Un alarmado y mediático padre refería hace poco que en un exorcismo por televisión presintió una fuerza extraña y pavorosa, "la fuerza del mal" dijo.
Alguna vez tuve que poner en conocimiento del Tribunal de Ética Médica de Bogotá, el caso de un colega que hacía "regresiones a vidas pasadas" en un show televisivo, incluidas las preguntas que el Tribunal debía formularle: ¿Hace este doctor, ciencia, religión o comercio? El colega me retiró el saludo, pero no volvió a sus andanzas.
Los religiosos sanadores y exorcistas que curan toda especie de males "porque el que sana es el de arriba", incurren en ejercicio ilegal de la medicina, aunque teóricamente no cobren por ello. Pues aunque de médicos, poetas y locos todos tenemos un poco, no se debiera permitir tan descarada amenaza a lo más preciado: la salud humana, impunemente. Ese ejercicio es pura ignorancia.
Pues ¿Qué puede saber de medicina un cura que no ha estudiado los siete años de formación profesional básica? Si lo que estudian son los Evangelios ¿A qué horas aprenden semiología, patología, epidemiología o técnica quirúrgica? ¿Cuál experiencia clínica ostentan y en qué hospitales universitarios?
Es irresponsable opinar de lo que no se sabe. Si me preguntan cuántas vigas de acero requiere aquel edificio o ese puente contesto que no sé, no soy ingeniero. Es tema de especialistas.
En su 'revolución cultural', el dictador Mao Zedong improvisó los médicos descalzos, que iban descalzos, tal era la miseria de su gobierno, pero no eran médicos: recitaban unas cartillas, elementales incluso para enfermeros. Lo hacía con fines estratégicos.
Con fines proselitistas algunos curas se declaran poseedores del don de curar, con la primitiva concepción mágico-animista de que la enfermedad es causada por malos espíritus. Nos retroceden así milenios en ciencia.
Una propuesta para los acuciosos padres exorcistas: que ellos no hagan medicina y los médicos no cantamos misa.
Rafael Salamanca / Psiquiatra