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En Túnez, los islamistas Ennahda quieren que ser juzgados por sus actos

El partido islamista Ennahda, favorito en las elecciones del domingo en Túnez, quiere ser juzgado por sus actos e intenta tranquilizar aludiendo al modelo turco y desmarcándose de los salafistas cuyo activismo se opone a la práctica tunecina de un islam tolerante.

El fin de la campaña estuvo dominado por un debate sobre la identidad árabo-musulmana, exacerbado por salafistas muy minoritarios, según observadores, pero que multiplicaron sus críticas al laicismo.

Luego de un ataque contra un cine o la intrusión brutal en un campus universitario, los extremistas saquearon el domicilio del director de la televisión Nessma, un canal privado que cristalizó su ira al difundir el 7 de octubre un filme blasfematorio, por representar a Dios, lo que el islam proscribe.

Para el historiador Alaya Alani, "Ennahda sigue siendo el favorito de los comicios. Es el primer beneficiario de un debate impuesto sobre la identidad religiosa, incluso si la violencia extremista suscita el temor y la desconfianza".

Los últimos sondeos autorizados, realizados a fines de septiembre, daban en primer lugar a Ennahda en intención de voto, con entre 20% y 30% de los sufragios.

"Hace 40 años que luchamos por la libertad y la justicia. Nos echaron a prisión, fuimos torturados y exiliados a la fuerza. Nunca pactamos con el antiguo régimen. Tenemos buena reputación", explicó Alí Larayedh, miembro del buró ejecutivo de Ennahda que pasó 14 años en las mazmorras del ex presidente Ben Alí.

Cuando el fundador del partido, Rached Ghanuchi, regresó al país a fin de enero tras 20 años de exilio en Londres, intentó en un primer momento tranquilizar.

Ghanuchi, autor de prédicas incendiarias en los años 1970, afirma hoy que dirige "un partido islamista y democrático cercano del AKP turco". "No queremos imponer la sharia (ley islámica), no modificaremos el estatuto de la mujer" tunecina, el más avanzado del mundo árabe, repitió.

El líder de 70 años se dedicó luego de su llegada a reestructurar el movimiento Ennahba, fundado en 1981. El presidente Habib Bourguiba combatió la formación y luego su sucesor, Ben Alí, la toleró en un primer momento. En las legislativas de 1989 el partido fue considerado como una amenaza para el poder. Los años siguientes quedó diezmado con 30.000 militantes o simpatizantes encarcelados.

Apenas cayó Ben Alí en enero, los partidarios de Ennahda pusieron el movimiento en marcha. Multiplicaron los mítines, reabrieron locales y reactivaron sus asociaciones de ayuda social. El partido presentó listas en todas las circunscripciones del país.

Pero muy rápido varios incidentes preocuparon a los defensores de los derechos humanos: mujeres con la cabeza sin tapar fueron injuriadas en la calle, una mezquita a menudo abierta a los turistas en agosto en Djerba fue ocupada, y a esto le siguió un avance salafista que culminó hace pocos días con el caso Nessma.

La izquierda laica, artistas y sindicalistas denunciaron el "doble discurso" de un partido que "aparenta aceptar el juego democrático" pero que inició, según ellos, un trabajo encubierto para "imponer su ideología" y que mantiene una relación "ambigua" con los salafistas.

Alí Larayedh reconoce "un diálogo académico" con los "jóvenes salafistas" pero niega todo acuerdo formal y condena "todo acto de violencia".

"Hay que dejar los prejuicios. Tienen que juzgarnos por nuestros actos", dijo Larayedh.

Para el historiador Alaya Allani, Ennahda "no tiene ningún interés en que la situación degenere", pero está tironeado "entre una dirección que antepone un discurso político abierto y una base a menudo muy radical".

Para el especialista del islam Amel Grami, Ennahda no ofrece realmente una alternativa política pero "atrae una juventud sin referencias, aleccionada desde hace años por los canales satelitales del Golfo que prepararon las conciencias al discurso religioso".

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