Cualquier imposición contra el ‘hiyab’ implica un ataque contra la libertad
Los Mossos d’Esquadra detuvieron el jueves a una mujer de origen marroquí en Martorell por presunta violencia familiar contra una de sus hijas. La menor, de 14 años, que llegó al hospital acompañada de una profesora, presentaba heridas de arma blanca y mordiscos, al parecer infligidas por la madre debido a que la niña se había negado a ponerse el velo islámico; también usaba un móvil para el que no tenía permiso paterno. Hasta ahí, los hechos.
Se trata de la típica noticia que invita a la extrapolación facilona en un terreno de arenas movedizas. ¿Se da siempre la presión —cuchillos aparte, claro— en el hogar musulmán? ¿Hasta qué punto una cría, cuando le llega la menstruación, está capacitada para decidir si quiere abrazar religión o laicismo? ¿Y qué ocurre en las casas católicas? En un asunto de tal complejidad, se impone la casuística, el minucioso análisis caso por caso.
Detesto el burka como residuo de una sociedad medieval que admite la lapidación por adulterio y las mutilaciones genitales. Tampoco me gusta el ‘hiyab’, el pañuelo que deja al descubierto el óvalo de la cara. Cuesta entenderlo después de tantos años de lucha por la igualdad, aunque algunas musulmanas, nacidas aquí y con formación universitaria, aleguen que lo llevan para evitar que se las trate como a objetos; la argumentación es correosa porque cabría ver qué concita más miradas en la calle, si una chica con minifalda y ‘piercings’ u otra tapada con túnica.
Para mí, el velo aísla. Y sin embargo, defiendo que ser musulmanas y cubrirse es su elección individual y que la imposición de que se lo quiten implicaría un ataque contra la libertad. Por eso aplaudo la decisión del Constitucional alemán. ¿Representa el velo un peligro en la escuela? No tiene por qué. Solo importa, de nuevo, el caso concreto: qué enseñan y cómo lo hacen las maestras con velo.