En la edición del 23 de diciembre, Fco. Javier Astaburuaga expone una caprichosa definición conceptual de laicidad.
En realidad, el vocablo “laicidad” se refiere a una cualidad que emana del carácter laico de un proceso, de una institucionalidad, de un ambiente o de una sociedad.
Como todo sustantivo abstracto, la laicidad es una cualidad que se logra sobre la base de percepciones y sensaciones. Puede existir un Estado laico, por ejemplo, pero la percepción o la sensación de las personas es que no hay una condición efectiva de laicidad. Es lo que ocurre en Chile, donde hay un Estado laico nominal, pero no hay laicidad en su ambiente institucional.
La definición que hace Astaburuaga es sesgada, ya que la laicidad no se refiere sólo al respeto mutuo y a la autonomía entre las confesiones y los poderes del Estado, dado que no se trata de una relación entre iguales, sino de una cualidad sistémica donde el Estado prescinde de toda creencia o afirmación confesional en su marco constituyente, legal e institucional. Así, la laicidad como tal se alcanza cuando todas las creencias y las no creencias reconocen que el Estado es neutral respecto de las afirmaciones que cada cual hace sobre las explicaciones del existir humano, su origen y su destino ulterior.
Y el sesgo se hace presente nuevamente cuando define de manera muy tendenciosa al laicismo. Lo concreto es que hace tiempo se entiende al laicismo como una doctrina que propende a la independencia de la sociedad y del Estado respecto de cualquier pretensión de hegemonía confesional.
El laicismo como doctrina no tiene una posición hostil hacia el hecho religioso, ni contra principio religioso alguno, que es parte del derecho de conciencia de toda persona. A lo que se opone es al confesionalismo; es decir, a la conducta o acción que busca la imposición totalizante de una fe sobre una sociedad y sobre las estructuras del Estado.
Si analizamos la realidad de la sociedad chilena y su institucionalidad llegaremos a la conclusión de que estamos muy lejos de una condición palpable de laicidad. Por el contrario, y sin esfuerzo, llegaremos a un diagnóstico de atosigante confesionalidad.