«El PP ha sido el primero en llevar este tema en su programa electoral. En materia de inmigración hace falta tener una política valiente y decidida.» -Alicia Sánchez-Camacho, presidenta del PP de Cataluña-
En las pasarelas municipales el burka marca tendencia, y este año se pondrá de moda. Su prohibición, se entiende. Tras Lleida, varios municipios catalanes quieren seguir sus pasos. Y como pasa con las modas, es previsible que se extienda por toda España, y no quede un solo pueblo que no pueda presumir de ir a la última, siendo año electoral.
Eso sí, las modas textiles suelen cambiar según se popularizan, y cada uno adapta la prenda a su gusto. De manera que, aunque el burka se lleva hasta los pies, pronto habrá quien quiera meterle tijera y, cortando un poco de aquí y otro poco de allá, dejarlo en niqab, después en chador, y por fin en hiyab, para el que sobrará tela con tanto recorte. Así algunos habrán llegado a donde querían, pues el burka es sólo un punto de partida, y cuando decimos burka en realidad estamos hablando de otra cosa: inmigrantes, musulmanes.
Dicen que en España hay sólo un puñado de burkas. Su excepcionalidad no es argumento para rechazar su prohibición, pues si es malo, lo es tanto para mil como para una sola. Pero demuestra que en realidad estamos hablando de otra cosa. De hecho, cuando alguien dice “burka”, todos hacemos automáticamente la esperable asociación mental. Para ayudarnos están los medios, que suelen ilustrar las noticias sobre el burka con fotos de mujeres con hiyab. Ya pasó cuando aquella estudiante madrileña con pañuelo: entonces los periódicos incluían en la misma página –o incluso en la misma noticia- el debate sobre el burka en Francia.
Aunque algunos querrían meter tijera y con la tela de un burka hacer varios hiyabs, e incluirlo todo en el mismo lote, no es lo mismo. En cuanto al burka, no tengo duda en su carácter represivo e impuesto –incluso si dicen llevarlo por gusto-. Pero la prohibición no es el camino. En Lleida se ha vetado en edificios públicos, y estoy seguro de que las normas municipales ya bastaban para impedir algo tan obvio –ocultar la identidad en esos espacios-, sin necesidad de una regulación que aprovecharán los genios de la alta costura para sus creaciones.