De entrada, hay que saber de lo que hablamos. Y esa comprensión puede a su vez suscitar otra de carácter ideológico que permita la aproximación dialogada de posiciones enfrentadas.
Anterior al Corán
Para empezar, el velo como tal, como las cautelas hacia la representación de la figura humana en el arte islámico (que ya explicamos en el reportaje sobre el cine iraní en "Hacia lo desconocido", El Diario de Hoy, 9 de septiembre de 2006), no constituye un precepto de Mahoma o del Corán. El término "hiyab", que es el que se utiliza correctamente para nombrar el código de vestimenta femenina islámica, viene del árabe "ayaba", que significa "esconder" (de ahí se interpretaría también como "velar"). Y la sura del Corán (utilizamos la traducción de la Junta islámica de Córdoba) que principalmente se refiere al mismo según todos los analistas es la 24:30-31:
"Di a los creyentes que bajen sus miradas y sean castos (cubran/protejan sus genitales). Esto es lo más conveniente para ellos. Dios está bien informado de lo que hacen. Di a las creyentes que bajen sus miradas y sean castas, y que no muestren de sus adornos más que lo que se ve. Que cubran su escote con su jumar/khimar, y no exhiban su belleza, excepto la que debe aparecer ante sus maridos, sus padres, los padres de sus maridos, sus hijos, los maridos de sus hijos, sus hermanos o los hijos de sus hermanos, o los hijos de sus hermanas, o sus mujeres, o los esclavos, o eunucos o menores de edad, y que no golpeen/oscilen sus pies al caminar para atraer la atención hacia su belleza escondida. ¡Oh, creyentes, volveos a Dios para que alcancéis la felicidad!"
El citado jumur es una tela larga que puede cubrir la cabeza, pero la orden de Dios al Profeta se refiere al pecho (que se cubre como protección en la mayoría de civilizaciones, excepto en las polinesias y en algunas africanas) y a que no se utilicen abalorios en los tobillos (de moda en la época, ya que se consideraba que producían un sonido de estimulación erótica), y no a la cara. El Corán demanda de los fieles que sean moderados en todo, lo que conlleva ser recatados en el vestir.
Las otras dos suras que se suelen destacar son las que se refieren a la protección de la intimidad y las mujeres de Mahoma, a quien llegaba a importunar la afluencia a todas horas de la gente a su casa debida a su popularidad, es decir, la 33:53,
"¡Oh, vosotros que habéis llegado a creer: no entréis en los aposentos del Profeta si no se os ha invitado a comer, ni sin que sea el momento. Pero cuando se os haya invitado, entrad, y cuando hayáis comido, salid sin daros familiarmente a la conversación. Esto ofende al profeta y se avergüenza de decirlo, pero Dios no se avergüenza de decir la verdad. Y cuando les pidáis algo a ellas hacedlo detrás de una cortina: es más puro para vuestros corazones y para los suyos. No podéis ofender al enviado de Dios ni casaros jamás con sus viudas, una vez desparecido él. Ello es, para Dios, un gran pecado".
y la 33:59:
"Profeta: di a tus mujeres y a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se ciñan sus yalabib. Esa es la mejor manera de que sean reconocidas y no sean molestadas.
Dios es indulgente, misericordioso".
No es sólo islámico
La traducción de "yalabib" (figura 6) es chilaba o túnica, que no cubre la cara y que constituye (con diferentes nombres, galibeya o galabiya en Egipto, haik o jaique en Marruecos, toga en Roma o Grecia) la prenda de vestir tradicional de los países ribereños del Mediterráneo. La cobertura de la cabeza, tanto en hombres como en mujeres, no deriva de una exigencia de ninguno de los Libros Sagrados, sino que es una disposición ancestral en todas las regiones del planeta donde la lógica de supervivencia impone que no se deje descubierta a los rigores del clima (desde los esquimales del Ártico hasta los tuaregs del Sahel). Así, los velos más abiertos son herederos directos de los que portaban las mujeres judías, fariseas y esenias en Galilea en las épocas precristianas y hemos podido ver ejemplos de los más cerrados en toda la iconografía católica y ortodoxa y en sus monjes y monjas.
Producto más de una tradición local que de una religión global, el velo adopta por tanto numerosísimas formas y significados según la región y la coyuntura histórica. Desde la relativamente refrescante muhajjaba (una tela suelta que se desliza desde la cabeza a los pies y que, abierta, deja ver el vestido, que puede ser hasta apretado a las formas y multicolor, como en el Cáucaso – figura 1) hasta la munaqabba (en Egipto) y el chaddar o chador (en Irán y sur de Irak – figura 7) que cubren todo el cuerpo con un velo oscuro, pero semitransparente para poder ver por dónde se camina gracias al resplandor de la luz solar que se filtra a través, pasando por el misterioso niqab (a veces reforzado por guantes y gafas de sol – figura 5) que sólo permite una ranura para los ojos, hasta el asfixiante, ahora sí, burka de Afganistán con su represiva estructura rígida y rejilla medieval para el rostro. El hiyab clásico (al que estamos acostumbrados en las metrópolis europeas – figura 3), un pañuelo que guarda el pelo y protege el cuello y el escote, se combina en algunos países del Norte de África con el litam ("que oculta la nariz" – figura 4).
El pañuelo está de vuelta
Tras una larga etapa de decadencia de este código de vestimenta derivado del rigorismo y de la preeminencia social masculina, provocada por lo que se ha dado en llamar el Renacimiento ("Nahda") del mundo islámico durante el siglo XIX, el impulso de la modernización por parte de las corrientes socialistas, nacionalistas y feministas en su seno durante el siglo XX y la legislación estatal laica en el caso de Turquía e Irán (donde sus líderes Kemal Ataturk y el Sha Reza Pahlevi respectivamente lo consideraron fórmula para su asociación con el desarrollo y la esfera occidental), el fracaso (Nasser, la Liga Árabe, etc.) de todos estos caminos hacia la superación del atraso y del colonialismo supone a su vez una crisis general de las sociedades de los países musulmanes que llevará a muchos de sus intelectuales y a las capas de la población más desesperadas a una vuelta populista a las raíces religiosas y a un pasado mitificados: lo que hemos dado en calificar en Occidente como el fenómeno del "fundamentalismo o integrismo islámico".
Paradójicamente, van a ser dos líneas de pensamiento antagónicas las que van a promover el nuevo florecimiento del velo al que estamos asistiendo. Es cierto que el impulso más importante es el provocado por lo que conocemos como "el islamismo radical", desde los Hermanos Musulmanes egipcios hasta los talibanes afganos, que quieren devolver al hombre de a pie el control rígido prenovecentista sobre su familia como linimento ante su dolorida impotencia socio-política, y del Estado sobre la formación de masas homogéneas y fanatizadas que le sigan en todas sus aventuras sin fisuras ni críticas.
Pero lo curioso es que también representantes destacadas del propio feminismo y de los movimientos de la sociedad civil musulmana participan de este impulso. Puede que no lo hallemos absolutamente coherente, pero debemos explicarlo para entenderlo (y, desde esa posición de iluminación, que cada uno adopte la postura que estime conveniente). Para ello, debemos saber que la mujer árabe, tradicionalmente influyente en la estructura social precoránica venía experimentando un serio retroceso en su posición y derechos en los tiempos justo anteriores a la aparición del Profeta. De poder repudiar a su marido (divorciarse) , tener relaciones sexuales libres, decidir la educación de los hijos, administrar las finanzas, etc. se había pasado a una dependencia absoluta con respecto del hombre, a la libertad de éste de casarse con cuantas quisiera y de repudiarlas a voluntad (acabando las rechazadas en la miseria y la ignominia). Mahoma y el Corán llegan por tanto como un relativo instrumento, de regulación más que de liberación, del estatuto de la mujer para gran, para la época, beneficio ideológico-social de ésta: "un hombre sólo puede casarse con cuatro mujeres, siempre y cuando demuestre tener medios para mantenerlas y siempre y cuando sus esposas anteriores estén de acuerdo; debe compensarlas en caso de repudio que es además un derecho mutuo y está bastante regulado; sus bienes son también de la mujer, y ésta puede tener sus propios bienes y hacer sus negocios sin intervención del marido". En este marco, el vestir de acuerdo con el código era un privilegio de las mujeres libres frente a las esclavas y las prostitutas. Ciertas teóricas feministas islámicas, inspiradas en una corriente de las occidentales que usan prendas holgadas para escapar de ser consideradas por su cuerpo, es decir, como "objetos sexuales", han entendido que "se recuperaba ese espíritu de libertad" con la reintroducción de la ropa antigua. Compulsión religiosa, obligación familiar o moda contracultural, lo cierto es que el pañuelo está de nuevo en las calles y va a implicar un duro y rico debate que clarificará las fronteras entre las libertades y derechos individuales y las colectivas.
Espectros en el espejo
Occidente ha estado siempre fascinado con el "exotismo" del misterioso Oriente.
Como con la danza de los siete velos, la ocultación estricta de la figura femenina debajo de una tela holgada, característico de las mujeres musulmanas y de muchas orientales (por ejemplo, los saris de la India), han provocado una sensación de erotismo latente, de enigma por descubrir, que ha desbocado la imaginación de creadores y artistas. Cuanto menos se ve, más se fantasea, por lo que es lógico que el "burka", la mayor cárcel corporal del planeta, haya desatado las más disparatadas iniciativas (curiosamente, en su mayor parte dirigidas por mujeres) para revelar lo escondido.