Si el eco obtenido en los medios de comunicación no nos engaña, el multitudinario encuentro de confesiones religiosas recientemente celebrado ha sido uno de los ‘highligts’ del Fórum de las Culturas de Barcelona. Dado que dicho Fórum se arrastra semana tras semana con mayor languidez de la que imaginaron sus avispados promotores, esta ocasión multitudinariamente espiritual ha resultado pero que muy bienvenida.
Como no hay dicha perfecta, hubo que lamentar la ausencia del Dalai Lama, que es algo así como el Papa en salsa agridulce, pero asistieron en cambio tantos representantes de cultos dispares, desde los más familiares a los más exóticos, que nadie puede dudar del éxito de la convocatoria. Que sea en buena hora para todas y todos, amén.
Sin embargo, para quienes hemos seguido este asunto desde el desconsuelo de la falta de fe aunque no sin cierta curiosidad, algunos aspectos de esta feria teológica nos han resultado un poco paradójicos. Para empezar, el propio ‘buen rollito’ reinante entre los cientos de representantes de creencias manifiestamente dispares. Que se me entienda bien, desde el punto de vista de la convivencia cívica me alegro de que los grandes inquisidores y los partidarios de las guerras de religión se hayan abstenido de personarse en Barcelona. ¿Demasiados quedan aún sueltos por el mundo, como bien sabemos! Pero una ausencia total de antagonismo entre verdaderos creyentes parece algo no tanto sobrenatural como antinatural.
Un escéptico puede llevarse bien con el fiel de cualquier iglesia, porque el verdadero escepticismo carece de espíritu misionero, pero la relación entre creyentes (incluso si uno de ellos cree en el ateísmo) ya es harina de otro costal. Aunque sean humanamente respetuosos, los creyentes de una fe ven a los que creen en otras como los ateos vemos a todos ellos: como gente equivocada. Y el error ajeno, por muy tolerante que sea uno, despierta a la larga más impaciencia y conmiseración que auténtica simpatía. Según cuentan las crónicas, en el encuentro de Barcelona reinaba la simpatía mutua, lo cual -descartada caritativamente la hipocresía- sólo puede explicarse por la abrumadora presencia de escépticos. Nada de afanes proselitistas ni polémicos. Insisto: cívicamente es tranquilizador, pero religiosamente resulta inquietante… o huero.
Ítem más: si la Prensa no engaña, fueron frecuentes y rotundos los acuerdos entre los representantes de los credos reunidos (un poco al modo de aquellos ‘Juegos reunidos’ de la benemérita casa Geyper que nos divirtieron a los niños de varias generaciones) respecto a bastantes temas. Se condenó la guerra y las mentiras que la justifican, la explotación de los más débiles, el hambre y la marginación que frustran las mejores aspiraciones de millones de personas, el racismo, la xenofobia, la persecución de las ideas sólo por ser diferentes a las nuestras (el terrible ‘piensa como yo o muere’, contra el que luchó toda su vida el impío Voltaire), etcétera… Una sana indignación racional que comparto y que supongo que comparten también muchos otros incrédulos parecidos a mí.
Como algunos de esos males han encontrado a menudo legitimaciones eclesiales, resulta positivo que hoy otros clérigos se las nieguen. La duda es si se las niegan en nombre de sus propios dogmas religiosos o en virtud de la razón laica que históricamente se ha ido abriendo paso… a menudo en confrontación con creencias religiosas atávicas. Porque para ponerse de acuerdo en lo racional no hacen falta alforjas religiosas. Por cierto, desconozco si hubo concordancias similares en el Fórum sobre la urgencia de propiciar la educación científica frente a las supersticiones o la igualdad jurídica y social a todos los efectos de la mujer. Ojalá que así fuera, aunque lo dudo.
Me arriesgo a suponer que entre los asistentes a esa ensalada de creencias y sortilegios ha predominado fundamentalmente el ‘buenismo’, o sea, el afán postmoderno de sentirse bueno por razones más estéticas que morales. Su paradigma habrá sido una sacerdotisa de no sé qué culto cariñoso que cada día abrazaba a un número récord de visitantes al Fórum: mil, dos mil, tres mil quinientos… Ya saben ustedes lo que es la ‘cocina de fusión’, ésa que ofrecen restaurantes donde pueden comerse por ejemplo platos mexicanos con un toque japonés y nombre indonesio. Pues bien, en la piadosa feria de Barcelona se ha hecho ‘religión de fusión’ y cada cual habrá puesto en su plato anímico un dogma de aquí y un ritual de allá. Pura dieta mediterránea para espíritus deseosos de perder grasas intransigentes y ponerse este verano un bikini azul ilusión o verde esperanza. En fin, mejor así.
Escribió Plutarco que quizá Dios prefiriese a los ateos antes que a algunos creyentes que hablaban de Él con demasiada familiaridad. Porque también él prefería que la gente dijese ‘Plutarco no existe’ antes que oír a quienes aseguraban que Plutarco era injusto, colérico, inconstante, celoso, vengativo, etcétera… Pues bien, puede que Dios acepte mejor hoy a quienes niegan su existencia que a los que le confunden con una ONG o un profesor de yoga. Pero en fin, qué sé yo.