El entierro de la contrarreforma de la ley del aborto es una victoria clara del movimiento feminista. No sólo del que ha combatido la reaccionaria propuesta de Gallardón en los últimos años, sino del movimiento feminista que durante décadas viene combatiendo el dominio machista, las leyes restrictivas y la cultura del vivan las caenas hegemónica en España durante siglos y que ponía doble cadena sobre las mujeres. Pero además supone una grave derrota de la jerarquía católica que ya sí puede ir asumiendo definitivamente que ha perdido el control moral y cultural sobre la sociedad española.
El aborto no es cualquier cosa para nuestra Iglesia Católica. Según sus consignas es un infanticidio, el asesinato de más de cien mil bebés al año. Un horror comparable con el nazismo y mucho peor que cualquier otro gran crimen que la humanidad haya perpetrado. Y sin embargo… un gobierno clerical ha tenido que renunciar a prohibir tal horror porque en la gran mayoría de la sociedad española los apocalipsis anunciados con sotana causan una mezcla de irritación, hastío y risa.
No es la primera derrota. Que este mismo gobierno no se haya atrevido a reinstaurar la discriminación a los homosexuales en el matrimonio civil (¿os acordáis de que la situación actual iba a destruir la familia?) ya probaba que el estruendo de los torquemadas se oía tanto sólo porque tienen buenos altavoces.
Más allá de los fracasos del gobierno clerical, todas las estadísticas nos hablan de una acelerada huida de la sociedad española del control vaticano. Es muy significativo que dentro de la gente que se casa (que ya es un sesgo pues muchísimos no católicos vivimos en pareja sin habernos casado de ninguna forma) ya hay más que se casan por lo civil que por la Iglesia Católica. Como lo es que entre los menores de 35 años apenas supere el 50% los que se declaran católicos y de ellos no llegue a un 5% (esto es, 2.5% del total) los que dicen que suelen cumplir la obligación de ir a misa los domingos.
La Iglesia Católica ha dejado de controlarnos. No debería ser ningún drama para ellos: nadie les va a obligar a incumplir su moral, sus costumbres y sus principios, simplemente cada vez les va a resultar más complicado decirnos qué tenemos que hacer los demás y mucho más mantener los pecados en el código penal.
Tienen aún mucho poder. Controlan buena parte de la educación; tienen recursos económicos ingentes gracias a que los gobiernos les permiten incumplir su promesa de hace 35 años de autofinanciarse y a que se les regala ingresos por entradas a buena parte de nuestro patrimonio cultural (que, eso sí, restauramos entre todos, como tiene que ser). Gozan de presencia exclusiva en espacios públicos (capellanes militares, capillas católicas en recintos públicos, estos días descubriremos si aún hay biblias y crucifijos en la toma de posesión de ministros…), se prohibe que los ateos y los laicos expresemos nuestras ideas cuando vienen papas o los católicos deciden que son fechas sagradas… Pero esto ya sólo obedece a que nuestros gobiernos han estado entregados (unos más y con más entusiasmo; otros, el de Zapatero, menos aunque también) y les han prestado una posición de dominio que no sólo no se merecen sino que ha sido nociva, ha generado atraso, falta de libertades, triunfo de la superstición frente a la razón y siempre discriminación a las mujeres, a los homosexuales, lesbianas, a los diferentes…
España sigue concediendo un poder ilegítimo a la jerarquía católica, pero no porque los españoles sigan siendo sumisos y obedientes a sus soflamas sino porque nuestros gobiernos son dóciles a los poderes ilegítimos vengan de donde vengan; y este poder viene de ese pasado nacional-católico que no se quiso conjurar. España ha dejado de ser católica. Ahora falta que el Estado español se entere.
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