Ha declarado el cardenal Eduardo Martínez Somalo–nacido en 1927, en el riojano pueblo de Baños de Río Tobía- que no comprende que se quiten los crucifijos de los edificios públicos. Lo dijo después de haber recibido en su casa de la mencionada y hermosa localidad de La Rioja, donde pasa habitualmente sus vacaciones, al presidente del Gobierno regional, Pedro Sanz. “Pido perdón porque mi inteligencia sea tan pobre, pero no alcanzo a entender a quién puede molestar los crucifijos”, manifestó con clerical ironía este Príncipe de la Iglesia.
En todo caso, hay que respetar que Martínez Somalo no comprenda, o no quiera comprender, determinadas cosas. Muchos riojanos tampoco entienden que, año tras año, el presidente Sanz, elegido democráticamente, acuda a rendir pleitesía a una autoridad eclesiástica. Sanz, antiguo seminarista y pepero duro, se traslada a Baños de Río Tobia, y allí cumplimenta –ante fotógrafos y cámaras de televisión- a un ciudadano que ha llegado a cardenal, aunque, como es costumbre inveterada en la Iglesia católica, no haya sido elegido por los ciudadanos, ni siquiera por los ciudadanos que son católicos, sino gracias al dedo del Sumo Pontífice, por cierto, jefe de un Estado teocrático y no democrático.
Vergüenza torera
Martínez Somalo añadió a su andanada contra la retirada de crucifijos en edificios públicos –decisión que está estudiando el ministro de Justicia, Francisco Caamaño- lo siguiente: “Para llegar a la pluralidad y para tener una auténtica democracia [no parece que] haya que suprimir un elemento de la pluralidad, que es el catolicismo, o no respetar a la gran mayoría que son creyentes”. Cabe que Martínez Somalo no entienda acerca de los crucifijos lo que dice que no entiende. Pero lo que resulta lógico que no le debe ser permitido por vergüenza torera es que imparta lecciones de democracia y de pluralismo. Ni la institución de la que él forma parte -y con fajín de mando- es democrática ni el pluralismo brilla en el seno de la Iglesia.
Gente ejemplar
La hegemonía doctrinal en la cúpula de la Iglesias está desde siempre en manos de los sectores más integristas y –según no pocos observadores- más farisaicos. Mientras tanto, cristianos de base, gente ejemplar que procura ser coherente con la palabra de Cristo, gente comprometida que defiende la Teología de la Liberación o los puntos de vista de teólogos como Hans Küng, son marginados y, con frecuencia, acosados y hasta perseguidos por el Vaticano. De todo esto, y más, sabe mucho Benedicto XVI, el temible Ratzinger. ¿Dónde se encuentra el pluralismo del que habla Martínez Somalo? En el mejor de los supuestos, en el limbo.
Perversa versión
Sin embargo, lo más grave es que el cardenal dijera que no es conveniente –desde la democracia y la pluralidad- que se suprima “un elemento de la pluralidad que es el catolicismo”. ¿Pero quién ha dicho que la nueva ley de Caamaño pretende suprimir “el catolicismo”. Este clérigo miente al confundir la retirada de los crucifijos de los lugares públicos con la supresión del catolicismo. Es posible que esa perversa versión le haya sido facilitada al cardenal por el presidente Sanz, haciéndose éste eco de las sandeces y engaños que propagan Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal sobre el Gobierno y sobre Zapatero.
Para escuchas ilegales…
Claro que para escuchas ilegales la del propio Sanz, quien grabó y difundió por la COPE –la cadena de los obispos, ¡menudo camino del calvario!- una intervención de Zapatero ante los presidentes autonómicos. Tal como está la situación, cualquier día Rajoy o sus voceros empiezan a repetir como loritos que este Gobierno (de masones) quiere perseguir a los católicos y que ZP es, en realidad, Nerón. ¿A qué cielo piensan ir semejantes embusteros?