Acabamos de ver en la entrada anterior que más allá de los detalles particulares (qué se puede comer y qué está vedado, cuál es el día santo…) las religiones actúan según los mismos mecanismos psicológicos. Igual que una pared la podemos pintar de verde, rojo o amarillo y, aunque parezcan muy distintas, no dejará de ser una pared pintada. Debemos fijarnos en el proceso de pintado, no en el color del pigmento.
Y el proceso, en todas las religiones, es el mismo: la transmisión del dogma desde etapas muy tempranas de la niñez (adoctrinamiento). Para ello, las religiones se centran en dos aspectos:
– recalcar la importancia de la familia, pues es el grupo social que tiene más cerca en sus modelos años de vida y donde escoge sus primeros modelos de conducta.
– extender sus tentáculos en la enseñanza, especialmente la primaria (colegios de monjas, escuelas coránicas…).
Para la reproducción y supervivencia de la religión es fundamental inocular su contenido durante los primeros estadios de desarrollo del cerebro, para que todos los mensajes que le lleguen al niño sean del mismo signo. Luego, según crezca, el sujeto irá reforzando esos dogmas con una impresión falsa de unanimidad, al vivir en sociedades religiosas donde todos han sido de igual forma programados desde la infancia. Esa homogeneidad del pensamiento es ilusoria, ya que no tiene en cuenta que, más allá del horizonte, existen otras sociedades con otros dioses (programada en su niñez de otra forma) o ninguno, e incluso que dentro de esa sociedad existen personas con ideas heréticas, que no pueden tener visibilidad (salir del armario) por estar penada la disidencia o vetada su difusión.
Según las sociedades se abren, se vuelven plurales y multiculturales y aceptan la libertad de conciencia, invento europeo relativamente reciente contrario radicalmente a la doctrina musulmana, para la cual la apostasía es el peor de los crímenes (una de las características definitorias de secta: como un pozo, es fácil caer y muy difícil salir, que se lo pregunten a los del Opus), esta segunda etapa de refuerzo social del dogma inculcado en la niñez se ve enormemente debilitada. El sujeto adoctrinado se ve expuesto a otras ideas divergentes, otras formas de entender la vida más allá de la explicación que le ofrecieron de niño. El joven aprende que hay otras personas que adoran a otros dioses, que no son siempre gentes extrañas que hablan lenguas incomprensibles, sino que pueden vivir en su barrio.
En las sociedades abiertas, el mecanismo de transmisión religioso se resiente. Según cierta religión pierde el carácter de mayoritaria, y deja de ser la única y monolítica colección de valores para transformarse en una opción más, el número de creyentes empieza a decaer, así como la rigidez de su doctrina. Para evitarlo, la religión se encastilla en comunidades cerradas (desde los mormones de Utah a las banlieues magrebís), subgrupos sociales donde el mensaje inculcado en la niñez se siguen viendo reforzado en vez de puesto en cuestión.
La prueba definitiva de lo extremadamente poco libre que es la elección de algo tan importante en el resto de la vida como la elección de los valores morales y metafísicos que guiarán a la persona, es la abrumadora mayoría de personas que, de profesar alguna religión, lo hacen en la que le fue inculcada de niños, en la religión de sus mayores. Luego no se puede hablar de elección, sino de imposición de un conjunto de creencias, por la vía del adoctrinamiento infantil.
Y esto es propio y connatural a todas las religiones, que desde muy temprano comprendieron que necesitan este mecanismo de transmisión, el acceso al niño, para poder perpetuarse. Esto es lo importante, el muro, y cómo el pintor le aplica una capa de pintura. No debemos hablar de religiones sino de religión, del fenómeno religioso, este conocimiento precientífico y dogmático para ofrecer una explicación al mundo cuando no había otra mejor. Luego, dentro de la gama de Titanlux, tienes harta variedad de colores.
Tomemos un sujeto, pongamos un devoto católico de los de misa diaria (mecanismo de reafirmación del dogma) y que reza el rosario a diario (el rezo, la salmodia, repetición monocorde de una misma fórmula, es un antiquísimo mecanismo de anulación parcial de la conciencia, provocando una alteración cognoscitiva similar a otros mecanismos chamánicos para entrar en contacto con la divinidad como el uso de estupefacientes, el furor del baile, la debilidad del ayuno o el vértigo inducido por el giro de los derviches).
A este sujeto se le ha grabado desde niño la veracidad de paparruchas tales como tipiños andando sobre las aguas, sacando panes y peces de la chistera, o convirtiendo, al revés que el mal cantinero, el agua en vino:
Pero realmente, poco importa el contenido de sus creencias, porque de haber sido adoctrinado en otras las creería con igual fervor. Por ejemplo, si en vez de crecer en una familia católica, ese mismo niño hubiera sido educado por una familia de ortodoxos judíos, creería en otro tipo de mamarrachadas. Por ejemplo, en vez de andar sobre las aguas, otro tipiño las partiría en dos con su cayado.
Bueno, en realidad un cristiano debe creer en las mismas chorradas que un judío y, además, las del opúsculo de su profeta ascendido a categoría divina (lo cual supone una blasfemia que pondría los pelos de punta al mismo Jesús).
O, de ser educado por una familia islámica, creería que el Piojoso voló a los cielos subido a un jamelgo alado con cara de mujer.
Aunque podrían decirle que fue en un unicornio azul, en una alfombra voladora o en un pepinillo en vinagre gigante a reacción, el niño se lo creería igual. Porque los niños, cuando son niños, confían en la autoridad de los adultos, y les prestan sus crédulos oídos. Y los adultos, invariablemente abusan de este poder de moldear la madera verde cuanto pueden.
Podemos seguir. Al mismo sujeto, católico, apostólico, romano, adoraría con el mismo candor a dioses pulpo si de pequeño así se lo hubieran enseñado.
O serpientes emplumadas…
Dioses del inframundo con cabeza de chacal…
(es curioso cómo sólo nos parecen grotescas las aberraciones lógicas ajenas a nuestra cultura, que no nos fueron imbuidas cuando niños)
…concepciones virginales, ayuntamientos con humanos, variados cielos, infiernos y un sinfín de historias y patrañas que la fértil imaginación humana ha forjado a lo largo de los siglos para dar explicación a un mundo desconcertante (y que frecuentemente han sido utilizadas por la clase dominante para sancionar su poder y desalentar el cambio social, cuando no para librarse de voces discordantes, desde Sócrates a Giordano Bruno, acusándolos de ἀσέβεια y herejía).
Poco importa el contenido de la religión, y casi nada la base somática del niño. Lo importante es la intensidad del proceso de adoctrinamiento y refuerzo. El mismo cristiano fervoroso que proclama sincero que ha puesto a Jesús en su corazón, pronunciaría con la misma vehemencia y sinceridad el takbir (الله أكبر) de ser educado de la misma forma, pero en un medio diferente y, de hecho, creería que Papa Noël es el único Dios si así se le hubiera enseñado desde bebé.
Es curioso, por cuanto los creyentes consideran que sus convicciones pertenecen a su esencia, hasta que punto éstas son sólo una mera contingencia sobrevenida, que, como el nombre, eligen por nosotros antes de que nuestros pulmones se llenen por primera vez de aire.