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El tinglado de la sociedad civil

*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

Si lo de los indultos no salen bien la misma sociedad civil que aplaudía en el Liceo también será responsable.

La verdad es que, al día siguiente, miré la lista de asistentes en La Vanguardia y estaban los de siempre.

Los que apenas dos semanas antes, el pasado día 7, habían estado en el acto del Foment: Pedro Sánchez, Javier Godó, Carlos Godó, Josep Sánchez Llibre, Javier Faus.

Había, de hecho, más dirigentes políticos que representantes de eso que nos empeñamos en llamar sociedad civil: la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; el expresidente de la Generalitat José Montilla; el del Parlament, Ernest Beanch; Salvador Illa, Teresa Cunillera, Joan Clos, Jordi Hereu, Jaume Collboni.

El resto eran empresarios: Tobías Martínez (Celnex), Ángel Simón (Agbar), Josep Oliu (Sabadell), Antoni Brufau (Repsol), Pau Guardans (Único Hotels), Javier Moll (Prensa Ibérica) o Antoni Cañete (Pimec).

O presidentes de empresas públicas. No cuentan porque los ha puesto el gobierno: Maurici Lucena (Aena), Pere Navarro (Zona Franca), Isaías Taboas (Renfe).

Bueno, y los sindicatos: Javier Pacheo (CCOO) y Camil Ros (UGT) pero éstos se apuntan a un bombardeo. Con el proceso ya recibieron subvenciones y honores. Hasta la Creu de Sant Jordi.

La verdad es que los dos únicos auténticos representantes de la sociedad civil que conseguí distinguir en tan ilustre lista fueron un músico (Jordi Savall) y un actor (Josep Maria Pou), que por supuesto pueden ir donde les plazca. Sólo faltaría.

El resto es lo que el colega Àlex Gubern bautizó certeramente en el ABC con el nombre de “el tinglado de la sociedad civil”.

Es una definición exacta. Casi a la altura de Pla.

Yo, que trabajé con su padre, constato que el buen periodismo se transmite a veces de padres a hijos.

Otro colega, Martí Saballs, el mismo día pero en otro medio (El Mundo), recordaba que los que aplaudían en el Liceo eran casi los mismos que el 28 de marzo del 2017 habían aplaudido a Mariano Rajoy en otro acto.

En este caso en el Palacio de Congresos de Barcelona. Cuando anunció 4.200 millones en inversiones para intentar apaciguar el proceso.

Seguramente con alguna baja entre las filas de la menguante élite empresarial catalana. Alguno hasta se ha metido a consejero de Economía.

En fin, lo dicho, si lo de los indultos no sale bien ellos serán también moralmente responsables.

¡Pero si a la moda se ha apuntado hasta Miquel Roca! Uno de los hombres más odiado por los indepes tras Pere Navarro.

“¿Concordia? Pues sí”, se preguntaba y respondía con inusitada rapidez al día siguiente. No en balde también lo habían invitado al gran teatro.

Duran, al que tiraron monedas en la manifesación contra la sentencia del Estatut.

Unos días antes, el 17, para ir haciendo méritos también sucumbío a la presión.

¡El hombre al que el proceso se cargó no sólo su carrera sino también su partido!

Lo hacía con la boca pequeña pero lo hacía: “¿Realmente servirán para este buen fin? ¡No lo sé! Creo que sí, aunque mi afirmación solo tiene el valor de una opinión”.

Un simple artículo puede cargarse todo un legado.

Se nota que los socialistas lo han metido en el consejo de administración de Aena y anda promocionando una escuela de líderes.

Fíjense si se notaba que se lo habían pedido que utilizaba el mismo argumento -el de “utilidad pública”, como si fuera la construcción de un pantano- que unos días después utilizaría el mismísimo Pedro Sánchez en el Liceo. ¡El argumentario de Iván Redondo!

¡Pero si a los indultos se han apuntado hasta el presidente de la CEOE o los obispos.

Yo tiendo a desconfiar de un hombre que se emociona en público por tan poca cosa.

Se llame Antonio Garamendi o Oriol Junqueras, que también echó a llorar un día en un programa de Mònica Terribas.

Ahí me dije que Oriol no tenía madera de presidente. No ya de la República catalana sino ni siquiera de la Generalitat.

Lo de los obispos, en cambio, es distinto porque siempre tienen que poner la otra mejilla por mandato bíblico.

Al fin y al cabo al cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, lo han puesto verde en público y en privado.

No le han perdonado que no quisiera mediar tras aquella declaración de independencia de ocho segundos.

¿Cómo iba a mediar? ¡A Dios las cosas de Dios y al hombre las cosas del hombre!

¿No estamos por la laicidad? ¿Y la separación Iglesia-Estado? ¿O sólo cuando nos conviene?

Puigdemont ya lo dejó verde en una entrevista en TV3. Lo acusó de no haberse comportado como “un hombre de Iglesia”.

Y poco después se apuntó Torra que, en estas cosas y en otra, era como un monaguillo. Siempre iba a corriente.

Pero lo increíble es que un gobierno que se apoyaba en la CUP -Arran iba pintando templos y haciendo numeritos lésbicos delante de la Virgen de Montserrat- recurriese luego a la Iglesia para que les sacase las castañas del fuego.

Lo dicho: si esto no sale bien, esta falsa sociedad civil que aplaudía hasta con las orejas en el Liceo también será moralmente responsable.

Yo, por si acaso, me voy a guardar los nombres.

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