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«El símbolo perdido»: nueva milonga editorial

Durante estos últimos años estamos presenciando éxitos editoriales sin precedentes de culebrones literarios, como las historietas mágicas de Harry Potter (más de 400 millones de ejemplares, de 1997 a 2008) o los embrollos del Código Da Vinci (creo que en torno a 70 millones de ejemplares, de 2003 a 2008), siendo esta novela sólo una parte de la trilogía que comenzó Dan Brown con su poco impactante “Ángeles y demonios” y culmina ahora con el lanzamiento de “El símbolo perdido”. Los editores de ambos autores han venido desplegando un enorme arsenal de costosos e inteligentes recursos de marketing sabiamente administrado.

Pero la Sra. Rowling y el Sr. Brown son sólo exponentes máximos de un movimiento ascendente durante los últimos años: el de la muy vieja narrativa del misterio. La razón de fondo del éxito de esta subespecie literaria hay que buscarla en la renovación generacional del interés humano por lo desconocido, por aquello que las tradiciones culturales de todos los pueblos han ido clasificando como “mistérico”. La muerte es el gran misterio subyacente en esa narrativa, por muy rodeada de peripecias que se nos presente.

La conciencia de nuestra mortalidad ha sido, obviamente, el trampolín utilizado por todas las religiones del mundo. El sacrificio de la vida de algunos en beneficio de la de otros es uno de los mitos recurrentes en todas las civilizaciones. El cristianismo paulino propone que la muerte de un dios encarnado y crucificado tiene el poder mágico de salvar de la muerte eterna a sus creyentes, determinando con ello toda la ética que ha regido nuestra historia durante siglos, con sus buenos y malos, sus premios y castigos, etc. Cruz y Crucificado han venido siendo el Símbolo, por excelencia, de una forma de acceso a la inmortalidad basada en la obediencia (“de buena fe”), no a las leyes de la naturaleza y del universo, sino a una determinada interpretación de ellas que no admitía crítica.

Pero el desarrollo de la cultura moderna, la que comenzó a cristalizar en Europa a partir de la Ilustración, ha ido arrinconando muchos viejos símbolos o tratando de hallar en ellos otros valores posibles. La cultura humana ha sido siempre y seguirá siendo simbolista. Ninguna ciencia o conocimiento podría resumirse y trasmitirse sin utilizar símbolos, ya sean gráficos, verbales o gestuales, etc.

En Occidente, la cultura cristiana y su simbología han inducido a la identificación del mundo de los símbolos con cuanto tiene que ver con la religión o las religiones y sus misterios. Con ello se ha querido que la religión ocupe un puesto exclusivo, definitorio de la espiritualidad humana, logrando que perdure en muchos la confusión de lo mistérico-religioso con lo realmente espiritual, que se manifiesta en una pluralidad de formas que han pasado a denominarse ideologías o ideales, cuando no simplemente vocaciones (en pro de la justicia, la paz, la solidaridad, el arte, etc.).

El bueno de Dan Brown pretende, en su última obrita multimillonaria, que el “Símbolo perdido” habría sido la llamada “Clave de Salomón”, custodiada por un imaginado Priorato de Sión y que supuestamente cayó en poder de “los masones” norteamericanos. La Clave sería una fórmula mágica, contenedora de una explicación de la esencia del universo. Desde los tiempos de Flavio Josefo hasta el siglo XV pulularon manuscritos sobre magia, en distintos idiomas, atribuidos al legendario rey Salomón y Brown no comunica nada especialmente original, ya que el tema había sido tratado anteriormente en la novela pseudo-histórica “El enigma sagrado”, cuyos coautores demandaron a Brown por plagio al comenzar éste a publicar su trilogía. Por otra parte, el inventor del imaginario Priorato de Sión, Pierre Plantard (en 1956), que se decía descendiente de los reyes merovingios franceses, fue acusado por falsificación y donación a la Biblioteca Nacional de Francia de supuestos documentos históricos. Todo un culebrón de rentabilidades diversas…

Lo que a mí me parece digno de subrayar es la irresponsabilidad cultural que refleja la mezcla sensacionalista de temas y la confusión que eso crea en el gran público de una sociedad globalizada, dominada por lo sensacional en prensa, radio, televisión y ahora a través de una forma nueva de literatura que acrecienta su influencia al montarse al carro capitalista del sistema. Es indispensable poder distinguir entre ficción y realidad para dar sentido y valor a la cultura.

Centrándonos en España, no nos sorprende leer la sarta de sandeces que están apareciendo en torno a la Masonería so pretexto de comentar la novelita de Dan Brown. Como era de esperar, se llevan la palma los periódicos de la derecha de toda la vida, que aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para atribuir carácter masónico incluso a los restos del templo de Debod del madrileño Paseo de Rosales, a las figuras del friso del edificio del Ministerio de Agricultura, a la llamada Capilla de la Bolsa como supuesta sede de la primera logia masónica española (¡!) y otros disparates de ese orden (véase El Mundo del 2/10/09, por ejemplo).

Que Dan Brown se empeñe en relacionar institucionalmente a la Masonería con el embrollo pseudohistórico que describe parece tener la exclusiva finalidad de ganar dinero. Lo de aquí es otra cosa. La Masonería ha representado siempre el antidogmatismo y el simbolismo abierto, también llamado “librepensamiento”, con derecho al error y al acierto.

Cuando aquí se habla del ella – por lo general haciendo gala de nula documentación sobre el tema – la intención no es comparable a la del exitoso autor norteamericano.

Amando Hurtado es escritor y licenciado en Derecho

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