Este jesuita crítico afirma y defiende la expresión popular religiosa andaluza a la vez que abomina del «capillismo».
-Por supuesto, siempre que hablemos también de literatura, por ejemplo.
-Bueno, usted acaba de publicar una novela sobre San Juan de la Cruz.
-Sí, a mí siempre me ha fascinado por ser un poeta de una sensibilidad casi erótica, y al mismo tiempo de una ascética y una profundidad mística increíble.
-¿Y eso interesa hoy?
-Yo lo he intentado, encarnándola en una historia de amor de un poeta que, desengañado, va buscando en la trayectoria de este poeta y santo su propio camino iniciático.
Estoy muy contento con la novela.
-¿Un cristiano debe ser rebelde u obediente?
-Yo diría que una mezcla de las dos cosas. En todo cristiano debe estar la dimensión profética y la dimensión de fidelidad.
-Me imaginaba esa respuesta, pero la pregunta es cuándo ser cada cosa.
-Je, claro. Cada uno lo tiene que ver delante de Dios. Se trata de un discernimiento espiritual que uno tiene que hacer en cada momento. Hay momentos en que la conciencia está por encima de una fidelidad formalista, pero la mayoría de las veces y por humildad, en la vida cotidiana deben predominar la obediencia y la fidelidad.
-¿Y en estos momentos?
-Yo creo que en la Iglesia actual hay un retroceso respecto a la ventolera del Espíritu Santo que hubo después del Concilio Vaticano II. Y hay una involución a partir del Pontificado de Juan Pablo II, que yo creo que nos está haciendo daño en ese espíritu de libertad y de diálogo con el mundo.
-¿Se puede admitir la censura, usted que ha tenido problemas?
-Yo, como persona, es poco importante que calle. Lo que sí me indigna es que no permitan a las voces disidentes inspiradas en el Evangelio ejercer su labor profética.
-¿Es el momento, entonces, de la rebeldía?
-Es el momento de la conciencia, y de la pureza de intención. Por ejemplo, hay injusticias que claman al cielo y que hay que denunciar, como que a monseñor Romero no lo beatifiquen porque los que están promoviendo el proceso es gente de izquierdas, así de claro, porque estuvo a favor de los pobres y los pequeños.
-Y mientras, sobran santos.
-Exacto, porque ese hombre sufrió el martirio, ametrallado en el altar cuando clamaba contra los escuadrones de la muerte, sabiendo que lo podían matar. Pero ese tipo de santos no gusta.
-¿A quién habría que hacer santo hoy?
-Pues también a los jesuitas que mataron en El Salvador. Y está el caso claro de Luther King, aun no siendo católico. Y Juan XXIII, que es todavía beato, y es el gran santo de nuestra época, el papa bueno, cercano a la gente.
-¿Cree usted de verdad que ser cristiano está perseguido hoy en España?
-Yo creo que, como se dice, en España siempre estamos detrás de un cura, con una vela o con un palo. Y ese cainismo pervive, ese clericalismo y anticlericalismo sigue presente. Después del cardenal Tarancón y de la Transición, se ha producido un movimiento pendular de la derecha eclesial, que es la que está en este momento mandando e imponiendo su criterio de anti.
-¿Estamos hablando de la Conferencia Episcopal?
-Exacto, y del ambiente que está creando en este aspecto, porque yo creo que tiene un tic de nostalgia del nacionalcatolicismo que no ha superado. Pero parte de culpa de este ambiente la tiene también un laicismo militante que no es inteligente.
-¿El Gobierno actual?
-Sí, yo creo que el primer socialismo de Felipe González fue mucho más inteligente, más dialogante. Nos falta madurez. Todavía hay mucho comecura, por un lado, y mucho meapilas por otro.
-¿La Iglesia sale siempre bien de todo?
-Relativamente, porque ahora está pagando el silencio por los casos de pederastia, que es muy triste. Por otra parte, hay una injusta campaña de los medios, puesto que las cifras de la pederastia son mayores en las familias.
-Pero en el caso de la Iglesia es más sangrante.
-Claro, está especialmente obligada a cumplir los mandamientos.
-O por lo menos a confesar sus pecados.
-Yo creo que este es el típico ocultamiento de sacristía, donde las cosas malas se esconden, y por eso es muy importante la labor del periodista. La ropa sucia hay que lavarla y tenderla al aire.