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El periodismo católico contra las reformas republicanas sobre enseñanza (1931­-1933)

Resumen

La politización de la prensa española durante la II República fue especialmente intensa entre las cabe­ceras católicas. Los diarios ABC y El Debate, los dos periódicos conservadores más importantes durante aquellos años, fueron muy activos en las protestas contra las reformas vinculadas con la enseñanza. Sus discursos se sumaban a la propaganda de la reacción y fortalecían la acción de colectivos y organizaciones. Este trabajo analiza una muestra de editoriales y crónicas publicadas por estos periódicos con el objetivo de determinar, por un lado, qué mediaciones llevaron a cabo y, por otro, hasta qué punto su voluntad intervencionista quedó plasmada en sus artículos. Los resultados indican que el deseo de funcionar como actores protagonistas del conflicto determinó mediaciones doctrinales y discursos notablemente propagandísticos.

Sumario:
1. Introducción;
1.1. Particularidades del periodismo católico del primer tercio del siglo XX en España;
1.2. Acción colectiva y retórica mediática en la causa contrarrevolucionaria.
2. Fuentes y metodología.
3. Exposición y descripción de resultados;
3.1. Mediaciones favorecidas;
3.1.1. Del sistema político al ambiente social;
3.1.2. Del ambiente social al sistema político;
3.1.3. Del ambiente social al ambiente social;
3.2. La manifestación de la modalidad.
4. Conclusiones.
5. Referencias bibliográficas.

1. Introducción

1.1. Particularidades del periodismo católico del primer tercio del siglo XX en España

Los periódicos jugaron un papel decisivo en el transcurso de los acontecimientos más destacados de la II República española, como evidencia el hecho de que la prensa alcanzara una difusión inaudita hasta entonces, permitiéndole vivir al periodismo español “una época de inusitado esplendor” (Pérez, 2002: 180). No por casualidad, esta etapa es también conocida con el nombre de la “República de los periodistas” o el “reino de las opiniones” (Almuiña, 2007: 33).

Mientras que, hasta entonces, la prensa española se había mostrado sin ambages como una extensión más con la que contaba toda organización que se batiera en la lucha política, muchos de los diarios publicados en los años 30 ya no conformaban esa prensa propia del siglo XIX y se habían transformado en publicaciones de empresa. Sin embargo, la ruptura con el pasado no fue total. Si bien no dependían directamente de unas siglas políticas, a menudo las apoyaban claramente (Barreiro, 2007: 58). La prensa durante la II República se vio influenciada por la politización que imperaba en la sociedad española, de manera que cada cabecera acabó tomando postura a favor de una u otra ideología para dejar de hacer periodismo y pasar a funcionar, en muchos casos, como meros órganos de propaganda, defendiendo idearios o candidatos de determinados partidos políticos cuando se acercaban las citas electorales (Checa, 1989: 23).

Según Gutiérrez Palacio, aunque no podemos hablar de órganos propios de partidos políticos, resulta evidente que la llegada del nuevo régimen afectó notablemente al periodismo español. Entre las diversas circunstancias que modelaron ese nuevo modo de contar lo que estaba ocurriendo destaca la crispación, de la que, afirma el autor, la prensa no fue simplemente un reflejo, sino más bien un instrumento (2005: 22). Pese a que la mayoría de diarios mostraron un notable carácter combativo durante la nueva etapa que se abría, fueron las cabeceras conservadoras las que, además de resultar dominantes en el panorama periodístico, mostraron una mayor confrontación:

“Desde el primer momento republicano, cuando el Gobierno provisional dictó sus «Normas Jurídicas», la prensa católica emprendió contra el nuevo régimen una guerra de cruzada, que se extendió a los aciertos y equivocaciones de la labor parlamentaria constituyente. Santificada por las sucesivas bendiciones eclesiásticas, agigantó hasta el paroxismo la irresolubilidad de unos problemas cuyas soluciones debían tener en sus manos. La dicotomía implícita en sus bases doctrinales la condujo […] a incitar a sus lectores contra la apariencia de fantasmas irreales” (Montero, 1977: 378).

El diario ABC es un buen ejemplo de ello ya que, pese a que trató de recordar con cierta frecuencia su carácter independiente, su actitud política resultaba bien clara desde el inicio, por mucho que tratara de que esta no fuera interpretada como pura militancia (Iglesias, 1980: 255). En este sentido, como indica De Luis, el compromiso político del periódico monárquico definió su actuación durante la II República hasta el punto de que, pese a no apoyar a ningún líder determinado, no dejó de ser ni de comportarse como un periódico político por más que se presentara como un diario de información (1987: 18). Este talante sería común a la mayor parte de las cabeceras extremas de uno u otro signo político y, en el caso que nos ocupa, a los diarios católicos de la época, que compartían dos rasgos: la alerta permanente de un inmediato peligro revolucionario y la demostración de una continua polarización e intransigencia que, por otro lado, eran consideradas como elementos esenciales de cualquier publicación que se integrara en la llamada “buena prensa” (Montero, 1977: 391).

Estos diarios actuaron como soldados indispensables en la batalla que, en su opinión, los españoles religiosos tenían que librar y, al mismo tiempo, como instituciones que debían otorgar confianza y seguridad a la resistencia que se esperaba de los católicos ante la nueva obra legislativa de carácter laico. A fin de cuentas, la prensa católica aplicaba las doctrinas que los tres anteriores pontífices a Pío XI (1922­1939) habían ido desarrollando sobre cómo la prensa podía jugar un gran papel en la nueva sociedad y cultura de comunicación de masas. A este respecto, León XIII (1878­-1903) advertía de que había que “oponer periódicos de alta calidad y católicos frente a los adversarios”, Pío X (1903-­1914) proponía que “la prensa católica debía ser la armada” y Benedicto XV (1914­1922) afirmaba que “los periódicos son el instrumento moderno de la predicación”. Y síntesis de todo ello, y de la labor llevada a cabo por el pri­mer y gran diario católico de la época, fue la sentencia con la que se despidió Ángel Herrera en 1933 de El Debate: “Por la Iglesia y por España hemos hecho cuanto hemos sabido” (Arrarás, 1964: 140).

Efectivamente, habían hecho todo lo que desde un medio, entendido como arma política, se puede hacer. El diario por él dirigido hasta 1933, como otras cabeceras católicas, había sido otro actor fundamental del conflicto religioso que dominó buena parte del debate público durante el Primer Bienio, fundamentalmente como consecuencia de las reformas en el sistema de enseñanza.

Resulta pertinente contemplar, por ello, la acción comunicativa de esta prensa como acción política. Aunque el rol del periódico como actor político en contextos de crisis no le impida funcionar como actor de consensos (Borrat, 1989: 16), actuando como árbitro entre las diferentes partes, los diarios católicos destacaron por adoptar otro papel, también al alcance de cualquier medio en circunstancias de inestabilidad: intervenir de manera directa en la controversia buscando obtener beneficio del problema (Ibíd.: 21). De este modo, la función mediadora del diario, que obliga a la institución periodística a contribuir a la elaboración y adopción de soluciones mediante el análisis de la significación y de la trascendencia de los hechos, ejerciendo “una cierta función arbitral al dar la razón a unos u otros en unos u otros puntos” (Gomis, 1974: 244), pasó a un segundo plano.

En su lugar, la prensa católica intervino en el conflicto de forma mucho más protagonista, desde la primera línea, como parte implicada, en un claro ejemplo de cómo poner en marcha campañas de agitación mediáticas. Emprender esta tarea supone asumir un rol distinto al de informador o comunicador social. El profesional del medio lo emplea para movilizar, realizar llamamientos, exigir respuestas y emitir condenas, pero no para contribuir a la interpretación de la complejidad social.

No era, en todo caso, un fenómeno nuevo. Lippmann ya señaló en 1920 que, desde el final de la I Guerra Mundial, muchos periodistas habían adoptado como deber propio instruir y salvar a la civilización diciéndole al público “lo que es bueno para él”, lo que le llevó a afirmar que “el trabajo de los reporteros ha terminado así por con­fundirse con el de los predicadores, los misioneros, los profetas y los agitadores” (2011: 10). Esa tendencia acabaría siendo característica del llamado “modelo Mediterráneo o Pluralista Polarizado”, en el que los diarios, en ocasiones, desempeñan “un papel activista y movilizan a sus lectores para que apoyen una causa política u otra” (Hallin y Mancini 2008: 91), consolidándose, con el tiempo, algunas formas de periodismo que “se han caracterizado por su orientación preferentemente religioso-moral, en la que se concede mayor relieve a las acciones destinadas al adoctrinamiento” (Ortega, 2006: 16).

En esta línea, Danièle Bussy Genevois señala que la acción social de la prensa católica española durante la Segunda República perseguía ser una “prensa útil” a su causa y que ese quehacer guardaba relación con “la fascinación que le despertaba la personalidad del magnate de la prensa norteamericana, William Randolph Hearst […] quien integraba la idea de que el poder de la prensa permitía modificar el plan político” (1996: 223).

1.2. Acción colectiva y retórica mediática en la causa contrarrevolucionaria

Los grupos de presión proliferaron y desarrollaron una sugestiva labor de combate a partir de 1931, aprovechando la válvula de escape y el terreno de acción que había abierto la República (Ramírez, 1969: 344). Muchos de estos grupos se activaron para ejercer su acción opositora y reivindicativa en el terreno de la política religiosa, a la que el primer Gobierno republicano-­socialista dedicó un especial interés y atención.

La movilización de los seglares fue un objetivo prioritario para la jerarquía eclesiástica, con el deseo de reactivar la identidad católica que entendía consustancial al pueblo español. Como enlace entre el Episcopado y toda la acción católico­social que, de modo más o menos organizado, se desarrolló durante la etapa republicana encontramos un nombre: Ángel Herrera Oria, cuya vida es un testimonio de absoluta dedicación y disponibilidad al mandato de la jerarquía eclesiástica (Ordovás, 1993: 76).

Herrera Oria fue un nexo de unión entre la dimensión política del terreno asocia­tivo católico (Acción Nacional, CEDA…) y la “parapolítica”, que incluiría tanto los medios de propaganda (con El Debate como periódico de referencia) como las organizaciones de apostolado (Federación de Padres de Familia, Estudiantes Católicos y Acción Católica) (López, 2009: 403). Su implicación en los distintos frentes le hizo ser una pieza clave en la evolución de los acontecimientos. En lo comunicativo, Herrera dirigió la principal cabecera de la Editorial Católica hasta 1933; en lo social, estuvo al frente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y, más tarde, presidió la Junta Central de Acción Católica; por último, en lo político, impulsó el partido Acción Nacional e influyó notablemente en la formación de la CEDA.

Desde su fundación en 1909, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNdeP) había sido presidida y modelada por Herrera. La organización, que acogió a católicos militantes, siempre mantuvo vinculada su actuación social con la protección de los intereses de la Iglesia y sus seguidores. Sus mensajes circulaban por dos vías. Por un lado, la asociación contaba desde 1924 con un boletín interno. Por otro, su comunicación con el resto de la sociedad era asumida por El Debate. Pero los esfuerzos de la organización no se limitarían a hacer de esta cabecera un instrumento mediante el que propagar sus discursos. La fundación en 1926 de la Escuela de Periodismo de El Debate, evidenció que, para los líderes religiosos, “el periodismo católico necesitaba hombres con conciencia clara de que, por encima de todo, tenían que propagar la necesidad de la defensa de la Iglesia católica y su credo” (Watanabe, 2003: 38):

“La ACNP ejerció una influencia profunda sobre la opinión pública, ya que eran 104 los miembros que trabajaban y colaboraban en la prensa publicada por las editoriales de periódicos relacionadas con El Debate. No podemos clasificarlos a todos como «periodistas», pero sí se puede decir que contribuyeron a crear una plataforma poderosa para fomentar el debate en los medios de comunicación desde perspectivas basadas en la ética católica” (Watanabe, 2003: 63).

En febrero de 1933, Herrera Oria también asumió la presidencia de la Acción Católica, desde donde trasladó los temas que habían ocupado a los propagandistas a un plano de masas. Ambas organizaciones serían clave en la reacción contra las leyes republicanas. Como ocurría con la ACN de P, también la AC priorizó la propaganda en su estrategia reaccionaria. De este modo, contó con “un número importante de publicaciones periódicas, que en total sumaba una significativa cifra de tirada” como ayuda clave para desarrollar su labor (Sánchez, 2005: 93) y organizó su oposición a la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas convocando Semanas Pro Ecclesia et Patria, que se celebraban en todas las diócesis y finalizaban con una manifestación religiosa y propagandística de masas de evidente carácter político (Montero, 2008: 32).

La Acción Católica no solo compartió protagonismo con la ACN de P. Otras organizaciones también combatieron junto a ella contra las medidas de los primeros ejecutivos republicanos. Es el caso, por ejemplo, de la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia, a la que algunos autores han denominado “ejército laico” o “ejército de la moralidad”, dado que se trató de una poderosa e influyente organización, “encargada de emprender una «cruzada» en defensa del monopolio eclesiástico de la enseñanza, la moralidad pública y el cine «bueno»” (López, 2009: 406) y que se mostró “continuamente celosa de los privilegios que tenía la Iglesia en materia de en­señanza, en torno a los cuales realizó una encarnizada defensa” (Ramírez, 1969: 224).

En un encuentro celebrado en 1932 en Madrid, la organización se marcó como fin la defensa de los derechos de los padres de familia en cuanto se refiere a la educación de sus hijos con “todos los medios a su alcance”, entre los que destaca la propaganda oral y escrita (Ostolaza, 2009: 340). Aunque contaba con un boletín mensual como órgano de expresión, esta organización encontró en la prensa católica una plataforma crucial para difundir sus protestas y reivindicaciones. Además, disponía de la revista Hogar que, según Ostolaza, contaba con una tirada de 2.500 ejemplares. La misma autora indica que, en 1935, la CCNPF había logrado editar más de 700.000 publicaciones entre folletos de propaganda, normas de actuación y carteles en colores (Ibíd.:341).

El notable protagonismo adquirido por estos actores colectivos durante el Primer Bienio republicano no puede comprenderse si no es conociendo hasta qué punto los diarios católicos favorecieron la difusión de sus discursos y llegaron a compartir sus metas. Esta prensa terminó siendo “bastante eficaz” en el hecho de que las organizaciones católicas comenzaran a ganar impulso y a tener cierta autonomía en la acción pública (Río, 2009: 103). Los periódicos habían establecido esta especial relación con sus conservadores lectores desde que la movilización de los religiosos se intensifi­cara a comienzos del siglo XX, momento en el que los católicos encontraron en determinadas cabeceras “espacios de comunicación y sociabilidad donde se reconocían, se daban mutuamente la razón y se procuraban sustento moral y espiritual y fuerzas para aguantar” (Cueva, 2005: 48). De hecho, la conexión existente entre la acción co­municativa y la acción de movilización social sería subrayada por el jesuita Ángel Ayala: “la prensa y la organización son dos armas modernas de una fuerza incalculable. Contrarias entre sí, no sabemos cuál vencería; unidas son arrolladoras” (1940: 329).

Es, pues, evidente que entre los diversos esfuerzos que llevó a cabo la Iglesia desde finales del siglo XIX para lograr una movilización suficientemente importante como para poder influir en un gran número de sectores sociales, destacó la creación de una prensa afín, agresiva, provocadora, maniquea y demasiadas veces virulenta (Sánchez, 2005: 95). Cruz recuerda que “se fundaron nuevos periódicos que, junto a los ya exis­tentes, difundieron el lenguaje político católico, anunciaron las convocatorias de las movilizaciones de carácter religioso y civil, conectaron redes de ámbito local, impulsaron la presencia de algunos dirigentes, a la vez que silenciaron la de otros, movili­zaron el voto católico en las campañas electorales, etc.” (2006: 59). Sus efectos, pues, fueron notables:

“Todos estos periódicos, en su conjunto, participarán en la puesta en marcha del movimiento católico. Entre las líneas de acción de este movimiento estará, sin lugar a dudas, la participación en la vida pública, por lo que todas estas cabeceras se decantarán por determinadas opciones políticas” (Río, 2009: 100).

Tanto las organizaciones como las cabeceras compartieron un mismo discurso. Ambas desplegaron el lenguaje de la persecución y de la cruzada (López, 2009: 391):

“Para subrayar el carácter persecutorio del régimen republicano de la coalición gober­nante y adoptar una posición victimista, los medios de comunicación involucrados no dudaron en exagerar sucesos […]. La persecución representaba un marco interpretativo adecuado de la realidad que animaba a diferentes grupos sociales a reunirse en torno a la defensa y recuperación de los derechos de los católicos” (Cruz, 2006: 52­53).

Con ayuda de esta estrategia persuasiva, las cabeceras conservadoras se empeñaron desde las elecciones de abril de 1931 en difundir una imagen de amenaza y en identificar a la República con la situación rusa, avivando el fantasma del comunismo desde sus páginas (Cruz, 1997: 292). La coalición de izquierdas pasó a ser “el enemigo que pretendía descristianizar España mediante la expulsión de Dios” a través de lo que fue llamado “la revolución” (Cruz, 2006: 54). De este modo, los portavoces de la derecha católica contemplaron el desarrollo de los acontecimientos que se sucedieron en España a partir de 1931 desde “una óptica globalizadora, deformada por el miedo” que fue radicalizando progresivamente sus posiciones y fomentando la representación polarizada de la realidad social (Montero, 1977: 112). Uno de los políticos conservadores más importantes del momento, Gil Robles, puso nombre a la tarea a la que debían sumarse todos los católicos: cruzada. El término sirvió “para definir la lucha contra la persecución y en defensa de la fe” (Cruz, 2006.: 55).

………………….

Josep Lluís Gómez Mompart y Adolfo Carratalá – Universitat de València

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Estudios sobre el Mensaje Periodístico Vol. 20, Núm. 1 (2014)

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