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El neandertal nos diría que Dios no existe

El nuevo libro de Carles Lalueza-Fox, uno de los padres del genoma neandertal, plantea un presente acompañados por esta especie humana extinguida hace 30.000 años y destapa las hilarantes peripecias de los científicos para recuperar su ADN

“Pero ¿qué hubiera pasado si los neandertales, la especie humana más parecida a la nuestra que jamás haya existido, hubieran llegado hasta nuestros días? Podría haber ocurrido. No estaban predestinados a la extinción”. Esta es la primera pregunta que lanza uno de los padres del genoma neandertal, Carles Lalueza-Fox, en su libro Palabras en el tiempo (editorial Crítica), un por momentos hilarante afrodisiaco para el cerebro.

La respuesta golpea al lector tan sólo un par de líneas más abajo: “Entonces, nuestra historia, nuestra filosofía, nuestra cosmogonía, tal como hoy las conocemos, habrían sido sin duda completamente diferentes, porque ya no estaríamos solos, ya no seríamos tan excepcionales. Habríamos tenido un modelo mucho más parecido a nosotros que el chimpancé. Quizás no hubiéramos necesitado inventar dioses para explicarnos a nosotros mismos. Quizás incluso podríamos haber hablado y razonado con ellos. Quizás no los habríamos encerrado en jaulas, y les hubiéramos concedido derechos humanos y habrían podido votar en las elecciones”.

Lalueza-Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF) de Barcelona, consigue con un relato vibrante resucitar a los neandertales en su nuevo libro, que cuenta la batalla para recuperar el genoma de esta especie extinguida hace unos 30.000 años en sus últimos reductos de Gibraltar. El volumen mezcla filosofía y genética con episodios descacharrantes que parecen monólogos de El Club de la Comedia.

El investigador, especialista en ADN antiguo, recuerda cómo en 2008 los editores de National Geographic contactaron con los responsables de la cueva de El Sidrón, en Asturias, para llevar a cabo una reconstrucción de una mujer neandertal basándose en su ADN. En El Sidrón se han recuperado los restos fósiles de 12 neandertales, posiblemente de una misma familia, que fueron descuartizados y devorados por caníbales. Alguien reventó sus cráneos para comerse su cerebro y marcas de corte en sus mandíbulas sugieren que también arrancaron sus lenguas.

Estos restos asturianos han sido y son imprescindibles para estudiar la especie. Gracias al análisis de su ADN, Lalueza-Fox descubrió que algunos neandertales eran pelirrojos, así que National Geographic creó una hembra neandertal pelirroja y gigantesca (necesitaban 4.000 calorías al día, casi el doble que las mujeres actuales), bautizada Wilma en homenaje al personaje de Los Picapiedra.

Los editores de la revista estadounidense creyeron que sería una buena idea retratar a Wilma en su entorno natural, en El Sidrón, una cueva situada en el pequeño concejo de Piloña, una zona de monte y vacas con pocos habitantes. “Resultó que esta especie de Golem neandertal pesaba cerca de 270 kilogramos de peso y que donde no llegaba el jeep había que acarrearlo entre cuatro personas, como si fuera una procesión de Semana Santa”, recuerda Lalueza-Fox. Sólo que en este caso lo que se llevaba en procesión, ante la atónita mirada de los paisanos de las aldeas, no era una virgen, sino una enorme mujer neandertal en pelota picada.

En otra ocasión, el investigador cuenta cómo ayudó a encontrar una zona de acampada neandertal cerca de la cueva de El Sidrón al encontrar una herramienta de sílex “mientras buscaba en el bosque un árbol discreto contra el que realizar cierta actividad fisiológica”.

Triunfales marchas bolcheviques

En Palabras en el tiempo, Lalueza-Fox desnuda el insospechado trasfondo humano que hay detrás de los grandes logros científicos. Por ejemplo, recuerda su trabajo con uno de sus colegas, Holger Rompler, para averiguar si los neandertales eran pelirrojos. Rompler, de la Universidad de Leipzig (Alemania), resucitó una proteína neandertal y, durante varias semanas, mantuvo células vivas con esta proteína para ver su función. El problema es que las células en cultivo no sobreviven más de tres horas sin cuidados. “Para mantenerse despierto en el laboratorio, el bueno de Holger recurrió a la estratagema de oír incansablemente un CD de triunfales marchas militares bolcheviques”, rememora Lalueza-Fox. Semanas después de haber terminado su trabajo, Rompler seguía escuchando el coro del Ejército Rojo dentro de su cabeza. Finalmente, decidió abandonar la ciencia.

Lalueza-Fox también hace un retrato entrañable y divertido de sus admirados colegas de búsqueda del genoma neandertal, empezando por el padre supremo del proyecto, “un tipo larguirucho y un poco desgarbado llamado Svante Pääbo”. Su padre, detalla el libro, era el bioquímico sueco Sune Bergström, ganador del premio Nobel de Medicina en 1982. Bergström era un hombre casado, pero en 1954 tuvo una aventura con la madre de Svante, una bioquímica refugiada procedente de Estonia que trabajaba con él en su laboratorio. Lalueza-Fox cuenta cómo algunos sábados Pääbo, hijo secreto, se escapaba para pasear con su padre por lugares solitarios para que nadie los viera.

Pero no todo era tristeza para el genio científico que coordinó el proyecto del genoma neandertal. “Svante […] ha tenido varios novios y novias a lo largo de su vida”, señala el libro. Quizá esa mente abierta de Pääbo, director de genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, le sirviera para hacer una declaración que dio la vuelta al mundo en 2009 y replanteó el significado del concepto humanidad: “Yo sí creo que los humanos modernos y los neandertales tuvieron sexo”.

El autor de Palabras en el tiempo también aprovecha el libro para disparar algunas hipótesis muy atrevidas, como que los neandertales pudieron surgir en la península Ibérica o que las relaciones sexuales entre especies humanas diferentes no se reducirían a las que tuvimos con los neandertales, sino que se remontarían a la época del Homo antecessor de Atapuerca, hace más de un millón de años. “Este es el modelo que empieza a perfilarse: hemos salido de África una y otra vez, y nos hemos hibridado una y otra vez”, resume.

Una noche de 2007, tras una visita a la cueva de El Sidrón, Lalueza-Fox miró al cielo y contempló las mismas estrellas y la misma Luna que los neandertales vieron cuando estaban vivos. “Estoy convencido de que ellos, como yo, podían comunicarse, y si podían comunicarse debían de tener conciencia de la inmensidad del universo, del paso del tiempo y de la fragilidad de la existencia humana. Debían preguntarse, también como yo, ¿cuántas lunas llenas más?, ¿cuántas primaveras? ¿Cuánto me queda”.

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