Para todo crítico con los medios de comunicación y la política a finales del siglo pasado y principios de este, Los guardianes de la libertad, de Edward S. Herman y Noam Chomsky, era una lectura imprescindible. El “modelo de propaganda” del libro ofrecía un marco de referencia útil para entender cómo la cobertura informativa típica filtra cierto tipo de datos mientras que enfatiza otros, lo que a la larga favorece el discurso dominante. La lección clave de este análisis estaba clara: para cambiar el mundo, primero hay que cambiar los medios de comunicación.
A principios de la década de los 2000, esa idea me llevó hasta el movimiento de reforma de los medios y al campo académico de la comunicación, donde esperaba aprender sobre las limitaciones y las alternativas al hiper mercantilizado sistema mediático estadounidense. Sin embargo, me resultó descorazonador encontrar en la escuela de postgrado una mezcla de hostilidad e indiferencia hacia el análisis crítico de los medios. Con los años, encontré círculos de corriente radical, sobre todo en el subcampo de la economía política, que se centra en los análisis críticos e históricos de los medios, pero este trabajo seguía siendo marginal. Hoy en día, con el auge de los nuevos monopolios digitales, el miedo al fascismo y el hundimiento del periodismo, hay un renovado interés en los análisis estructurales de nuestros sistemas informativos, aunque con demasiada frecuencia carece de crítica radical.
Chomsky aporta desde hace tiempo una voz radical firme en estos temas. He hablado con él sobre la importancia actual de la crítica a los medios que escribieron Herman y él y le he preguntado por qué se centró en los medios de comunicación como un lugar importante de conflicto. Me preguntaba si había cambiado su análisis, si algo le había sorprendido a lo largo de las décadas y, sobre todo, si creía que un sistema de medios democrático era concebible y alcanzable.
A sus 92 años, Chomsky sigue haciendo gala de una crítica aguda y un análisis sagaz. En nuestra conversación por Zoom, sacó en repetidas ocasiones el New York Times del día para ilustrar los diversos temas que íbamos tratando. Lo que más me impresionó fue su optimismo con matices: si bien considera que las mismas patologías estructurales siguen aquejando a nuestros sistemas de medios de comunicación comerciales, hoy en día, también percibe un avance significativo en la cobertura informativa, sobre todo a la hora de enfrentarse a atrocidades históricas que los relatos de los principales medios de comunicación ignoraban o tergiversaban en el pasado.
El subtítulo [original] de su famoso libro junto con Ed Herman es “La economía política de los medios de comunicación”, pero la economía política es marginal dentro de los estudios de comunicación. Viniendo de fuera del campo, ¿qué le llevó a centrarse en el análisis crítico de los medios?
A mí lo que más me interesa es la cultura intelectual general y es sobre lo que más he escrito. Una de sus manifestaciones son los medios de élite. Te lees The New York Times y no estás muy lejos del Harvard Faculty Club. Viene siendo el mismo ambiente cultural. Ahí tenemos de manera clara y manifiesta, un día tras otro, una recopilación de datos fácil de estudiar que refleja bastante bien la cultura intelectual general y ofrece la posibilidad de asomarse a ella. Ed Herman y yo discrepábamos un poco sobre este orden de prioridades. A él le interesaban más concretamente los medios de comunicación y a mí me interesaban más los medios de élite como reflejo de la cultura intelectual general. Esta discrepancia no tuvo repercusión alguna, nos resultó muy fácil colaborar. Pero esa es básicamente mi entrada en el tema. Por eso, por ejemplo, no me molesto en escribir sobre las noticias de la Fox.
Es verdad, las noticias de la Fox ofrecen la posibilidad de asomarse a otro discurso. Me gustaría ahondar en esa diferencia: ¿su objetivo es examinar el discurso de élite mientras que el de Ed estaba más centrado en las estructuras económicas de nuestro sistema de medios de comunicación?
Eso es, esa parte del libro es suya por entero. Y era también lo que le interesaba profesionalmente. Por ejemplo, uno de sus libros más importantes fue Corporate Control, Corporate Power (Control corporativo, poder corporativo).
Sin embargo, las estructuras económicas de los medios, como el poder monopolístico y el mercantilismo, suelen favorecer los discursos dominantes.
¿Hay alguna diferencia en la manera en que las instituciones de los medios de comunicación perpetúan los discursos de élite hoy en día? Sé que ya le han preguntado esto otras veces, pero ¿sigue siendo relevante el modelo de propaganda en nuestra era digital?
Herman y yo actualizamos el libro para tener en cuenta el auge de internet, pero llegamos a la conclusión de que no había cambiado gran cosa. Las fuentes de información siguen siendo las mismas. Si quieres saber qué está pasando en Karachi, no encuentras información fiable en Facebook ni en Instagram que no sea la que se filtra de los principales medios de comunicación. Por eso, lo primero que hago por las mañanas es leer The New York Times, Washington Post, Financial Times, etcétera. De ahí es de donde viene la información.
O sea, que aunque por encima parezca que disponemos de diversos tipos de información, buena parte todavía proviene de las mismas fuentes mayoritarias.
Así es. Puedes obtener información de otras fuentes, internet te permite leer la prensa extranjera si te interesa. Pero creo que el efecto principal de internet es limitar la variedad de información a la que accede la mayoría de la gente a fuerza de empujarlos a las burbujas de las redes sociales. El modelo de propaganda es básicamente el mismo.
Pero bueno, ha habido otros cambios de diversa índole. Uno de ellos, por supuesto, no es más que el declive de los medios. Por ejemplo, yo he vivido buena parte de mi vida en Boston, y The Boston Globe, cuando estaba allí, era un periódico de verdad. Tenía una de las mejores coberturas del país sobre Centroamérica, por ejemplo. Ahora ni siquiera merece la pena suscribirse. Es básicamente una agencia de noticias. Lo mismo ocurre con The San Francisco Chronicle y muchos otros periódicos. Hay mucha limitación en las principales fuentes de información.
Internet limita la variedad de información a la que accede la mayoría de la gente a fuerza de empujarlos a las burbujas de las redes sociales
Por otra parte, si se analiza un periódico como The New York Times, se nota que le han afectado considerablemente los cambios en el nivel general de concienciación y sensibilización. El efecto civilizador del activismo de los años sesenta y sus repercusiones ha afectado a los periodistas, a los editores, al contenido y a todo. Mucho de lo que aparece hoy en el Times habría sido impensable hace un par de décadas. Mire el de esta mañana: el artículo principal es sobre la destrucción de Gaza.
El cambio en la cobertura mediática ha sido impresionante.
No nos habríamos encontrado con algo así hace un par de años, ¿verdad? Es uno de los efectos que ha tenido el activismo popular a la hora de cambiar la forma en la que el país entiende las cosas. Pero claro, genera una reacción negativa, así que también obtenemos todo lo contrario. El Proyecto 1619 [proyecto periodístico de largo alcance, publicado por el New York Times en agosto de 2019, cuyo objetivo es replantear la historia de EE.UU. “colocando las consecuencias de la esclavitud y las contribuciones de los estadounidenses negros” en el centro de la narrativa nacional] recibió su correspondiente aluvión de quejas de historiadores: que si había una nota al pie que estaba mal y eso. Pero fue un auténtico avance el hecho de poder analizar 400 años de atrocidades en un periódico de gran tirada. Si nos remontamos a la década de los sesenta, por ejemplo, sería inconcebible. Ahora estamos empezando a enfrentarnos a parte de esa historia.
Resulta que el periódico de hoy también trae un artículo importante acerca de las atrocidades canadienses cometidas contra la población indígena: el asesinato en unos internados dirigidos por la Iglesia católica de cientos de niños, puede que de miles, a los que básicamente los secuestraban y los obligaban a entrar en estas escuelas de reeducación. En los años sesenta ni siquiera se podía hablar de algo así. Hasta historiadores profesionales e importantes antropólogos nos decían: “Bueno, aquí no había más que unos pocos cazadores-recolectores rezagados deambulando por el país, no había prácticamente nada”. Todo ha cambiado radicalmente, y es así con un tema tras otro. Tampoco quiero exagerar. Sigo emitiendo el mismo tipo de críticas que he formulado durante años, pero el marco ha cambiado. El activismo ha abierto oportunidades importantes.
Yo también comparto parte de ese optimismo, pese a todo. Sin embargo, también sufrimos claramente las consecuencias de la desinformación y la propaganda en nuestros medios de comunicación, cada vez más degradados. ¿Hay otras formas de censura que expliquen la limitación de nuestro imaginario político?
Oh, claro, hay una profunda labor de censura. Mire otro artículo de esta mañana: el gobernador de Florida está promoviendo leyes para investigar las opiniones de los estudiantes en las universidades del estado y asegurarse de que hay lo que él llama “diversidad”, es decir, suficiente ideología de derechas. Quiere asegurarse de que las opiniones de extrema derecha tienen un papel primordial, en vez del papel importante que ya tienen. Es control del pensamiento al más puro estilo estalinista.
Mientras tanto, siguen inventando villanos imaginarios de izquierda y delitos de pensamiento.
Un ejemplo llamativo es el ataque que sufre en los estados republicanos la denominada “teoría crítica de la raza”. Está claro que no tienen la menor idea de qué es la teoría crítica de la raza, pero para ellos supone cualquier tipo de debate sobre temas como el Proyecto 1619, la voluntad de enfrentarnos a la historia real del país y al terrible legado que dejó. No se puede permitir porque puede acabar con el dominio de la supremacía blanca. Hay que asegurarse de que no ocurra con una labor directa de censura en colegios y universidades. Así mismo, la derecha ha desenterrado acusaciones sobre una pequeña escuela no sé dónde, no me acuerdo, que adoctrinaba a alumnos de tercero para que apoyasen los derechos de las personas transgénero, y ahora invaden las redes de ultraderecha. No cabe duda de que este tipo de censura ocurre y es importante, pero es un complemento a la iniciativa más amplia de dificultar el derecho al voto y asegurarse de que dominen las doctrinas de la supremacía blanca cristiana, tengan el apoyo popular que tengan.
Aparte de esta descarada forma de censura, ¿hay otros medios más sutiles de limitar el debate?
Sí, los ves cada vez que abres el periódico. Mire, volvamos al New York Times de esta mañana: informan sobre la última votación de la ONU, 184 votos a favor y dos en contra, de terminar con el embargo estadounidense que está oprimiendo a Cuba y que es un escándalo internacional. Es interesante analizar la redacción. Dicen que es la manera de marcar distancia por parte de “los críticos con Estados Unidos”. Los críticos con Estados Unidos resulta que son el mundo entero menos Israel, que tiene que seguirle la corriente a Estados Unidos porque es un Estado cliente. Así que, en esencia, según el Times, no es más que la oportunidad de que el mundo entero demuestre su crítica irracional hacia Estados Unidos. La narrativa no puede ser que Estados Unidos está cometiendo un delito grave que el mundo detesta y rechaza. No es censura directa, pero instruye sobre cómo se supone que tenemos que ver las cosas: que el mundo no está en sintonía con Estados Unidos, no se sabe por qué.
O sea, que sigue habiendo una frontera tácita. Creo que también entra en juego cuando hablamos del papel del capitalismo y de cómo funcionan nuestros medios de comunicación dentro del sistema capitalista. Apenas se oye hablar de esas conexiones en los medios… ni en buena parte del discurso académico, siquiera.
Eso es indiscutible. De hecho, resulta interesante echarle un vistazo a la historia del debate en torno al capitalismo. Incluso en los años sesenta, al contrario de lo que se cree, no había muchas inclinaciones anticapitalistas, ni siquiera entre la izquierda radical. Me acuerdo de una charla espectacular que dio el presidente de los SDS [Estudiantes por una Sociedad Democrática, por sus siglas en inglés], Paul Potter, en 1965, en la que defendía que había que “nombrar el sistema” cuando hablábamos de problemas sociales importantes. Sin embargo, él no lo hizo, no mencionó ni una vez la palabra capitalismo. Eran los sesenta. Hoy es distinto. Podemos hablar de capitalismo, pero solo un poco. En realidad, todavía no se puede insinuar que puede que haya otras opciones aparte del capitalismo.
Hablando de alternativas al capitalismo, desde la izquierda somos rápidos a la hora de criticar los medios corporativos, pero no tanto cuando se trata de discutir alternativas sistémicas. Como ha apuntado, hay menos periodismo de verdad hoy en día y lo que queda se va degradando cada vez más. ¿Tiene alguna idea de cómo podría ser un sistema de medios de comunicación no capitalista?
Me hago alguna idea después de leer su libro, así que voy a venderle miel al colmenero si le cuento lo que usted ha escrito. Pero bueno, usted analizaba cómo los fundadores de la República de Estados Unidos creían que el Gobierno debía subvencionar con fondos públicos la difusión de medios informativos variados. En este sentido, debería entenderse que la Primera Enmienda proporciona lo que se denomina “libertad positiva”, no solo “libertad negativa”. Debería crear oportunidades para la información libre e independiente. Subvencionar los medios informativos era una de las funciones principales de la oficina de correos. La inmensa mayoría del tráfico del servicio postal se componía de periódicos.
De modo que esa es una alternativa. De hecho, prácticamente todos los países democráticos tienen un sistema público de medios de comunicación con fondos suficientes, excepto Estados Unidos. Su obra y las de Bob McChesney analizan la historia de cómo el sistema de medios estadounidense pasó a estar más manejado por las empresas en comparación con otros sistemas del mundo. En Estados Unidos, el interés comercial y sus aliados destruyeron y acabaron con iniciativas de radio y televisión para crear un mayor sistema público de medios como contrapartida al sector privado, por eso no llegó a consolidarse aquí.
Resulta instructivo oír que apoya la subvención de los medios para construir un sistema democrático y de propiedad pública al margen del mercado (algo que evidentemente comparto), pero ¿hay otros enfoques? ¿Cómo sería un modelo socialista libertario?
Está claro que las subvenciones públicas a los medios son una posibilidad dentro del marco actual de instituciones, sin siquiera cambiarlas, simplemente recuperando las ideas que se supone que veneramos, los famosos fundadores. Pero hay mucho más. Como a finales del siglo XIX, que teníamos una prensa obrera muy diversa, independiente y con inquietudes. Publicaba artículos muy interesantes, entre ellos crónicas, análisis y debates serios escritos por trabajadores, muchos de los cuales tenían poca o ninguna educación formal, pero producían obras tremendamente destacadas (por ejemplo, el trabajo de las denominadas factory girls, las mujeres jóvenes que trasladaron del campo a las fábricas). Esa dinámica prensa obrera duró mucho tiempo en Estados Unidos, llegando a adentrarse en la década de 1950 y condenando el “sacerdocio comprado” que servía al poder privado en los principales medios de comunicación. Pero terminó arrollada por la concentración de capital y la dependencia de los anunciantes.
El mundo académico es básicamente de centro. Dicen que es liberal, que para los estándares internacionales significa más o menos de centro
Todo eso puede recuperarse, todas esas posibilidades para los medios de comunicación liberados del control corporativo o estatal. Y en cuanto a los medios de comunicación públicos, hasta cierto punto pueden tener más libertad que los medios comerciales. La medida de su libertad depende en gran parte del nivel de democracia en la sociedad en general. Si están controlados por el Estado bajo el mando de la Rusia estalinista, obviamente no van a ser libres, pero si es la BBC del Reino Unido, entonces sí, pueden ser razonablemente libres (no totalmente libres, para nada, pero razonablemente libres).
Una última pregunta que no tiene que ver con los medios directamente, pero que se me antoja pertinente, sobre todo dados los recientes ataques a académicos progresistas. En el imaginario popular, la academia está plagada de enconados izquierdistas. Sin embargo, sabemos que es predominantemente una institución liberal, donde los de izquierdas son una pequeña minoría. ¿Tiene algún consejo para los radicales que actualmente están intentando hacerse un hueco en el sistema y ser eficaces activistas académicos?
Es difícil porque hay muchas barreras. El mundo académico es básicamente de centro. Dicen que es liberal, que para los estándares internacionales significa más o menos de centro. Puede que esté alineado con el Partido Demócrata, pero ni siquiera es socialdemócrata. Si intentas desligarte y ser más radical, encuentras trabas. Suelen ser sutiles, comentarios como “este no es el tipo de tema en el que quieres trabajar”, que es otra forma de decir “más te vale espabilar y hacer otra cosa”. Hay que enfrentarse a la realidad del sistema doctrinal e intentar ampliar los límites. A veces se encuentran compañeros que te apoyan y te permiten superar esas limitaciones, pero muchos no lo van a hacer. Así que hay que entender la naturaleza de la institución, la naturaleza de los factores que la llevan a funcionar así, y luego, intentar encontrar una vía a través de la maraña de dificultades.
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Victor Pickard es profesor de políticas de medios de comunicación y economía política en la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de Pensilvania, donde codirige el Media, Inequality & Change Center (Centro de medios, desigualdad y cambio).
Esta entrevista se publicó en The Nation.
Texto traducido por Ana González Hortelano.