedente del Magreb y de Oriente Medio. Los diversos atentados terroristas de corte yihadista que han golpeado al continente europeo desde el comienzo del nuevo milenio (Madrid, Londres, París, Niza, Barcelona), no han hecho sino complicar aún más esta relación intercivilizatoria, en la que tanto la extrema derecha europea como el islam político fundamentalista actúan como las dos caras de una misma moneda, retroalimentándose entre ellos con discursos xenófobos e identitarios que desempolvan el viejo espíritu medieval de la cruzada y de la yihad, provocando que incluso derechos consagrados en las sociedades laicas como la libertad de expresión o el derecho a la blasfemia comiencen a ser nuevamente cuestionados (como demuestra el intenso debate que está teniendo lugar en el seno de la sociedad francesa a raíz del atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo que publicó unas caricaturas de Mahoma). No obstante, también se han producido recientemente en el continente conflictos religiosos más clásicos y de corte puramente fronterizo, como las guerras fratricidas e interconfesionales en el Ulster (entre irlandeses católicos independentistas y británicos protestantes unionistas) o en los Balcanes (entre serbios ortodoxcos, croatas católicos y bosnios musulmanes).
En África, un continente caracterizado por la multiconfesionalidad (islam, diversos cristianismos, animismos ancestrales), los conflictos en muchos casos obedecen a un factor mas étnico que religioso, como consecuencia del trazado de fronteras artificiales por parte de las antiguas potencias coloniales, y que las aún jóvenes naciones africanas arrastran como una losa, ya que etnias rivales quedaron encuadradas en un mismo Estado, mientras que una misma tribu era dividida en dos por una linea artificial. No obstante, el factor religioso también ha ido ganando en importancia, y por ejemplo en Sudán, el enfrentamiento entre la mayoría musulmana del norte (con una visión del islam muy integrista) y las minorías cristianas y animistas del sur (perseguidas y hostigadas por los musulmanes) dio lugar a sangrientos enfrentamientos que finalizaron con la independencia del sur y la creación de un nuevo Estado (Sudán del Sur). Del mismo modo, el auge del yihadismo en regiones como el Sahel o el Cuerno de África, con grupos terroristas como Al-Shabbab en Somalia o Boko Haram en Nigeria, también viene a confirmar una tendencia a la que desde luego tampoco escapa el continente africano, y que además en su caso, se ve acrecentada por la extrema pobreza de sus poblaciones, la violencia de los señores de la guerra y el expolio de materias primas por potencias extranjeras que tiene lugar constantemente en dichos Estados fallidos.
En cuanto a Oriente Medio, nos encontramos sin duda con la región geopolítica más sacudida por los conflictos de índole religiosa. El enfrentamiento entre el islamismo sunní y chií (liderados respevctivamente por Arabia Saudí e Irán), ha llevado en las últimas décadas a que se produzcan grandes conflictos entre los propios musulmanes, como en los casos de Irak o Siria. Además, minorías religiosas como los cristianos, los drusos o los yazidíes también introducen un importante factor de complejidad, ya que en muchos casos, dichas comunidades se terminan aliando con los movimientos y gobiernos seculares (en claro retroceso en las últimas décadas) por una cuestión de pura supervivencia, ya que la alternativa es en muchos casos la persecución, la desaparición y la imposición de la sharía. Además, no hay que olvidar que estamos hablando de la región germen del yihadismo, cuyos máximos exponentes actuales son los grupos terroristas Al Qaeda y Daesh, ambos con proyección global. No obstante, sin duda el conflicto más importante en la región es el de Palestina, un conflicto que se prolonga ya desde hace más de medio siglo y que enfrenta a árabes e israelíes por un territorio cuya posesión se nutre de mitología religiosa (la tierra prometida, la ciudad santa), agudizado además por el auge tanto del islamismo radical como del judaísmo ortodoxo. Finalmente, por su extrema complejidad, sería interesante destacar también el conflicto del Líbano, un territorio muy reducido en donde conviven, en situación de extrema fragilidad, 18 grupos religiosos (cristianos maronitas, cristianos ortodoxos, cristianos armenios, musulmanes sunníes, musulmanes chiíes, drusos), y cuyo enfrentamiento ya provocó una sangrienta guerra civil en los años 70 y 80 (fomentada también por potencias exteriores como Israel y Siria), y cuyas secuelas aún perviven en la sociedad libanesa actual, dividida en barrios religiosos, con milicias confesionales armadas y organizada en base a un sistema político multiconfesional de reparto de cuotas de poder entre los distintos grupos religiosos.
Finalmente, en Asia Oriental, observamos también un tablero internacional con diversos choques político-religiosos. El más importante sin duda es el de la India, que desde su independencia y el fracaso del proyecto político pluralista del líder espiritual Mahatma Gandhi y la consiguiente partición del país en dos Estados (uno de mayoría hinduista, la India, y otro de mayoría musulmana, Pakistán, que a su vez posteriormente sufriría también la escisión de su región oriental, Bangladesh), lleva décadas enzarzada en una dinámica de tensión, violencia y enfrentamientos, lo que amenaza la estabilidad del continente e incluso del mundo, ya que tanto India como Pakistán son Estados dotados de la bomba atómica, y las regiones de Cachemira (con una violencia extrema entre musulmanes e hinduistas por la disputa territorial indo-pakistaní,y donde además China también se suma a la ecuación) y el Punjab (donde la minoría de los sikhs, un sincretismo entre ambas religiones surgido en el siglo XVI, busca la independencia nacional también por la fuerza de las armas) se han convertido en auténticos polvorines, sobre todo a raíz del llamado “incidente de Ayodhya”. Igualmente, merece la pena destacarse el conflicto de Sri Lanka (entre la mayoría cingalesa budista y la minioría tamil hinduista, y en donde los musulmanes juegan un papel de bisagra), el del Tíbet (entre el gobierno comunista chino y la población tibetana budista) y el de Filipinas (entre la mayoría católica y las regiones independentistas musulmanas del sur, articuladas políticamente en torno al Frente Moro de Liberación y a grupos radicales yihadistas como Abu Sayaf).
VI. Conclusión
En resumen, el estudio de la geopolítica de las religiones nos permitirá analizar un factor fundamental del poder político, tanto histórico como actual, ayudándonos así a comprender mejor las causas de muchos de los conflictos internacionales que estamos viviendo en los albores del siglo XXI, y en donde el “nuevo medievalismo” de la nebulosa sociedad postmoderna, tan carente de seguridades y certezas, sin duda constituye el caldo de cultivo perfecto para ese “retorno del chamán”. Al mismo tiempo, conocer la idiosincrasia de diferentes civilizaciones abrirá nuestra mente a otras formas de entender el mundo y nos otorgará valiosos instrumentos para gestionar mejor la diversidad religiosa en el marco de sociedades verdaderamente laicas, en aras de prevenir posibles nuevos conflictos de carácter identitario.
El intrigante personaje Petyr Baelish “Littlefinger” (cortesano de palacio y también regente de un lupanar de lujo), en un diálogo con Lancel Lannister (un exaltado miembro del grupo fundamentalista “Militantes de la Fe” que acaba de tomar el poder en la capital del reino), nos dejaba en uno de los capítulos de la serie Juego de Tronos una magistral lección que a nuestro juicio resume muy bien la faceta mítica, ideológica y propagandística de la religión, así como la necesidad de aprender geopolítica de las religiones en la actualidad para tratar de comprender mejor los conflictos internacionales del siglo XXI:
– ¡Lord Baelish!
– Lancel Lannister…
– Ahora soy el hermano Lancel, abandonamos nuestro apellido.
– Menudo apellido para abandonar…
– La ciudad ha cambiado desde que os fuisteis. Inundamos las cloacas de vino, destruimos los falsos ídolos y pusimos en fuga a los impíos.
– Bien hecho… Vengo por un asunto urgente con la reina madre. ¿Debo informar de mi retraso?
– Tened cuidado Lord Baelish. Hay poca tolerancia para los vendedores de carne en la nueva ciudad.
– Ambos vendemos fantasías hermano Lancel; las mías resultan ser mucho más entretenidas.
(Petyr Baelish “Littlefinger” y Lancel Lannister)
Miguel Candelas – @MikiCandelas
Politólogo, experto en propaganda y geopolítica. Profesor de comunicación política en la Universidad de Alcalá. Analista político en diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Autor de los libros «Cómo gritar Viva España desde la izquierda» (2014) y «Juegos de Poder» (2016). Co-autor del juego de mesa «Rex Ibéricus» (2018).
Director, organizador y profesor del curso online “Geopolítica de las religiones”, ofertado actualmente por el Centro de Estudios de Geopolítica y Seguridad (CEDEGYS).
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