El calor era tórrido y la tarde estaba en su momento culminante. En el barrio gótico barcelonés había un movimiento inusitado de la policía municipal por las inmediaciones de la basílica Santa María del Mar. Me acerqué a un cámara de entre los muchos que flanqueaban la escalinata y le pregunté qué pasaba. Sus explicaciones se vieron confirmadas a los pocos minutos: el President de la Generalitat, Montilla, y el Vicepresident, Carod Rovira, encabezaban una comitiva que se dirigía a la basílica. Detrás de ellos, altos cargos militares, de la Guardia Civil y de la policía. También se esperaba a la infanta Cristina (apareció Iñaki) y la vicepresidenta Fernández de la Vega. ¿El motivo de tanto congregado importante? Un funeral católico en la basílica por el recientemente fallecido Vicente Ferrer. Aproveché el momento para, a pie de la escalinata, a metro y medio de ellos, preguntar a Montilla y Rovira qué pintaban las dos máximas autoridades de Cataluña en una celebración confesional católica y dónde estaba la aconfesionalidad del Estado de la que habla la Constitución. Por supuesto, esfinges plenas, impertérrito el ademán, prietas las filas, no miraron, nada dijeron. Un idiota en silla de ruedas les estaba haciendo preguntas intempestivas y sin sentido.
Eché de menos a alguna asociación catalana manifestándose contra aquel acto confesional que se estaba perpetrando. Probablemente, con independencia de si existe o no existe Dios, el bus ateo y las grandes lonas sobre fachadas son estupendos. Pero una manifestación directa y popular, también. Y, además, sería mucho más barata.
Antonio Aramayona, coordinador de MHUEL