Si Benedicto XVI es bueno para los intransigentes, no puede serlo para los tolerantes
"Al tiempo le pido tiempo", dice el poema. Y debe ser éste el poema que no invocó el cardenal Rouco el día en que los insondables caminos del Señor le dejaron sin el terrenal mandato de la Conferencia Episcopal. Llegaba el obispo Blázquez, y su éxito imprevisto parecía el fracaso del estilo anterior, tosco y antipático en las formas y fundamentalista en el fondo. La conferencia, acorde con los tiempos, iniciaba el camino del talante. Pero el Habemus papam que ha llevado a Ratzinger al papado parece retrotraernos al estilo Rouco hasta el punto de que, con Benedicto XVI, estoy convencida de que Blázquez no sería el presidente actual.
Por unas semanas, pues, la gran familia de la COPE no ha conseguido ese doblete de éxtasis que tantas heridas de guerra zapateril les hubiera curado. Y me refiero a la COPE porque es el referente del pensamiento ultramontano español, tanto que no sólo define dicho pensamiento sino que lo crea.
Pues bien, el día de Blázquez la COPE parecía un funeral. El martes, en cambio, era tanta la alegría que derrochaban sus micrófonos que no resulta osado afirmar que Ratzinger era el papa que la COPE soñaba. A partir de este derroche de alegría, el silogismo es simple: si este Papa es bueno para los sectores más intransigentes, no puede serlo para los tolerantes.
Ya sé que no es lícito atacar al Papa por lo que ha dicho y hecho el cardenal, aunque ambos dos sean la misma persona. "Demos 100 días", pide incluso el disidente Küng. Pero los síntomas son alarmantes. ¿Se nos ha ocurrido pensar qué tipo de decisiones hubiera tomado Ratzinger si su cargo lo hubiera ostentado hace algunos siglos? Inmovilismo en todos los aspectos que confrontan ciencia con fe, y, por supuesto, oposición fundamentalista a la emancipación de la mujer, los homosexuales, el divorcio, preservativo, etcétera.
Ya sé que no es lícito atacar al Papa por lo que ha dicho y hecho el cardenal, aunque ambos dos sean la misma persona. "Demos 100 días", pide incluso el disidente Küng. Pero los síntomas son alarmantes. ¿Se nos ha ocurrido pensar qué tipo de decisiones hubiera tomado Ratzinger si su cargo lo hubiera ostentado hace algunos siglos? Inmovilismo en todos los aspectos que confrontan ciencia con fe, y, por supuesto, oposición fundamentalista a la emancipación de la mujer, los homosexuales, el divorcio, preservativo, etcétera.
Desde cualquier punto de vista, Ratzinger ha sido el brazo ejecutor y el ideólogo de la Iglesia más intransigente. Su elección denota una enorme debilidad de la jerarquía católica, tan asustada por los retos que la sociedad moderna le plantea, y tan incapaz de resolverlos, que necesita enrocarse, en posición de defensa, en la torre del castillo. Sin duda, Ratzinger ha sido la opción del miedo. ¿El miedo de los católicos ante los retos sociales? Estrictamente, el miedo de una gerontocracia eclesial equiparable a los mejores momentos del PCUS.
No es la Iglesia como comunidad la que teme enfrentarse al divorcio o a la mujer. Es la nomenklatura púrpura, toda ella proveniente de la monarquía absolutista que la puso en el cargo, e incapaz de dar salida a sus hondos prejuicios
En coherencia con lo que Ratzinger significa, en las tierras hispanas cabalgan felices los de la COPE y todo el coro del pensamiento irredento. Huérfanos de los felices tiempos de la pareja Aznar-Rouco, cuando el poder terrenal y el espiritual se sellaban en un mismo destino en lo universal, Ratzinger les retorna la esperanza. Los tiempos del fundamentalismo parece que vuelven y los que tenían vocación de martillear herejes, tienen una nueva oportunidad.
La COPE tiene Papa. La pregunta es si tienen Papa el resto de católicos del mundo.