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El peligro del islam

Se ha vendido la idea de que las manifestaciones en Francia, con la presencia de casi todos los líderes europeos, algunos africanos y la notable ausencia de dirigentes árabes, han supuesto un rotundo rechazo al terrorismo islamista y un decidido apoyo a la libertad de expresión. Sin embargo, también se puede hacer otra lectura, desgraciadamente no tan optimista. Es cierto que en Europa la población no musulmana ha condenado el terrorismo, pero otra cosa ha sido la defensa de la libertad de expresión. Si se hubiera dado esta última con toda claridad, en las pancartas con la leyenda “Je suis Charlie” habría aparecido también la caricatura por la que murieron los periodistas. El mensaje que lanzó la mayoría en la manifestación de París se puede interpretar como: “condenamos los asesinatos de Charlie Hebdo pero no apoyamos la publicación de las viñetas”. En los medios periodísticos han aparecido comentarios en el sentido de: “no es aceptable lo que hicieron los terroristas pero tampoco están bien las provocaciones de la revista”. O incluso: “ellos se lo han buscado”. También han abundado las comparaciones con el cristianismo: “la Iglesia obraba de forma parecida en otros tiempos”. Comparaciones que hoy no tienen sentido, rebajamiento de la gravedad de la violencia islámica, intención de culpabilizar a los periodistas asesinados y, sobre todo, falta de una unánime y enérgica defensa de la libertad de expresión.

A mí me parece que a los periodistas de la publicación francesa los han asesinado dos veces, los dos musulmanes los mataron físicamente; los demás, los que no han defendido claramente la libertad de expresión por la que ellos perdieron la vida, los han matado moralmente. Porque es cierto que la acción terrorista ha sido condenada sin paliativos, al menos en Europa, pero, ¿se ha defendido igualmente la libertad de expresión? Si no ha sido así los asesinos han conseguido su objetivo: que funcione la autocensura, que nosotros mismos nos pongamos una mordaza antes de hacer cualquier crítica sobre la religión musulmana. Y esto es lo que ha aparecido en alguna prensa, especialmente en EE.UU. donde ha habido más cobardía y sumisión al islam.

Lo que más se ha visto estos días ha sido la preocupación por no ofender a los musulmanes, porque no surja islamofobia en Europa. ¿Por qué se rechaza la islamofobia y no lo que podríamos llamar cristianofobia? ¿Por qué se puede criticar sin miedo (y con toda razón) a la Iglesia y no al islam? ¿Por qué se confunde la islamofobia con la xenofobia? La islamofobia, si es odio a los musulmanes, es perfectamente condenable; pero si se trata de rechazo a la religión del islam y a los comportamientos inaceptables de sus seguidores es lícita y recomendable por todos los laicos y los defensores de las libertades, las nuestras y las de los propios islamistas, esclavizados por su religión como han estado los europeos durante siglos por el cristianismo.

Lo grave no es la supuesta islamofobia de Europa, donde los musulmanes tienen muchas más libertades que en sus países de origen, sino la reacción del mundo árabe. ¿Ha habido alguna manifestación en los países islámicos condenando los asesinatos de París? Ninguna. Incluso algunos de sus dirigentes han tenido la desfachatez de justificar el terrorismo musulmán por la islamofobia europea, en vez de reconocer que son los crímenes de los islamistas los que llevan a la islamofobia. ¿Por qué no dejan de decirnos que el islam es una religión de paz, lo que no concuerda con la realidad diaria, y se dedican los dirigentes políticos-religiosos musulmanes a acabar radicalmente con la lacra del terrorismo que hay en sus filas? ¿Por qué tienen que ir norteamericanos, ingleses y franceses a bombardear a los terroristas de Irak y Siria para salvar la vida de otros musulmanes inocentes? ¿Por qué no son tropas de todos los países árabes las que acaban con los locos sanguinarios de Irak, Siria, Yemen, Nigeria, Somalia, Libia y algunos lugares más? ¿Acaso los dirigentes políticos tienen miedo a una sublevación popular o que se pasen sus soldados a las filas de los radicales, como ha sucedido en Irak? Entonces que no nos digan que los yihadistas son solo una minoría, cuando, al parecer, con ellos están sentimentalmente la inmensa mayoría de los musulmanes.

En el año 2008 la Asamblea General de la ONU aprobó un texto que condenaba la “difamación de las religiones”. ¿Qué estados promocionaron este texto, que convierte en delito toda crítica a la religión y ahoga completamente la libertad de expresión? Desde luego no fueron los europeos, ni EEUU, ni Israel, ni siquiera el Vaticano. Fue una iniciativa de todos los países que forman la comunidad islámica, que pretenden extender al mundo entero su sistema religioso punitivo. Ya que, como es sabido, en todas las naciones musulmanas se castiga cualquier crítica a la religión, la blasfemia, la apostasía o la simple defensa del laicismo, con penas que oscilan desde años de cárcel, la flagelación (con centenares si no miles de latigazos) o incluso la ejecución en la plaza pública. Esto es así porque en el islam las normas de la sociedad civil están dictadas por la religión, islamismo y laicismo son términos contrapuestos. Donde impera el primero no puede existir el segundo. Por tanto, para cualquier musulmán lo que han hecho los hermanos Kouachi ha sido simplemente tomarse la justicia por su mano, poniendo en práctica lo que ordena su religión y las leyes aprobadas por sus gobiernos.

En Europa hay también leyes represoras de la libertad de expresión. En España tenemos el artículo 525 del C.P. que establece la multa de ocho a doce meses por “ofender los sentimientos religiosos”, pero todavía no se ha dado ningún caso de condena. Ni siquiera en la época del nacional-catolicismo fue nadie a la cárcel por este motivo. En Polonia, recientemente, por supuestas ofensas al papa Juan Pablo II ha sido condenado un periodista a cinco mil euros de multa. ¿Qué supone todo esto en comparación con lo que sucede en el mundo islámico?

¿Podemos tener esperanza en que algún día las sociedades islámicas evolucionen hacía el laicismo? Difícil lo tienen. El cristianismo, unido con el poder, ha practicado durante siglos la violencia. Pero eso ha sido por una corrupción del verdadero cristianismo, ya que este no fue violento en sus inicios, ni la violencia figura como norma en sus “libros sagrados”. Por ello ha conseguido adaptarse a los nuevos tiempos, sin tener que cambiar esos textos, y puede convivir en una sociedad laica. El islam, por el contrario, practica la violencia desde su fundación. Mahoma no solo fue un jefe religioso sino también político y militar. Como guerrero practicó los derramamientos de sangre habituales, y en el Corán, en diversos pasajes, queda bien claro como una obligación de todo musulmán el extender el islam por medio de la yihad o guerra santa a todo el mundo. Y no solo en el Corán, también en la Sunna (los dichos y hechos del Profeta) y la Sira (relatos de la vida de Mahoma). La yihad se practicó por los primeros califas y así han seguido a lo largo de los siglos. Por tanto, lo que ahora realizan los considerados islamistas radicales no es más que continuar con la práctica de sus antepasados y lo que dictan sus “libros sagrados”. Así cada día se van sumando más musulmanes a la llamada de su fe, ante la pasividad de los demás que se limitan a decir que el islam es una religión de paz, pero no hacen nada para combatir a los que supuestamente consideran malos musulmanes. Y el problema está en que, aunque difieran en los métodos, están de acuerdo con ellos en los fines. Por tanto, la diferencia entre unos musulmanes y otros parece más bien relativa. Tendrían que modificar diversos pasajes de sus “libros sagrados” y esto es muy difícil que lo hagan. Esa es la diferencia entre el cristianismo, que ha permitido la evolución de Europa hacia una sociedad libre, y el islam, que difícilmente va a consentir la evolución hacia las libertades que nosotros disfrutamos.

El laicismo lleva tiempo luchando contra la intolerancia y los privilegios de la religión cristiana. La batalla no está ganada pero hemos conseguido triunfos parciales bastante notables. Sin embargo, ahora está apareciendo el islamismo, como un nuevo contingente de refuerzo, que reclama los mismos privilegios del cristianismo, pero con mucha más intolerancia, fanatismo y negación de las libertades. El laicismo no puede perder de vista a la Iglesia, pero menos aún mirar para otro lado y no ver lo que nos viene encima con el islam. Si en el siglo pasado el gran peligro para las libertades lo representaron el comunismo y el fascismo-nazismo, en esta centuria el mayor riesgo para un mundo en paz, libre y laico lo tendremos en el islam, en su doctrina y en sus seguidores.

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