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El veneno del alma

Las sectas nunca se fueron, solo se mutaron, informaba ayer este diario. Ahora se camuflan en el amable y socorrido mundo de las terapias alternativas. Entre contorsiones de yoga, elucubraciones de física cuántica y esencias de flores de Bach, algunos han encontrado el método de colar discursos simplistas y alienantes para robar la voluntad -es decir, el dinero- de sus incautos y frágiles discípulos.

Ante la soledad cada vez más añeja y letárgica de las iglesias, los nuevos refugios del alma huyen de los bostezos y mudan los gestos, las palabras e incluso los aromas.

Libros de autoayuda, yoga, feng shui, numerología, cursos de esoterismo, de energía positiva, de luz interior, cromoterapia, aromaterapia, risoterapia… y, así, una infinidad de apias copan el mercado de la paz espiritual. Fáciles de digerir, atractivas, sin compromisos ni mandamientos ni actos de contrición. Una suerte de fastreligion, de cultos de pega con la única obligación del paso por caja.

Los nombres, las formas y los ritos cambian, pero al final siempre la misma búsqueda: el equilibrio, la serenidad y la ilusión de no emprender el camino en solitario. Y también al final, como siempre, la intención de unos pocos de crecerse, imponerse y utilizar a los más débiles en beneficio propio, de su ego y de sus bolsillos. Entonces, el alimento del alma se convierte en veneno del espíritu.

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