El monarca ha doblado la cerviz ante el representante de la Santa Sede
Como viene haciendo desde que es rey (y aun antes, como príncipe heredero), en el «besamanos» del solemne y militarista Día de la Fiesta Nacional de 2024, Felipe VI se ha mantenido muy digno y erguido ante todas las personalidades, incluyendo a los altos representantes de nuestro Estado y de otros países, pero ha realizado una excepción: ha doblado la cerviz ante el representante de la Santa Sede, en este caso el nuncio apostólico Bernardito Cleopas, incluso amagando con besarle el anillo. Véase el vídeo (Minuto 6.45)
Nuestro Jefe del Estado no solo realiza ese acto de sumisión ante el nuncio, sino ante cualquier sotana de cardenal u obispo de la Iglesia, y ante otro Jefe de Estado, el del Vaticano (el papa, que en una ocasión se permitió llamarlo graciosa pero significativa y peyorativamente «monaguillo»). A veces, el rey no solo ha doblado la cerviz, sino que, en un notable alarde físico, ha inclinado todo el tronco –aproximándose a las inclinaciones imposibles de Michael Jackson o de aquel chiripitifláutico Locomotoro–.
Según el artículo 56.1 de la Constitución «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales…». Esa función representativa y simbólica es, como vemos, crucial en su figura (recuérdese, por ejemplo, la que se lio cuando no se levantó en Colombia al paso de la espada de Bolívar), por lo que el simbolismo que tiene la sumisión ante representantes de otro Estado –que, además, es un Estado antidemocrático e hipermachista con intolerables privilegios económicos, educativos y de otros tipos en España– supone un acto de grave deslealtad al Estado que representa y simboliza. Esas inclinaciones se unen a otros actos asimismo indignos, entre los que destaca la esperpéntica ofrenda al apóstol Santiago, en la que se permite la osadía de hacer peticiones a un espectro en nombre de toda la ciudadanía, haciéndola cómplice de una real sandez. Además, el rey es «hermano mayor» no de su familia, sino de innumerables cofradías religiosas, que por ello tienen el título de «reales». Por unas cosas y otras, algunos lo llamamos «rey de capirote» (en más de un sentido). Y nos decimos que, si exhibe sin pudor ese meapilismo chiripitifláutico a la vista de todos, qué no hará o será capaz de hacer sin que nos enteremos.
Con esas y otras acciones confesionales, que tanto lo desacreditan, sigue, por cierto, el mismo camino que su padre, Juan Carlos I, y que su abuelo político, el dictador Francisco Franco. Vemos que el trono y el altar siguen en buena, demasiado buena, comunión frente a la ciudadanía. Hay que resaltar que con esos comportamientos se mantiene la pertinaz y nefasta ejemplaridad nacionalcatólica de la jefatura del Estado, por la que alcaldes y otros cargos civiles y militares sin muchas luces democráticas parecen verse legitimados para vulnerar continuamente la aconfesionalidad del Estado y burlarse de la diversidad de convicciones y creencias de la ciudadanía. Por ejemplo, el mismo Día de la Fiesta Nacional es el de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil y, lo mismo que pasa con otras Vírgenes patronas militares, se celebran en su honor misas y otros actos confesionales públicos con total desvergüenza.
Cabría esperar que algunos representantes políticos, y sobre todo algunos gobiernos democráticos, actuaran para impedir los desafueros simbólicos de los monarcas, pero, lamentablemente, no vemos que ninguno lo haga, y ni siquiera lo plantee. (Si ya hicieron la vista gorda con desafueros no tan simbólicos…). Incluso el actual Gobierno y el anterior, autoproclamados los «más progresistas de la historia», no sólo mantienen las desorbitadas prerrogativas antidemocráticas de la Iglesia católica, sino que, cuando sus líderes visitan al máximo representante del Estado teocrático que tanto nos abusa, el papa (como acaba de hacer el presidente Pedro Sánchez, y antes la vicepresidenta Yolanda Díaz), se cuidan de anunciarle avances democráticos de signo laicista, a destacar: el fin de la descomunal mamandurria de la Iglesia sobre el Estado y el de la instrucción religiosa, tan anticientífica y machista, que se perpetra cada día contra más de tres millones de niñas y niños; este masivo adoctrinamiento infantil de carácter irracional, misógino y homófobo, se realiza sin que parezca importarles un pimiento a los supuestamente muy feministas Pedro y Yolanda, entre muchos otros y otras.
En definitiva, la infame sumisión sotánica del rey, lamentable y realmente simboliza la humillación del Estado ante la Iglesia, incompatible con la democracia y con la dignidad de la ciudadanía española.