¿Quién no ha oído alguna vez el “-Yo creo en Dios, pero no en los curas”? Porque creer en el clero es mucho más difícil, máxime en España. En Francia, sin ir más lejos, soy testigo de que muchos clérigos disentían sobre muchas cuestiones más con el clero español que conmigo, que soy agnóstico.
Ahora mismo estamos oyendo clamar todos los días a los obispos que no hay que remover el pasado, ni sacar de las cunetas los cadáveres de las víctimas asesinadas para darles una honrosa sepultura. No es sólo el que esa sea una actitud descaradamente anticristiana, sino que encima esos mismos obispos están removiendo deliberada y profundamente cada día la historia para llevar incluso a los altares a miles de “mártires de la Cruzada” de su bando. Y estos días el cardenal Rouco tiene el valor de afirmar que la educación cristiana serviría para eliminar las raíces del terrorismo, cuando todos sabemos que el fanatismo religioso ha estado en el origen de tantas cruzadas, como la de 1936, y que se ha podido escribir un libro titulado: “ETA nació en un Seminario” católico.
La historia se repite, hasta en la España que hemos vivido: los sacerdotes y escribas del templo, echados de él a latigazos por Jesús, fueron y son los que siguen eliminando, incluso físicamente cuando pueden, como al Nazareno, a cuantos les echan en cara su hipocresía. Y encima dirán que somos anticlericales cuando, por ser el clericalismo “una indebida intromisión eclesiástica en la política”, según lo define la Real Academia, toda persona decente, empezando por ellos, debería ser anticlerical; y más, si cabe, en estos temas vitales.