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El neosultanismo se instala en Turquía

El islamismo es la idea de fondo, que inspira los sucesivos recortes sobre la sociedad laica, en todos los órdenes, desde la enseñanza a la subordinación de la mujer en los términos tradicionales (veamos el filme Mustang), o la recuperación islámica de iglesias cristianas.

El cese, disfrazado de dimisión, del primer ministro Ahmet Davotoglu marca un punto de inflexión definitivo en la evolución del régimen turco hacia una rigurosa autocracia. Davotoglu había sido consejero de Erdogan, su hombre de confianza, antes de ser designado por él ministro de Asuntos Exteriores, y luego presidente del gobierno. Trató de conjugar su lealtad plena a Erdogan con un mínimo respeto a la autonomía del cargo que le garantizaba la Constitución, e intentó que la reforma de la ley fundamental fuese establecida por consenso. Al ver como le eran negadas sus competencias, dimite dignamente. Erdogan no necesita ya consejeros, ni compañeros de viaje como el expresidente Abdulá Gühl. El 22 de mayo, una convención extraordinaria del partido de gobierno, el AKP, ratificará el pleno poder personal del presidente.

Tres sucesos recientes, de muy diversa índole y en apariencia alejados entre sí, anticipaban los riesgos que hoy afronta la democracia en Turquía. Solo resulta claro que el callejón sin salida a que se dirige la política turca tiene una causa principal: la resuelta intención expresada por el hoy presidente, Tayyip Erdogan, de ejercer un poder absoluto, no limitado por la división de poderes ni por las críticas de una prensa libre. Visto desde el exterior, el intento carece de sentido. Aunque la Constitución turca fija límites a la actuación presidencial, desde el día de su elección Erdogan los ha ignorado pura y simplemente, reduciendo al primer ministro Davotoglu a una subordinación ilimitada. Erdogan aspira a más, reforzando las facultades de su cargo, bien mediante una reforma constitucional parlamentaria, para lo cual le faltan algunos votos, bien mediante un referéndum que se convocaría en noviembre, según los rumores que circulan.

El primer suceso a añadir, y el de mayor peso político sin duda, fue el juicio por el Alto Tribunal contra dos periodistas de relieve, el redactor jefe y el corresponsal en Ankara del diario laico Çumhuriyet, acusados de publicar en 2014 una información que probaba el envío por Turquía de armas a los islamistas radicales en Siria. El presunto delito de espionaje les puede acarrear sendas cadenas perpetuas, después de meses de detención preventiva. Erdogan se constituye en parte civil de acusación, y censura la puesta en libertad provisional de los acusados, así como la asistencia al juicio de diplomáticos, entre ellos el embajador de Alemania. Ni siquiera una leve alusión de Obama quedó sin respuesta. Erdogan es alérgico a la división de poderes y se revuelve toda crítica.

El segundo suceso, menos comentado, fue el discurso pronunciado por Erdogan en la Escuela mililitar, en vísperas del viaje a Washington. Exaltó al Ejército, bajo el lema de “una nación, una bandera, un Estado”, tanto para reforzar la moral ante el terrorismo kurdo, tragedia que le favorece, como para presentarse en calidad de cabeza indiscutible del mando, Comandante Supremo ejecutivo. Un Jefe en todos los órdenes de la vida turca. Algunos han comentado con ironía su pretensión de ser un nuevo Atatürk islamista, jugando con el famoso fotomontaje hiperbólico de Dimitrov y Göring, y también con rumores de malestar en los cuarteles. De paso nuestro fiel aliado de la OTAN aprovechó para condenar “la hipocresía de Occidente” sobre el terrorismo. Islamismo obliga.

El tercero fue su declaración de estar con Azerbeiyan “hasta el final” tras el ataque azerí en la línea de alto el fuego con Nagorno-Karabaj, la República-enclave donde los armenios mayoritarios proclamaron su independencia. Fiel a su política discriminatoria, Turquía cerró en 1993 la frontera con Armenia. Ahora la tajante declaración de ir “hasta el final” con Bakú avala el ataque. Una intervención indirecta. La sempiterna inquina contra Armenia no cesa.

Con Erdogan estamos en las antípodas de Atatürk, lo cual no excluye su intención de reemplazarle como Padre de la Patria. El islamismo es la idea de fondo, que inspira los sucesivos recortes sobre la sociedad laica, en todos los órdenes, desde la enseñanza a la subordinación de la mujer en los términos tradicionales (veamos el filme Mustang), o la recuperación islámica de iglesias cristianas. Sus declaraciones en torno al Día de la Mujer fueron antológicas: igualdad, no, “la esencia de la mujer es ser madre”. Es un islamismo ajustable con un nacionalismo erdoganiano, inspirado en Ziya Gökalp, ideólogo de los Jóvenes Turcos del 900, y con el sueño de la grandeza otomana, que él, Erdogan, en su condición de Jefe Supremo del país -¿nuevo Sultán?- vendría a encarnar. Tal es el personaje a quien, atenazados por sus intereses inmediatos, Estados Unidos y Europa refuerzan en su vuelo a la autocracia.

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