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El retrógrado en la vida moderna

Hoy es de actualidad el uso de otra palabreja en la que se refugia el retrógrado para negarle al Estado y a sus instituciones la independencia de toda influencia eclesiástica o religiosa: es la del laicismo

El pensamiento retrógrado siempre busca y encuentra la palabra adecuada que justifica su actitud ante aquellos fenómenos que significan apertura o progreso. Muy recientemente hemos tenido el ejemplo con el debate surgido por el matrimonio entre personas del mismo sexo. El retrógrado cabal no admitía, bajo ningún concepto, estas uniones que calificaba, en el mejor de los casos, de “contra natura”, pero el más moderado -si es que ello fuera posible- sostenía que si estos individuos, a pesar de su aberrante conducta, querían unirse, lo que no podía admitirse en absoluto es que lo hicieran bajo la denominación de matrimonio, ya que esta palabra estaba reservada para los casamientos como dios manda; entre un hombre y una mujer.

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En mi época de juventud, allá por la década de los sesenta, el retrógrado hacía uso y abuso de otra palabra que utilizaba continuamente: era la del libertinaje. Ellos se auto consideraban personas partidarias de la libertad, pero ¡huy! como el ejercicio de esa libertad atentase lo más mínimo contra sus estrechas y pacatas convicciones. Aquello no era libertad, era, sencillamente, libertinaje. Si una mujer llevaba una falda dos centímetros por encima de lo permitido; era una libertina. Si una pareja se besaba mientras paseaba por un parque, el retrógrado le aplicaba “ipso facto” este calificativo. Y si unos estudiantes organizaban una algarada -las manifestaciones sólo se hacían en el Santiago Bernabéu y el 1º de mayo- en demanda del establecimiento de los derechos y de las libertades en el país, pues por muy paradójico que parezca, aquello era puro libertinaje.

Hoy es de actualidad el uso de otra palabreja en la que se refugia el retrógrado para negarle al Estado y a sus instituciones la independencia de toda influencia eclesiástica o religiosa: es la del laicismo. Ellos dicen que son partidarios de la laicidad a la que definen, más o menos y ¡prepárense!, como aquella separación entre Iglesia y Estado en la que este último, consciente de que la dimensión religiosa de la persona es una dimensión real que configura el ejercicio de las libertades innatas del ser humano, debe facilitar el pluralismo para que los ciudadanos puedan libremente desarrollar su personalidad en sentido completo e integral.

¿Qué se quiere decir con toda esta verborrea? Pues muy sencillo. Que si el Estado actúa consecuentemente y pretende, por mor de esa independencia de la Iglesia, retirar los crucifijos de todos los edificios públicos, ellos interpretan que esa conducta no es laicidad, que es laicismo porque hay beligerancia en esa forma de actuar y ¡que hasta ahí podíamos llegar! Y de la misma forma reaccionan, si una ley determina que no se rindan honores militares al Santísimo Sacramento o que una imagen de la Virgen del Pilar debe ser retirada de un cuartel de la Guardia Civil.

Resumiendo, el retrógrado es partidario de las libertades siempre que no se caiga en el libertinaje y, por supuesto, ¡faltaría más! de la separación Iglesia-Estado cuando ello no signifique laicismo. Encaje de bolillos para no decir que están en contra de las libertades y a favor de una Iglesia omnipresente en la sociedad. ¡Ah! Y de un matrimonio como dios manda. Es decir, franquismo, en su más pura esencia.

Por cierto, ¿para cuándo la Ley de Libertad Religiosa? ¿No hemos mareado ya demasiado la perdiz?

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

–> En mi época de juventud, allá por la década de los sesenta, el retrógrado hacía uso y abuso de otra palabra que utilizaba continuamente: era la del libertinaje. Ellos se auto consideraban personas partidarias de la libertad, pero ¡huy! como el ejercicio de esa libertad atentase lo más mínimo contra sus estrechas y pacatas convicciones. Aquello no era libertad, era, sencillamente, libertinaje. Si una mujer llevaba una falda dos centímetros por encima de lo permitido; era una libertina. Si una pareja se besaba mientras paseaba por un parque, el retrógrado le aplicaba “ipso facto” este calificativo. Y si unos estudiantes organizaban una algarada -las manifestaciones sólo se hacían en el Santiago Bernabéu y el 1º de mayo- en demanda del establecimiento de los derechos y de las libertades en el país, pues por muy paradójico que parezca, aquello era puro libertinaje.

Hoy es de actualidad el uso de otra palabreja en la que se refugia el retrógrado para negarle al Estado y a sus instituciones la independencia de toda influencia eclesiástica o religiosa: es la del laicismo. Ellos dicen que son partidarios de la laicidad a la que definen, más o menos y ¡prepárense!, como aquella separación entre Iglesia y Estado en la que este último, consciente de que la dimensión religiosa de la persona es una dimensión real que configura el ejercicio de las libertades innatas del ser humano, debe facilitar el pluralismo para que los ciudadanos puedan libremente desarrollar su personalidad en sentido completo e integral.

¿Qué se quiere decir con toda esta verborrea? Pues muy sencillo. Que si el Estado actúa consecuentemente y pretende, por mor de esa independencia de la Iglesia, retirar los crucifijos de todos los edificios públicos, ellos interpretan que esa conducta no es laicidad, que es laicismo porque hay beligerancia en esa forma de actuar y ¡que hasta ahí podíamos llegar! Y de la misma forma reaccionan, si una ley determina que no se rindan honores militares al Santísimo Sacramento o que una imagen de la Virgen del Pilar debe ser retirada de un cuartel de la Guardia Civil.

Resumiendo, el retrógrado es partidario de las libertades siempre que no se caiga en el libertinaje y, por supuesto, ¡faltaría más! de la separación Iglesia-Estado cuando ello no signifique laicismo. Encaje de bolillos para no decir que están en contra de las libertades y a favor de una Iglesia omnipresente en la sociedad. ¡Ah! Y de un matrimonio como dios manda. Es decir, franquismo, en su más pura esencia.

Por cierto, ¿para cuándo la Ley de Libertad Religiosa? ¿No hemos mareado ya demasiado la perdiz?

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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