Imaginemos que alguna asociación de ateos hiciera una campaña con el eslogan que da título a esta columna y lo pusieran en todas las marquesinas cercanas a los templos donde se proclama el acto sexual solo para procrear –o eso dicen–. Con lo mal visto que está el sexo, seguro que alguien diría que eso es alentar el delito de escándalo público y no duraría mucho. Entonces, imaginemos que nos fuéramos a las puertas de los cementerios a repartir a todos los que entierran a los suyos creyendo en la vida eterna, a los que viven a medias suponiendo que después de muertos es cuando llega la vida entera, octavillas que digan que vivir solo está garantizado mientras respiras.
Nosotros también podríamos decir que lo hacemos para salvar vidas, incluso para salvar al mundo que no se salva a sí mismo porque ya nos salvaremos cuando estemos bajo tierra. Sigamos imaginando e imaginemos tantas cosas inimaginables en este país y en otros muchos en los que por mucho menos te llevan a un juzgado por delito contra los sentimientos religiosos, que aquí está tipificado con penas de entre seis meses y un año de prisión y entre 12 y 24 meses de multa. Sin embargo, incitar a acosar a las mujeres en las puertas de las clínicas abortistas como hacen estos carteles en 33 ciudades de España parece ser, por ahora, alegal, a juzgar por la inacción de la fiscalía ante la última ocurrencia del vallismo ultra que nos acecha.
Dicen los que saben de marketing y de vallas que les sale gratis si no incitan directamente a delinquir; si le buscan la manera, como esta vez –rezar no es ilegal–, puede valer y cuela. Ya lo vimos con los carteles de Vox en la campaña electoral de Madrid. Mentían sin rubor sobre los menores no acompañados y los criminalizaban y allí siguieron. Parece que solo depende de cuán de derechas sea el juez al que llegue la denuncia que alguien ponga, porque se ve que la fiscalía está a otras cosas. También puede ser que algunos alcaldes sean más razonables que otros. Valencia, Murcia y Vitoria ya han retirado la campaña pro acoso de quién va a abortar, mientras Almeida, el alcalde de la capital y portavoz del PP, ha vuelto a agarrarse a la libertad para defender solo la de los suyos.
Y claro, las preguntas surgen a borbotones ante agravios comparativos tan bestias. ¿Será que creen que los que no creemos en su religión no tenemos sentimientos? ¿O será que nuestros sentimientos les importan un bledo? ¿Qué hay de los sentimientos de las mujeres que toman esa decisión difícil y merecen que las dejen tranquilas tanto o más que a quienes van a misa o a un cementerio? ¿Qué hay de los sentimientos de los que solo creemos en el estado de derecho, en la legislación vigente, en definitiva, en la democracia por encima de las morales de cada cuál, que están muy bien para cada casa?
Dicen los responsables del último vandalismo ultra que van a las clínicas antiabortistas a hacer reflexionar a las mujeres que han decidido abortar. ¿De verdad creen que vamos a abortar sin venir reflexionadas de casa? ¿No será que cómo no les gusta nuestra reflexión tratan de imponernos la suya con los chantajes emocionales de toda la vida? ¿Por qué no se manifiestan a favor de la vida de verdad en vez de a favor de la vida quimera y en contra de las mujeres, como siempre, desde hace tantos siglos y siguen y no paran? ¿A cuántos potenciales medioniños mata un hombre con cada paja y se lo perdonan con tres avemarías?
¿Qué le pasa al catolicismo de este país que no clama porque la fiscalía abra investigación de oficio por las muertes más que sospechosas de más de 20.000 ancianos en residencias en el principio de la pandemia? Madrid, Catalunya, Castilla-León y Castilla-La Mancha tendrían que rendir cuentas por nuestro pequeño gran genocidio y casi nadie lo dice a las claras. ¿Será que esas vidas importan menos? ¿No estaban esos ancianos más vivos que los fetos que tanto defienden los ultras hipócritas? ¿Será que defenderlos no es atacar a una víctima fácil y veterana? ¿Será que los viejos ya tenían ganado el cielo?
Atrévanse a defender a los vivos en serio y dejen de coartar la libertad de la mitad del mundo solo porque tiene tetas. Déjennos en paz de una vez. No nos quieren en sus filas y tampoco nos dejan en paz fuera de ellas. La Iglesia católica es la última gran institución de Occidente que sigue discriminando a las mujeres de sus círculos de poder sin que nadie se lo prohiba, sin que nadie señale su ofensa. Roma y todas sus sucursales incumplen las leyes de igualdad más básicas; quizá por eso se ven legitimadas para animar a que sigamos siendo ciudadanas de segunda. Personas a las que pueden hostigar si no hacemos lo que les gusta.