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Cataluña se queda sin sacerdotes, monjas y monjes

El número de religiosos en la comunidad se desploma un 35% en seis años mientras el catolicismo busca reinventarse.

La crisis de vocaciones religiosas en Cataluña es una realidad alarmante. Según los datos de la Conferencia Episcopal Tarraconense que recoge Regió 7, en 2023 había 3.773 curas, monjas y monjes en activo, lo que se traduce en una caída drástica respecto al año 2017, cuando había registrados un total de 5.764. Este descenso del 35%, según el rector del Seminario Conciliar de Barcelona, Salvador Bacardit, refleja una tendencia que afecta no solo a la región, sino también al resto de Europa, donde el arraigo católico pierde fuerza, aunque observa un repunte en la espiritualidad vinculada al bienestar emocional.

El panorama es igual de desolador en otros aspectos de la vida eclesiástica. Los catequistas han disminuido casi a la mitad, de 7.758 en 2017 a 4.097 el pasado año. Además, las vocaciones son escasas, lo que ha obligado a las diócesis a recurrir a seminaristas y sacerdotes provenientes de América Latina, África y Asia para cubrir las necesidades pastorales. “Durante años fuimos misioneros en otros continentes, pero ahora Europa es el nuevo territorio de misión”, señala Bacardit, quien también apunta al descenso de la natalidad como un factor determinante en esta crisis.

Bacardit destaca que el desapego hacia la religión católica no significa el final de la espiritualidad. Aunque tradiciones como la Navidad y la Semana Santa persisten, estas se perciben más como eventos culturales que como manifestaciones religiosas. La pérdida de relevancia de la Iglesia también se atribuye a la aversión de los catalanes hacia expresiones festivas de la fe, en contraste con las celebraciones vibrantes de América Latina o Andalucía.

El caso de Jean Marie Vianney, un sacerdote ruandés que ahora lidera una parroquia en Vila-seca, ilustra este contraste. Acostumbrado a misas llenas de música y baile en Ruanda, se encontró con celebraciones “sobrias” en Cataluña, donde la asistencia a las iglesias es limitada. Sin embargo, Vianney aboga por una fe dinámica, argumentando que incluso un pequeño grupo de creyentes comprometidos puede transformar su entorno. “El problema no es la cantidad, sino tener cristianos convencidos”, asegura.

Pau Camacho, seminarista de 22 años, ve un “futuro esperanzador” para el catolicismo catalán. Aunque reconoce que las cifras actuales no alcanzan los niveles de décadas anteriores, confía en que eventos como la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa y otras iniciativas revitalicen las vocaciones. Camacho, que ingresó en el seminario tras una experiencia transformadora a los 12 años, subraya la importancia de adaptarse a los tiempos y fomentar la participación laica en las parroquias.

Con apenas 60 seminaristas en toda Cataluña, los seminarios han optado por la colaboración interdiocesana para optimizar recursos. Mientras tanto, la Iglesia apuesta por un mensaje positivo y renovador que acerque a las nuevas generaciones. Bacardit lo resume: “El catolicismo sigue siendo una opción válida, aunque el ambiente no lo favorezca. Debemos vivirlo y compartirlo sin complejos”.

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