Una instrucción papal ve en los prelados a «los auténticos intérpretes de la fe» Tamayo, primera víctima de la represión de la investigación teológica libre
Malos tiempos, de nuevo, para la teología. Fue considerada una ciencia, incluso la emperatriz de las ciencias (y la filosofía, su esclava: “Philosophia ancilla theologiae”, dijo Tomás de Aquino), pero la jerarquía del catolicismo la considera ahora una materia de investigación con las cartas marcadas. El Vaticano acaba de emitir ese dictado afirmando que los teólogos deben someterse a los obispos porque son “los auténticos intérpretes de la fe”.
La orden procede de la Comisión Teológica Internacional en un documento titulado Teología hoy: perspectivas, principios y criterios. Con apenas 35 páginas, el texto fue aprobado en noviembre pasado y su publicación se ha retrasado hasta ahora, previa la autorización del cardenal William Levada como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama hoy el Santo Oficio de la Inquisición.
Nadie duda de que detrás de la decisión está el papa Benedicto XVI, que fue teólogo profesional durante décadas como catedrático de Dogmática e Historia del Dogma en varias universidades alemanas. El polaco Juan Pablo II le hizo cardenal en 1977 y cuatro años más tarde lo llamó a Roma para que vigilase la ortodoxia vaticana como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y presidente de la Pontificia Comisión Teológica Internacional. Se mantuvo en el cargo hasta que fue elegido Papa en abril de 2005. Ratzinger cumple 85 años este próximo mes.
La primera víctima de estos nuevos tiempos es el teólogo Juan José Tamayo (Amusco. Palencia. 1946). Esta tarde va a pronunciar una conferencia en la Biblioteca Pública de Palencia, que ha sido severamente execrada por el obispo de esa diócesis, Esteban Escudero. El prelado lo ha hecho mediante un comunicado difundido el viernes pasado por el servicio de noticias de la Conferencia Episcopal Española.
Son ya decenas los pensadores execrados por la jerarquía católica
Pese a que resulta evidente que la conferencia de Tamayo ha sido convocada por la Universidad Popular de Palencia y se celebra en un centro civil, el obispo dice verse “en la obligación de advertir a los católicos palentinos que no ha sido promovida por el Obispado, ni por ninguna asociación o movimiento perteneciente a la Iglesia católica”. Justifica su intromisión apelando a una llamada “nota” de la comisión doctrinal de la Conferencia Episcopal, de enero de 2003, donde se emiten varias censuras contra el libro de Tamayo Dios y Jesús, editado por Trotta.
La romana Comisión para la Doctrina de la Fe, entonces presidida por Ratzinger (hoy Benedicto XVI), nunca asumió o tramitó, al menos públicamente, la decisión del inquisidor español.
El nuevo documento de la Comisión Teológica Internacional propone ahora “criterios metodológicos determinantes para la teología católica respecto a otras disciplinas afines, como las ciencias religiosas”. Lo hace en tres capítulos: la teología presupone la escucha de la palabra de Dios acogida en la fe (capítulo 1); se lleva a cabo en comunión con la Iglesia (2); tiene como fin dar razón a la verdad de Dios (y 3).
En resumen, subraya que los teólogos, para llevar a cabo su labor, han de reconocer la jurisdicción de los obispos para “una interpretación auténtica de la palabra de Dios transmitida por la Escritura y la Tradición”.
Sobre la intempestiva irrupción del obispo de Palencia en su actividad profesional, el teólogo Tamayo no se mordió ayer la lengua. Dice: “El señor obispo está espacialmente desubicado. Confunde el espacio religioso con el espacio público e interviene en este como lo hiciera en la Edad Media cuando el obispo era señor feudal. En el espacio público puede opinar como cualquier ciudadano, pero no imponer su ideología y mentalidad dogmática, y menos aún poner límites a la libertad de expresión, como tampoco coaccionar a los católicos, que son libres para decidir por su cuenta. Episcopado y teología se mueven en diferentes planos. Yo no puedo someter mis investigaciones teológicas al dictamen de los obispos. Si lo hiciere, tiraría por la borda 40 años de investigación y desacreditaría la teología”.
Vinculado a la Teología de la Liberación, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III, secretario general de la Asociación de Teólogos Juan XXIII y autor de 57 libros, en su mayoría éxito en ventas (del último, Otra teología es posible, la editorial alemana Herder acaba de anunciar la segunda edición), Tamayo no ha sido condenado nunca por el Vaticano y por tanto, no es un hereje en el sentido tradicional de la palabra. Pero hace tiempo que los obispos le tienen en su agenda de combate.
En noviembre pasado, el cardenal de Barcelona, Lluis Martínez Sistach, prohibió una intervención suya en la parroquia de Sant Medir, en el barrio barcelonés de La Bordeta. Tamayo iba a hablar sobre la mujer en la Iglesia. Finalmente, lo hizo en un local que la misma parroquia tiene alquilado a Ezquerra Republicana a cincuenta metros del templo. Era el tercer veto en dos meses, los otros por parte del cardenal Antonio María Rouco en Madrid.
Tamayo no es el único teólogo execrado en España por la jerarquía actual. Son decenas desde el Vaticano II, entre otros los claretianos José María Vigil, Benjamín Forcano y Evaristo Villar, el franciscano José Arregi, el redentorista Marciano Vidal y los jesuitas José María Díez-Alegría, Juan Antonio Estrada y José María Castillo. La inquisición romana lleva dos años investigando a José Antonio Pagola, exvicario de la diócesis de San Sebastián, por su libro Jesús. Una aproximación, sin tomar una decisión. Pagola lleva vendidos unos 100.000 ejemplares de su libro, pese a que ya fue execrado por la jerarquía española con extrema severidad.
La atracción del hereje
Dos genios tan dispares, como el filósofo marxista Bloch y el apóstol Pablo, coinciden en la necesidad de la heterodoxia. “Lo mejor de la religión es que crea herejes”, afirmó el autor de Principio esperanza. El de Tarso lo dijo en latín, en su primera carta a los Corintios. “Oportet et haereses esse” (“Conviene que haya herejías”). Lo sabía bien quien se cayó del caballo cuando iba a la caza de cristianos por el camino de Damasco, para convertirse poco después en el gran secretario de organización del catolicismo romano, en franca disensión con su colega Pedro. No pudo imaginar que algunos de sus sucesores iban a encontrar herejes hasta en una fe de erratas.
Cuando convocó el Vaticano II, hace medio siglo, Juan XXIII rogó que se acabase con el siniestro Santo Oficio de la Inquisición, entre cuyas hazañas —tantas veces criminales— estaba la de haberle molestado a él mismo, además de a Benedicto XV y Pablo VI. La pontificia congregación encargada entonces de engrandecer la doctrina y promover la fe se convirtió pronto en una nueva inquisición. Desde entonces han caído en sus garras, solo en el pasado siglo, dos centenares de grandes pensadores religiosos. Para desgracia del Vaticano, son los que más libros venden y los que llenan los salones de conferencias allá donde van. Es la atracción sempiterna del hereje. Remeda Tamayo a Larra en aquello de que escribir en España era llorar. Hacer teología libre en la Iglesia católica es llorar, pero el reino de las masas sigue siendo de los heterodoxos.