Siempre he defendido que el mejor camino para asegurar la independencia intelectual es la búsqueda de información y el desarrollo de la capacidad de análisis y de crítica. Y cada día me doy más cuenta de que la ignorancia es el mejor caldo de cultivo para la sinrazón y para el fanatismo. Y el fanatismo es la más cerril de las servidumbres humanas, así como, quizás, la base sobre la que se sustentan la mayor parte de las miserias de la humanidad (guerras, dictaduras, genocidios, represiones, etc.,etc.)
Para afirmar algo como cierto, hay que haberlo experimentado o, al menos, contrastado. Del mismo modo, para creer algo, venga de donde venga, hay previamente que analizarlo y verificarlo con la realidad. Sin estas sencillas premisas la ciencia no existiría, ni la humanidad hubiera evolucionado hacia la racionalidad y, en definitiva, estaríamos aún en el Paleolítico Superior cazando mamuths, frotando dos palos para hacer fuego, y pintando rayas en las cuevas –con perdón de los arqueólogos-. Bromas aparte, esta reflexión viene a cuento de lo que parece, en los últimos tiempos, una campaña contra el laicismo o, lo que es lo mismo, contra los derechos humanos, las libertades y la democracia; y es un asunto tan serio que prefiero reírme antes que indignarme.
Y, hablando de Paleolítico, ante ciertos sectores socio-religiosos y políticos (los obispos y la actual derecha descentrada), en España el laicismo tiene muy mala fama, lo cual no es extraño porque desde sus tribunas mediáticas se habla mal, muy mal del laicismo. Se dice que los laicos son poco menos que herejes, blasfemos, o que están alejados de dios, que son enemigos de los creyentes, que son inmorales, que atacan la democracia…y mil y una barbaridades de esta enjundia. Nada más lejos de
la verdad.
La Real Academia Española de la lengua define el laicismo como “doctrina que defiende la independencia del hombre, de la sociedad, y más particularmente, del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”, es decir, el laicismo es una postura ante el mundo que contempla al ser humano como capaz de pensar por sí mismo, y de situarse ideológicamente al margen de cualquier dogmatismo religioso organizado. O, dicho de otro modo, el laicismo respeta cualquier creencia o convicción religiosa siempre que ésta no se inmiscuya en las cuestiones de Estado ni del dinero público, y siempre que, por descontado, no vulnere los derechos humanos fundamentales.
El laicismo es, por tanto, respeto a las creencias individuales de cada ciudadano; es tolerancia ante cualquier posicionamiento espiritual, y es espíritu democrático porque no considera ningún dogma concreto como el único válido y respetable. Lo contrario, el pretender imponer un dogma o pensamiento único, el no respetar posturas diferentes, el tener una actitud intolerante ante quienes no se adhieren a una determinada creencia o ideología, tiene un nombre preciso y bien definido: fundamentalismo y totalitarismo.
Recordemos, por otra parte, que la Constitución de 1.978 declara, en su Art.16.1, que “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos…”, y, en su Art. 16.2, que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal…”. En iguales términos, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su Artículo 18, proclama como derecho inherente a la condición humana la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión.
Pues bien, pareciera que algunos miembros de los ámbitos de la política y de la religión, a la vista de sus manifestaciones, aún no se han tomado la molestia de leer con atención, ni la Constitución Española, ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos; y si lo han hecho, parecen haber olvidado su contenido. Habría que recordarles que el oscurantismo medieval queda muy lejos, y las tiranías absolutistas, también. Estamos en democracia y la democracia, utilizando las palabras de Sebastián Jans, es laica o no es democracia. O, dicho de otro modo, atacar el laicismo es atacar los derechos humanos y la esencia misma de las libertades básicas.
Coral Bravo es doctora en filología, master en psicología, y miembro de Europa Laica.