Sí, en la misma ceremonia de los funerales de Estado hay quienes están sacando sacrílega tajada de cadáveres.
En efecto: como denuncia un diario de Barcelona, no ha servido de nada que “una parte de los 190 muertos no sean católicos, sino rumanos y búlgaros ortodoxos, marroquíes musulmanes o, por qué no, españoles o latinoamericanos protestantes, judíos o no creyentes”. A pesar de la demanda de muy distintas y respetables confesiones religiosas, y de lo que se hizo en Estados Unidos tras el 11-S, y del ejemplo de tolerancia que acaba de dar el gobierno Marruecos, al celebrar honras fúnebres interreligiosas por todas las víctimas del 11-M, el Gobierno español en funciones ha ordenado un funeral exclusivamente católico, y la Iglesia favorecida se ha aprovechado, con la más completa falta de aquella caridad que Jesús ponía como signo distintivo de su autenticidad, de ese inicuo y macabro privilegio.
Gestos como este ponen al desnudo, con la contundencia de los hechos indiscutibles, que tipo de jerarcas civiles y religiosos todavía padecemos, y quienes son los que fomentan el fanatismo y la inseguridad, la sangre que está recayendo hoy sobre nosotros y sobre nuestros hijos.