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El Vaticano da un paso hacia el fin del veto total al suicidio asistido

Organizará en noviembre un congreso en lo que supone un cambio de rumbo ante la cerrazón tradicional ante cualquier cambio en este campo
Los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI convirtieron el concepto en tabú, desmontando la apertura que supuso el Concilio Vaticano II

La semana pasada, el Vaticano sorprendía a propios y extraños al anunciar que organizará en noviembre el primer congreso sobre «suicidio asistido» en la historia de la Santa Sede. Una palabra tabú en las últimas décadas, especialmente en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que demolieron buena parte de la apertura que supuso el Concilio Vaticano II en materia de los derechos de los más débiles. También de los que desean morir con dignidad.

«El posicionamiento de la Iglesia en torno al encarnizamiento terapéutico, o a la sedación paliativa, es desconocido: se piensa que el magisterio de la Iglesia dice que no cuando, en realidad, en muchas de las respuestas a la mayor parte de las cuestiones hay consenso», analiza José Carlos Bermejo, director del Centro de Humanización de la Salud, que los religiosos camilos gestionan en Tres Cantos, Madrid. Se trata de uno de los centros especializados en cuidados paliativas más importantes de España.

Frente a lo que la mayoría piensa, algunas instituciones católicas han sido líderes en la gestión e investigación en todo lo referente a los últimos momentos de la vida. Un debate, el del encarnizamiento terapéutico, la eutanasia o el suicidio asistido que parece comenzar a abrirse, también en la Iglesia.

La Pontificia Academia por la Vida acogerá, durante dos días, un simposio al que se espera asistan los principales expertos en el ámbito de la muerte digna. «Serán dos días de reflexiones sobre suicidio asistido en diálogo con una asociación laica», indicó el presidente del organismo pontificio, monseñor Vincenzo Paglia.

Para Paglia, se tratará de un encuentro «con un método de diálogo sobre un tema delicado», que no buscará una palabra definitiva sino «escuchar» las distintas voces desde el ámbito científico, médico y asistencial.

El anuncio de la Santa Sede supone una novedad histórica, pues si bien desde siempre distintas instituciones de la Iglesia católica (en España fundamentalmente los religiosos camilos o los hermanos de San Juan de Dios) han trabajado en el campo de la bioética y los cuidados paliativos, la postura oficial del Vaticano siempre ha sido la cerrazón ante cualquier tipo de modificación en este ámbito.

¿Qué es eutanasia y qué no?

Casos como los de Eluana Englaro, Ramón Sampedro o Inmaculada Echevarría fueron contestados de manera rotunda por la Santa Sede, que también ha respondido con  dureza a los religiosos belgas que decidieron seguir practicando la eutanasia en sus centros pese a la prohibición de Roma (en Bélgica la eutanasia es legal desde 2002).

Para distintos eclesiásticos consultados, «hace falta una cierta alfabetización ética al final de la vida», porque «hay mucha confusión con los términos, incluso cuando sucede algún caso que salta a los medios. Necesitamos aclararnos con los conceptos, y darnos cuenta que el concepto de eutanasia es muy reducido».

¿Cuándo se puede hablar de eutanasia? Según los autores del Diccionario de Pastoral de la Salud y Bioética, «cuando una persona con una enfermedad terminal o irreversible, con unos sufrimientos insufribles, libremente, reiteradamente, en contexto sanitario, solicita ayuda a los profesionales sanitarios para que le ayuden, no para que le procuren la muerte, sino para que le ayuden, sólo entonces nos referimos a eutanasia».

El famoso caso de Ramón Sampedro, para estos expertos, «fue suicidio asistido. Alguien le ayudó y él se suicidó». En cambio, en los casos de la italiana Eluana Englaro o la española Inmaculada Echevarría, se trató de una «petición consciente y libre de la limitación del esfuerzo terapéutico». Se trataba de un «acto de humanidad».

Sin embargo, los hermanos de San Juan de Dios, que en 2007 gestionaban el hospital granadino donde se alojaban, tuvieron prohibido cumplir los deseos de esta mujer, que tuvo que recorrer unos larguísimos 150 metros para dirigirse a otra planta del centro, gestionado por la Administración pública, donde se le retiraron los medios que la mantenían con vida de manera artificial.

Pese a las prohibiciones por parte de la jerarquía eclesiástica, los casos de Echevarría y Englaro eran «éticamente correctos», según los expertos consultados, que abogan por romper el «silencio» en torno a la muerte en nuestra sociedad.

Éste fue uno de los ejes del I Congreso Mundial de Bioética, que la Orden de San Juan de Dios celebró hace unas semanas en El Escorial. Como subrayaba José María Bermejo, religioso de esta congregación y responsable del evento, «demasiadas veces reducimos las cuestiones sobre la vida a su inicio y su fin, pero no se puede reducir la bioética al aborto y a la eutanasia». Más bien, añade, la bioética «trata de asegurar siempre la dignidad de la persona» en todas las etapas de su vida.

Rechazo del encarnizamiento

Pese a las reiteradas prohibiciones de los sectores más tradicionalistas, lo cierto es que el Catecismo de la Iglesia católica, si bien condena la eutanasia como «moralmente inaceptable, ya sea por acción u omisión», pues supone «atentar contra la vida enferma, disminuida, debilitada o moribunda, que merece un respeto especial», su canon 2278 pide «rechazar el encarnizamiento terapéutico» y sostiene que «se pueden interrumpir tratamientos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados», pues «no se provoca la muerte, se acepta no poder impedirla».  

«La decisión la toma el paciente, si puede, o por los que tienen los derechos legales, respetando la voluntad e intereses del paciente», subraya el Catecismo, que añade que «el uso de analgésicos, aunque puede abreviar la vida, puede ser moralmente aceptable y digno humanamente, si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, aunque pueda ser prevista y tolerada como inevitable», y apuntala que «los cuidados paliativos son una forma privilegiada de amor desinteresado, que debe ser alentado, para aliviar el sufrimiento y acompañar al que lo padece». Una puerta abierta que, esta vez, parece que la Iglesia católica puede atreverse a cruzar.

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