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Francisco define la tríada que marcará la relación con la Rosada

El Papa tiene ocho semanas para definir quién será el nuevo obispo de Buenos Aires.

Desde que el cardenal primado de la Argentina Jorge Mario Bergoglio se transformó en el Papa Francisco, la agenda diplomática entre Buenos Aires y el Vaticano comenzó a transitar el delicado equilibrio que debe recorrer el gobierno de un país cuando tiene del otro lado del mostrador a un Sumo Pontífice de su misma nacionalidad.  

La experiencia no es nueva en Europa, pero es la primera en toda la historia americana. El Papa, desde la semana pasada, no sólo es el primer latinoamericano y jesuita. También es el primer Santo Padre argentino en los 2013 años de historia de la Iglesia Católica Universal, un dato que cambiará y definirá la relación política entre Buenos Aires y el Vaticano para siempre. El capítulo inaugural de ese proceso arrancó apenas salió humo blanco del cónclave y la presidenta Cristina Fernandez recibió la inesperada confirmación de una elección papal, que ni el propio Bergoglio se animaba a asegurar. 
 
Ha pasado una semana desde que la noticia impactó en todo el mundo, y la primera interpretación, puertas adentro de la Casa Rosada, es que el encuentro entre CFK y Bergoglio no sólo fue inesperado, por su duración, sino estrictamente reservado. Por ahora, no se sabrá con certeza la dureza o frescura que compartieron la presidenta y el nuevo Papa. 
 
Sin embargo, ese almuerzo, estrictamente secreto, será recordado en el futuro como el nuevo punto de partida de la estrecha relación política que mantendrá Buenos Aires con Roma, desde que un argentino, y jesuita, está sentado en el trono de San Pedro. 
 
De la cita sólo quedó la imagen cordial de ambos rodeados de obsequios mutuos, la mención a la Patria Grande y el relato del encuentro en boca de la presidenta. El acuerdo entre ambos consistió en no aportar ningún detalle sobre la extensa charla, y hasta ahora, la reserva ha sido respetada como una cláusula de hierro. "Así se mantendrá por siempre", advierten desde la Casa Rosada. 
 
El vínculo, qué duda cabe, no era el gesto más deseado por las principales figuras de la oposición local, que esperaban a un Papa distante de la primera mandataria, que le prodigara una dureza suficiente como para desautorizarla. Luego de los besos, los regalos y los secretos; los adversarios políticos del kirchnerismo ahora reconocen que la Casa Rosada tuvo un buen manejo del timing para "vincular a la presidenta a la nueva comunicación papal antes que nadie lo hiciera". En rigor, aclaran dentro de la Catedral Metropolitana, nada de eso habría pasado si Bergoglio se hubiera negado, pero el gesto papal revela que la relación entre los dos ex vecinos de la Plaza de Mayo no era tan mala como muchos suponían, o quisieron creer. 
 
Después del almuerzo entre argentinos, la comunicación papal también sorprendió a la delegación presidencial, especialmente cuando Francisco  pidió la bendición de su público antes de cumplir con la liturgia, o cuando se abalanzó sobre los fieles, en un desacartonamiento romano que despertó, paradójicamente, algunos recuerdos del primer kirchnerismo, ese que el entonces cardenal criticó pero también, en silencio, admiró desde sus oficinas arzobispales. 
 
En ese contexto, el mejor escenario posible para la Casa Rosada en su relación con el Vaticano es la cordialidad, ya que el peso político del Papa sobre la Iglesia argentina será enorme y contará de una tríada de representantes en Buenos Aires. 
 
El primero será el próximo arzobispo de Buenos Aires, que deberá ser designado por Bergoglio, en las próximas ocho semanas, a partir de una terna que por ahora incluye al arzobispo de Corrientes, Andrés Stanovnik; al obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano; y al administrador de la Arquidiócesis porteña, Joaquín Sucunza, que fue acusado por un fiel de adulterio, en una causa judicial en la que terminó sobreseído. 
 
El dedazo papal, si beneficia a Sucunza, sería un poderoso gesto mundial contra el celibato y a favor de los curas que dejaron los hábitos para casarse. El sucesor de Bergoglio en la Catedral será ordenado cardenal de inmediato por Francisco, ya que Buenos Aires es sede primada, y se podría transformar en el próximo presidente de la Conferencia Episcopal.  
 
Ese poder, administrado desde Roma por el propio ex arzobispo porteño, también tendrá al nuncio apostólico, Emil Tscherrig, como la tercera parte de una tríada de representantes con los que deberá lidiar la Casa Rosada, bajo el paraguas de la cordial relación entre CFK y el primer papa jesuita y argentino de la historia. Serán las escenas de la "diploma secreta", que definió el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, cuando salió a defender al nuevo Papa. «
 
Sorpresa Oposición
Los adversarios políticos del kirchnerismo ahora dicen que hubo un buen manejo de la Rosada.

Intrigas por el secretario de estado

Como pocas veces en la historia de la Iglesia Católica, la designación del próximo arzobispo de Buenos Aires, concentrará una gran atención mundial, porque su nombre quedará en manos de Francisco, el Papa que antes de sentarse en el trono de Pedro, fue el último arzobispo porteño, cuya sede vacante debería ser cubierta en las próximas “ocho o 12 semanas”. Pero antes que el dedazo papal pase por Buenos Aires, el dilema del poder no saldrá de los límites del Vaticano, especialmente por la intriga que rodea al próximo secretario de Estado de la Santa Sede, hoy en manos de Tarcisio Bertone, un viejo adversario de Bergoglio que mantuvo una amarga tirantez por medio del nuncio Adriano Bernardini que dejó Buenos Aires hace un año. Bertone, tiene la salida casi asegurada y podría ser remplazado por el arzobispo de Quebec, el canadiense Marc Ouellet, o el cardenal brasileño Claudio Hummes, que ya dijo que desea volver a San Pablo. En el caso del “quebecoise”, sería un gesto para uno de los cardenales más votados, que cosechó el apoyo de casi todos los obispos norteamericanos, la base de votantes que ungieron Papa a Bergoglio.
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