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El Vaticano desautoriza la movilización antigay de los obispos mexicanos

El nuncio lanza un pulso al cardenal Rivera y la ultraderecha al exigir que se abandonen las hostilidades

El Papa ha ordenado frenar hostilidades en México. En un gesto de fuerza, el nuncio apostólico, Franco Coppola, desautorizó públicamente las movilizaciones contra el reconocimiento del matrimonio homosexual lanzadas por el sector más conservador de la jerarquía. “Los mexicanos, más que enfrentarse, hacer proclamas o marchas, tienen que sentarse a una mesa y hablarse. No hay que tratar estos temas con los ojos de una ideología sino de la realidad concreta”, afirmó monseñor Coppola en la mismísima Basílica de Guadalupe, la gran sede espiritual del catolicismo mexicano.

La llamada al orden vaticana tiene un claro destinatario. El episcopado local, encabezado por el oscuro y poderoso cardenal Norberto Rivera, ha emprendido una virulenta cruzada contra la decisión del presidente Enrique Peña Nieto de avalar constitucionalmente las bodas gays. En esta guerra, los obispos no han dudado en sacar de las catacumbas a la ultraderecha mexicana y ampliar el perímetro de su ataque a toda la gestión del mandatario priista. Bajo consignas homófobas, decenas de miles de católicos se han manifestado por el país en un intento de imponer su agenda a un Estado que tiene en la laicidad una de sus rasgos fundacionales.

La andanada, cuyo vitriolo ha despertado la indignación de amplios sectores ciudadanos, llegó a su cénit hace un mes de la mano del altavoz oficial del cardenal Rivera y los obispos más retrógrados. En un incendiario artículo publicado en el semanario Desde la fe, se atribuyó a los homosexuales todo tipo de horrores: aumento de enfermedades de transmisión sexual, desestabilización emocional de los menores, baja del rendimiento escolar e incluso una mayor incidencia de agresión sexual: “Un niño tiene más posibilidades de sufrir abusos sexuales de un padre homosexual”, afirmó el semanario de la Arquidiócesis de México.

El incendio había ido demasiado lejos. El nuncio, recién llegado a México, tomó cartas en el asunto. El primer golpe llegó cuando acudió a finales de octubre al Palacio Nacional a entregar sus cartas credenciales al presidente. Ahí declaró que todas las personas que “forman parte de la diversidad sexual” deben gozar de los mismos derechos que los otros mexicanos. “La sugerencia que tengo, simplemente mirando al Papa, es que cada uno puede hablar en este tema si tiene experiencia directa de acompañamiento a personas de este tipo”, dijo. Y en una clara advertencia a Rivera y su cohorte recordó que el no iba a ser “un mero observador”.

El segundo acto vino una semana después. En un acto púbico, el cardenal Rivera, de 74 años, entonó un inesperado mea culpa y se excusó por haber empleado “términos ofensivos” contra los que llamó “hombres y mujeres con atracción hacia el mismo sexo”. Sus palabras fueron entendidas como una retractación forzada por el Vaticano.

El tercer y último capítulo se dio este lunes en la Basílica de Guadalupe. Acompañado por el presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, Francisco Robles, uno de los pocos arzobispos alejados de Rivera, desautorizó públicamente la ofensiva antigay. “No creo que sea bueno para el país confrontarse por el tema del matrimonio igualitario e ir a una lucha y contar cuántos son los que están a favor y cuántos son los que están en contra. Es algo que toca a la Constitución y cuando se habla de Constitución es algo que tienen que compartir todos los mexicanos o al menos una gran mayoría”, señaló al tiempo que anunciaba que estaba dispuesto a recibir a los representantes de la comunidad homosexual, aunque no como mediador. “Lanzar insultos y prejuicios no sirve de nada; hay que comprenderse, entender”, concluyó Coppola.

La decidida intervención del nuncio no sólo deja en fuera de juego al movimiento liderado por Rivera y sus patricios, sino que marca el camino a seguir por la Iglesia mexicana. Una senda que el Papa en su visita de febrero ya marcó con claridad cuando, en la catedral de la Ciudad de México, de la que es obispo Rivera, recriminó al episcopado su cercanía a los “faraones” y les exigió que abandonasen sus intrigas palaciegas y saliesen a la calle a ayudar a los pobres y oprimidos.

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