«No he venido a hablar ni de política ni de economía. He venido aquí a hablar de espiritualidad», aseguró Benedicto XVI nada más pisar tierra africana. «Primum vivere, deinde filosofare», advertía Aristóteles.
Primero, vivir, tener al menos el estómago lleno; luego filosofar. El Papa no parece partidario de la lúcida reflexión de Aristóteles, al fin y al cabo un filósofo pagano, debe de pensar, nacido más de trescientos años antes que Cristo.
En la África de la miseria, del hambre, de la ausencia de una red sanitaria y escolar mínima, donde malviven millones de seres humanos y donde millones de niños mueren sin llegar a la adolescencia; en la África donde la única esperanza de la inmensa mayoría de sus hombres y mujeres es huir como sea para encontrar –lo que es dificilísimo- un lugar al sol de la abundancia; en la África donde el sida arrasa y mata con facilidad a muchos de sus habitantes, el jefe máximo de la Iglesia católica dice que él no habla de política ni de economía, sino de espiritualidad. Y para empezar, su espiritualidad la mide prohibiendo, una vez más, el uso de condones, siquiera para frenar o recortar la pandemia del sida.
Obsesión rastrera
¡Qué obsesión tan infame, ciertamente rastrera, la de tantos clérigos, obispos, arzobispos, cardenales y, por supuesto, el Sumo Pontífice de la sotana blanca, en torno al sexo! ¡Qué vergüenza estar siempre dándole vueltas a la noria del sexo, condenándolo, a la defensiva, buscándole su supuesta maldad congénita! ¡Qué obscenidad priorizar en África lo que la cúpula católica entiende por espiritualidad y dejar de lado la política y la economía! Ésas son las dos palancas que debieran ser utilizadas en el continente africano para que la situación cambiara npara bien totalmente y África dejara de ser un infierno –ese infierno sí que existe-, y se convirtiera en un lugar para que florezca la vida y no para que emerja la tragedia de la muerte.
El inquisidor del siglo XX
Pero Benedicto XVI –antes llamado, cuando ejercía de inquisidor del siglo XX, Joseph Ratzinger- no sólo le preocupa de los africanos que se pongan condones. Por cierto, ¿cuántas veces, señor Ratzinger, Cristo condenó los condones u otras formas de evitar la procreación? También le inquieta que las misas católicas celebradas en África, así como otros oficios religiosos, estén impregnadas de restos de las antiguas religiones africanas y, por consiguiente, no sea “dignas”. Relevante cuestión, importantísimo problema. Al jefe del teocrático Estado Vaticano le molesta que las misas africanas tiendan a ser exuberantes. Dice el Pontífice: “Estas celebraciones son festivas y alegres, pero es esencial que la alegría demostrada no sea un obstáculo para entrar en diálogo y comunión con Dios”. ¿Pretende el señor Ratzinger ponerle, eso sí, condones a la alegría? ¿Cree el Papa que Dios sí rompe el diálogo con los africanos que, evocando su pasado religioso, se muestran alegres en demasía? ¿Le parece mal –todo lo que no controlan les parece a ustedes mal- que las viejas creencias africanas se mezclen con la liturgia de las misas traídas por los colonizadores? O sea, por los expoliadores de África, al margen, claro, de miles y miles de misioneros y misioneras beneméritos y entregados a hacer el bien a los africanos.
Mandamases de la carcunda
¡Menudo Dios se han inventado ustedes, los mandamases de la carcunda, los que están más pendientes de los condones que de salvar a la gente del sida, los que siguen anatemizando la homosexualidad, las células madres, la muerte digna o la eutanasia, el aborto reglado, el divorcio, sea o no exprés! En África dicen que no hablan de política, pero en sus púlpitos y sus copes no hacen otra cosa que hacer política, apoyando a la derecha y maldiciendo a la izquierda. Recuerdan sobre todo, a los escribas y a los fariseos, sepulcros blanqueados, que decían una cosa y hacían la contraria. Usted, señor Ratzinger, es el hombre que en nombre de Dios, se atreve a condenar los condones y a perseguir la alegría. He aquí su retrato. Estremecedor.
Enric Sopena es director de El Plural