La figura del padre santo, del obispo o cardenal que rebosa santidad por todas sus puntas y costados, ha sido un intento logrado: flor de un machaqueo de renglones por años y siglos, obviando toda crueldad del apóstol Santiago degollando.
La llegada a las tierras ibéricas levantinas del que después fuera obispo, Jerónimo de Perigord, que llegaría siguiendo el mismo olor a dinero y recursos del “Principe” Rodrigo Díaz ¿de Vivar?, alias el Cid Campeador, nos quiere decir ahora Google, en un intento que por sí ya era poco el gasto en tabaco de la abuela, encima se queda preñada y pare, que el autor anónimo del Cantar del Mío Cid, cuando estaba escribiendo sus versos no reflejaba la realidad social del momento, y que cuando mencionó al citado obispo de origen francés; de mercenario, nada: un santo varón que mataba al compás del apóstol Santiago a moros ¡¡traidores!!.:
Por la su ventura / y Dios que le amaba / A los primeros colpes / dos moros mataba de la lança;/ El astil ha quebrado y metió mano al espada.
Ensayabase el obispo,/ ¡Dios que bien lidiaba! / Dos mato con lança / y cinco con la espada…
Escribe Google que lejos del personaje belicoso que aparece en el Cantar presto para matar y entrar en batalla, el obispo Jerónimo era un santo varón procedente de las tierras del norte (seguramente francés), que bajó en su labor constructiva de ingeniero de caminos celestiales, obviando, por aquello que estamos leyendo y releyendo de continuo, que el religioso, con mucha más mitad de soldado mercenario que de religioso, vino aquí por el rico botín de guerra que significaba Valencia y las tierras levantinas, en parejo de oficio con el Cid Campeador, al que, por cierto, en el dicho Cantar le otorga, y no tuvo que ser gratuitamente, el título noble de Príncipe.
La destrucción documental, lo comentarios añadidos por empleados de la secta vaticana, en ese intento constante de arrimar el ascua a su sardina, sin ningún respeto a la verdad, es probable que haya germinado tanto, que sea del todo imposible escribir la realidad de lo que pasó a partir del siglo XI en adelante cuando el cristianismo vaticano, el del “tres en uno”, que los incas en sus quepis anotaron que “tres en uno” tenían que sumar cuatro, sin dejar pasar hecho o acontecimiento, lo adornaron como les vino en gana en defensa siempre de sus intereses crematísticos de su existencia oronda material, que es lo que más le preocupa al Vaticano.
Nadie puede pensar, salvo el que le puede ir el empleo en ello, o un borrón en el escalafón, que un narrador del siglo XIII, que no tuvo que ser anónimo, sino que no interesó nombrarlo, pueda estar realizando una obra de la envergadura del Cantar del Mío Cid, pensando en pinceladas parciales, dejando para la posteridad mentiras, sino que todo tiene obediencia a que llevamos muchos siglos de que la abuela fuma y se queda preñada de vez en cuando, y ahora la preña Google.
Juan Eladio Palmis
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