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El profeta Mahoma como excusa

Hace ahora 10 años empezó a enquistarse uno de los conflictos más sangrientos entre el islam y Occidente que todavía colea: el enfrentamiento por la publicación de unas caricaturas de Mahoma. Primero fue el periódico danés ‘Jyllands-Posten’ y después ‘Charlie Hebdo’ y otros medios los que ‘retrataron’ al profeta.

Viernes de rezo en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén. Un día y un lugar que suelen ser conflictivos. Pero aquel viernes, 3 de febrero del 2006, fue diferente: se quemaron banderas danesas y francesas. Las escenas se repitieron en todo el mundo musulmán, desde Marruecos a Indonesia. «Rabia e ira de los musulmanes», rezaban los titulares de la prensa occidental. Dos días después, miles de manifestantes quemaron el consulado de Dinamarca en Beirut y hubo disturbios en Damasco. El 7 de febrero, el semanario satírico‘Charlie Hebdo’ distribuía 400.000 ejemplares en cuya portada aparecía una caricatura de Mahoma, que decía: «Qué duro es ser amado por idiotas». La crisis de las caricaturas de Mahoma había estallado como la bomba en la que uno de los dibujos publicados en la prensa danesa convertía el turbante del profeta.

Decenas de personas murieron las semanas siguientes en disturbios atribuidos a la «ira de los musulmanes» por las caricaturas. En Europa y en el mundo musulmán (sobre todo en Oriente Próximo), dos grandes discursos se erigieron como dominantes, dos discursos que se retroalimentan y que siguen muy vivos hoy, no en vano hace apenas un año el Estado Islámico citó a las caricaturas como excusa para cometer la atroz masacre en la redacción de ‘Charlie Hebdo’ en París. El discurso occidental afirma que el islam no sabe convivir con las libertades de Occidente, que tiene pendiente su Ilustración. El otro discurso dice que Occidente es islamófoba, que insultar y equiparar islam con terrorismo no es libertad de expresión y que los gobiernos occidentales aplican unos dobles raseros escandalosos contra los musulmanes (criticar a Israel es antisemitismo y ciscarse en el profeta es libertad de expresión, por ejemplo). En apariencia, un choque de civilizaciones puro y duro; la realidad era, y es, mucho más difícil de etiquetar.

LA PUBLICACIÓN

Los hechos: el 30 de septiembre del 2005, el periódico conservador danés ‘Jyllands-Posten’ publicó varias caricaturas de Mahoma. La idea había surgido después de que el escritor Kåre Bluitgen no hubiese encontrado a ningún ilustrador dispuesto a dibujar a Mahoma para un libro infantil. Acompañaba a las caricaturas un editorial en el que se afirmaba que los musulmanes, como cualquier otro colectivo, deben tolerar la sátira y que se les ridiculice. La comunidad musulmana danesa reaccionó con indignación y se movilizó contra la publicación. El primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen (conservador, futuro secretario general de la OTAN, ferviente aliado del trío de la Azores en la guerra de Irak), se negó a recibir a una delegación de embajadores de países musulmanes con el argumento de que no podía inmiscuirse en la libertad de prensa.

Así que la comunidad islámica danesa decidió internacionalizar la afrenta. El 17 de octubre, un diario egipcio publicó las caricaturas, y una delegación de clérigos musulmanes daneses viajó en diciembre a varios países de Oriente Medio, del magreb y Turquía, donde se reunieron con líderes religiosos, la Liga Árabe y la Organización para la Cooperación Islámica. Más diarios habían publicado las caricaturas, aún sin reacciones en la calle. No las hubo hasta que la política entró en juego. La Liga Árabe criticó al Gobierno danés a finales de diciembre y Arabia Saudí llamó a consultas a su embajador en Dinamarca el 26 de enero. A partir de ahí, la escalada: numerosos gobiernos árabes y musulmanes imitaron al de Riad y empezaron a verse imágenes de banderas danesas en llamas. La respuesta europea fue esgrimir la libertad de expresión: numerosos diarios europeos republicaron los dibujos. La maquinaria de la sinrazón se había puesto en marcha. Decenas de personas morirían por ello.

CARICATURAS INSULTANTES

Vivir la crisis de las caricaturas como periodista europeo estacionado en Oriente Próximo fue como nadar en dos corrientes, las que formaban los dos discursos mayoritarios y excluyentes. La historia que contábamos casi con una sola voz los medios occidentales (básicamente, que aquello era un asunto de libertad de expresión ante el fanatismo religioso) era mucho menos nítida a pie de calle en Oriente. Para empezar, era muy exagerada la idea de la «ira musulmana». Como muchos aprendieron entonces, reproducir la imagen del profeta es blasfemo en el islam. Por este motivo, a la gran mayoría de los musulmanes les parecieron insultantes aquellas caricaturas, fueran fervoroso creyentes o laicos. Irak era un avispero, el 11-S estaba muy presente, y la publicación fue considerada para muchos un insulto no religioso, sino identitario a todos los musulmanes, sean creyentes o no. Un insulto más que incidía en el doble rasero, el racismo, la equiparación de islam con terrorismo y la falta de respeto hacia lo musulmán imperantes. Si el agravio fue sentido de forma muy mayoritaria entre la población musulmana, en cambio los que salieron a la calle a quemar banderas danesas fueron una minoría: activa, ruidosa y muy fotografiada, pero minoría. En este sentido, que esa minoría violenta fuera elevada a la categoría de crisis internacional como representaciónlegítima del sentimiento musulmán echaba más leña al fuego: el musulmán no piensa, se deja llevar por la ira fanática, era el subtexto.

Y luego entró en juego la política. Si fue la condena oficial de Arabia Saudí la que prendió la mecha, la manipulación de los gobiernos autoritarios elevó la apuesta. El profeta fue una excusa para mandar mensajes exteriores y tomar decisiones (represivas) interiores. La violencia en países como Libia, Siria y Líbano no fueron espontáneos: dictaduras de diferentes pelajes, nadie se manifestaba allí sin que el Estado lo permitiera. Los regímenes que habían evitado con mano de hierro manifestaciones contra la guerra de Irak, en cambio permitían, incitaban e instrumentalizaban las contrarias a las caricaturas. Recién depuesto Saddam Hussein, en plena borrachera neocón de «democratización de Oriente Medio», los dictadores permitieron desbravarse a los elementos más radicales y enviaron un mensaje que 10 años después, en estos tiempos post-primavera árabe, sigue en vigor: o ellos (que es lo que representa Abdelfatah al Sisi en el Egipto de hoy) o el caos islamista (la Libia o la Siria actuales).

LOS HORRORES DE ABU GHRAIB

En plena polémica de las caricaturas, la cadena australiana ABC publicó un paquete de fotografías que mostraban los horrores que EEUU había cometido en la prisión iraquí de Abu Ghraib. Washington deploró la publicación alegando que podían provocar violencia entre los musulmanes. Nadie criticó a la Casa Blanca por defender la limitación de la libertad de expresión. Esta semana, ha sido noticia que en Francia ninguna sala de cine quiere emitir un documental que explica las causas del terror de inspiración salafista porque mostrar su punto de vista es considerado «simpatizar con el terrorismo». ¿Necesita Francia una Ilustración?

Es tan cierto que la libertad de expresión es intocable como que a diario en la sociedades democráticas hay numerosos actores que quieren violentarla. La libertad de expresión existe entre otros motivos porque los países y las sociedades (no una religión) tuvieron una Ilustración. Por qué los países árabes y musulmanes (no el islam) no han tenido una Ilustración es una pregunta que no se responde solo con la religión. De la misma forma, ver la crisis de las caricaturas solo como un asunto de choque de civilizaciones entre los valores superiores de Occidente y el fanatismo de Oriente no solo es reduccionista, sino que contribuye a empeorar el problema. Pepe Rubianes, en una entrevista publicada en este diario en aquellas fechas, lo explicaba así: «Los defensores de la moral me dan un asco que te cagas (…) Es verdad, pero hay que pensar que a los árabes no les dejamos vivir (…) En los países árabes mueren niños a porrillo, y encima nos permitimos el lujo de hacerles una guerra ilegal (…) Y nos permitimos el cachondeo de jugar con sus valores sagrados. Se puede entender que ellos digan que ya vale».

Entonces, como hoy, hay muchos que usan al profeta como excusa, allí y aquí.Y por ello, mucha gente (la gran mayoría musulmanes) muere.

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