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Estado secular, escuela laica

El galimatías que se traen los senadores por las reformas al artículo 24 de la Constitución, muestra que el pensamiento de derecha es militante y gana adeptos Hoy es necesario plantear una defensa cerrada de la educación laica. Un precepto que

Saber que el presidente Calderón y los cuatro aspirantes a sucederlo estuvieron atentos en la misa que ofreció el papa Benedicto XVI, el jerarca de la Iglesia católica romana, no el jefe del Estado Vaticano, me hacen pensar que habrá nuevas andanadas contra el laicismo. El galimatías que se traen los senadores por las reformas al artículo 24 de la Constitución muestra que el pensamiento de derecha es militante y gana adeptos.

Hoy, como muchas veces en el pasado, es necesario plantear una defensa cerrada de la educación laica. Un precepto que costó sangre y sacrificios.

La lucha por la conducción filosófica de la educación mexicana entre liberales y conservadores se remonta a los primeros años del México independiente. El momento culminante de la idea liberal llegó con las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857.

Los conservadores amparaban la educación católica como la oficial y su enseñanza en las escuelas, mientras que los liberales invocaban al laicismo como el principio fundamental de la educación mexicana. Los liberales postulaban los principios del Estado secular, independiente de la Iglesia católica.

El Congreso Constituyente de Querétaro consagró el principio liberal, mas con un toque jacobino. El texto del artículo tercero en la Constitución de 1917 fue parco, ratificó el principio de la enseñanza libre, el laicismo, la gratuidad de la educación primaria y la prohibición a las corporaciones religiosas y ministros del culto a establecer o dirigir escuelas.

En la política práctica, las corrientes jacobinas entendieron al laicismo como una lucha permanente contra el clero católico y su influencia en la educación y la vida social.

El texto vigente del artículo tercero, fracción I, asienta: “Garantizada por el artículo 24 la libertad de creencias, dicha educación será laica y, por tanto, se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”. Un texto claro, sin adornos ni radicalismo.

La Cámara de Diputados, con una votación de 363 votos a favor, uno en contra y ocho abstenciones, aprobó una reforma al artículo 40 de la Constitución, el 11 de febrero de 2010.

Parecía seguro que se aprobaría la nueva redacción de dicho artículo: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica, federal…” En sentido estricto, en lugar de laica debería decir secular, pero el espíritu de la reforma era claro. Significa el respeto por parte del Estado de los derechos básicos de los mexicanos: la libertad de conciencia, la no discriminación y el pleno reconocimiento de la pluralidad religiosa en una sociedad democrática.

Sin embargo, el proceso de reforma no se completó. La jerarquía católica movió sus hilos y en el Senado se frenó la reforma al artículo 40 y, a propuesta de senadores del PAN y del PRI, se propuso modificar el artículo 24. El texto vigente es sólido: “Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley”. Pero se propone la jerigonza: “Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar en su caso, la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, en las ceremonias, devociones o actos de culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política”.

Lo único sensato es el cambio de palabras: persona por hombre.

Porque, bien leído, este texto es una contrarreforma al artículo 40, es la negación del laicismo y del Estado secular.

Si eso prospera, no tardarán las voces que exijan enseñanza religiosa en las escuelas públicas.

Es una amenaza al orden liberal que trajo estabilidad al país, es abrir heridas que hace mucho debieron sanar.

Me tranquiliza un poco pensar que los candidatos y la candidata a la Presidencia de la República asistieron a la misa que ofició el papa Ratzinger por cálculo político, por afanes electorales, no por ferviente fe.

   Carlos Ornelas  Académico de la UAM

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