La gran mayoría de estados miembros tiene tasas de inmunización contra el sarampión por debajo de lo que recomienda la OMS. La religión puede estar jugando un papel determinante
Este año, Europa ha sufrido dos epidemias severas, la de la gripe y la del sarampión. Ambas han provocado cientos de víctimas, demasiadas, ya que eran evitables.
Según el Sistema de Vigilancia de la Gripe en España, durante la última campaña se han producido en nuestro país “unos 700.000 casos leves y alrededor de 52.000 casos hospitalizados, de los cuales 14.000 tuvieron complicaciones graves y 3.000 requirieron ingreso en la UCI”. En total, 927 personas han fallecido en los últimos doce meses por gripe, el doble que el año anterior.
El 49% de ellas formaba parte de los grupos recomendados de vacunación aunque nunca pasaron por su centro de salud para recibir su dosis.
En paralelo, y aunque España no ha sido de los países más afectados por la epidemia europea de sarampión, los casos se multiplicaron por cuatro durante 2018. Evidentemente, no estábamos lo suficientemente preparados, es decir, vacunados. Los últimos datos del Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) revela que en Europa solamente seis países pueden presumir de tener a un 95% de su población con dos dosis de la vacuna triple vírica: Portugal, Suecia, Croacia, Islandia, Hungría y Eslovaquia.
¿Por qué la inmunidad de rebaño se cifra en un 95% y no un 100% de la población? Ese margen se deja, principalmente, a personas para las que la vacuna podría suponer una contraindicación médica, por ejemplo a quienes sufran alergias a las mismas. Sin embargo, otros colectivos están empezando a incluirse en esa excepcionalidad de no vacunarse.
En Polonia, que vivió a principios de noviembre el comienzo de una nueva epidemia de sarampión, la vacunación es obligatoria. Sin embargo, han registrado en la primera mitad de este año 34.000 negativas a recibir la vacuna, más que en todo el año anterior. En los últimos ocho años, los padres polacos han presentado 140.000 instancias para evitar que sus niños sean vacunados.
El ejemplo polaco es paradigmático, pero no aislado. En las encuestas de salud pública que realiza la Comisión Europea, Polonia siempre suele estar al fondo de la tabla en cuanto a confianza en las vacunas: ¿Son importantes para mi hijo? Frente a la media europea del 90% sólo el 76% de los polacos cree que lo son. ¿Las vacunas son seguras? Para el 82% de los europeos sí, pero sólo para el 72% de polacos. ¿Son efectivas las vacunas? Para nueve de cada diez finlandeses o portugueses, sin duda lo son, pero de nuevo, apenas siete de cada diez polacos lo afirman.
La clave de toda esta desconfianza está en otra de las preguntas de la encuesta: ‘¿Son las vacunas compatibles con mis creencias religiosas?‘
Para los españoles, las vacunas no suponen ningún problema. En 2016, el 90% estábamos de acuerdo con esta afirmación. Sin embargo, en Polonia esta cantidad baja hasta el 59% de la población, la cifra más baja de toda la Unión Europea. ¿Por qué?
El factor religión entra en juego
El pasado 3 de octubre, una asociación polaca llamada Stop Nop presentó ante el Parlamento 121.000 firmas a favor de abolir la obligatoriedad de las vacunas en el país centroeuropeo. Una de las cláusulas exige a los fabricantes proporcionar “información sobre los tipos de vacunas y cuales de ellas están producidas sobre la base de líneas celulares humanas derivadas de abortos“.
Llegamos a la (célula) madre del cordero. En efecto, el temor a que algunas vacunas puedan obtenerse a partir de fetos abortados estaría en la base de ese rechazo a la vacunación entre colectivos religiosos. De hecho, en Estados Unidos —donde los estados tienen potestad para decidir si la vacunación es obligatoria o voluntaria— ya se viene registrando desde hace unos años un aumento de las personas que se registran en esta lista de exentos por religión, algo que permiten 48 de los 50 estados.
En Oregon, un análisis realizado este mismo año por el periódico ‘The Oregonian’ mostraba que dos de cada tres escuelas de primaria estaban por debajo del umbral de inmunidad, es decir, que si el sarampión entrase en esos colegios no habría suficientes niños vacunados como para contener una epidemia. Y la principal culpable de esta situación es la exención de la vacunación por motivos religiosos.
En 2005, el Vaticano se vio obligado a emitir un comunicado en respuesta a la petición de Debra L.Vinnedge, una mujer de Florida que en 2003 preguntó al cardenal Joseph Ratzinger si debía vacunar a los niños teniendo en cuenta el controvertido origen de algunas vacunas. La Pontificia Academia para la Vida dedicó entonces dos años a estudiar las evidencias científicas disponibles y concluyó que los cristianos tenían la responsabilidad de buscar vacunas alternativas a aquellas que tuvieran problemas morales, y en caso de no haber alternativa, se les permite usar esas vacunas siempre y cuando no hacerlo suponga un riesgo mayor.
“La razón moral es que el deber de evitar la cooperación material pasiva no es obligatorio si existe un grave inconveniente”, rezaba el comunicado vaticano, que posteriormente fue publicado en la revista ‘Medicina e Morale‘. “Además, encontramos, en tal caso, una razón proporcional para aceptar el uso de estas vacunas ante el peligro de favorecer la propagación del agente patológico debido a la falta de vacunación de los niños”.
Religiosos y antivacunas
Factores como la guerra en Ucrania o la exclusión social de gitanos en Grecia y Rumanía fueron las principales causas para que el brote de sarampión de principios de 2018 fuese uno de los más virulentos en los últimos años, pero tampoco habría sido posible si las tasas de vacunación en Europa Occidental (principalmente Francia) no hubieran sido tan bajas.
Pero… ¿existe relación entre los grupos antivacunas y los religiosos que recelan de ellas? Un estudio publicado en el ‘Croatian Medical Journal’ en 2016 abordaba precisamente este asunto: “Uno de los motivos utilizados por los que se oponen a la vacunación es la especulación en torno a las creencias religiosas”, decían los autores. “Recientemente, el movimiento antivacunas comenzó a extenderse activamente en monasterios, iglesias y a través de vídeos de producción propia”. Así es como una cuestión esencialmente médica “se convirtió en tema de discusión entre personas creyentes”.
La cuestión no afectó solo a los cristianos. En 2008, el sínodo de la iglesia ortodoxa rusa se manifestó claramente en contra de los antivacunas: “La vacunación es una poderosa herramienta de prevención de enfermedades infecciosas, algunas de las cuales son extremadamente peligrosas”, escribieron. “En algunos casos, las inoculaciones realmente causan complicaciones que a menudo suelen estar relacionadas con el incumplimiento de las reglas de vacunación, tales como su uso en niños debilitados”.
Por desgracia, no todas las religiones tienen las cosas igual de claras, y ya se sabe: a río revuelto, ganancia de antivacunas. Por ejemplo, en Holanda hay muchas escuelas antroposóficas —una escuela de pensamiento inspirada en Rudolf Steiner y con bastante predicamento en Europa Central— donde la tasa de vacunación es sensiblemente menor al resto del país.
Para algunas religiones, el asunto de las vacunas también ha generado debates teológicos. Por ejemplo los musulmanes no tienen permitido comer alimentos ‘haram’ sino sólo aquellos ‘halal’, es decir, que hayan muerto acorde a los preceptos del Corán. Dado que las vacunas contienen a menudo gelatina de origen animal, para muchos musulmanes generaban un problema. Se resolvió de forma general aceptando que las vacunas no formaban parte de la dieta y que además protegían la vida, por lo que cumplían con los preceptos de prevenir el daño (‘izalat aldharar’) y garantizar el interés público (‘maslahat al ummah’).