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El laicismo que queremos

El laicismo no se “normatiza”, no se impone, está implícito en la Constitución cuando declara la aconfesionalidad del Estado

Ello en sí, implica la exclusión de toda manifestación religiosa fuera de los lugares públicos, por lo que estas manifestaciones tienen de proselitismo. Son incongruentes con la libertad de conciencia del individuo en cuanto son expresión exterior de un dogma, incompatible con la razón.

Al mismo tiempo toda esta exteriorización de la religiosidad, fuera de los límites de la propia confesión religiosa, establece diferencias entre los individuos que profundiza en las propias diferencias humanas y contribuye a una desintegración social.

Por ello el Estado, y todas sus instituciones, ya sean municipales, provinciales, comunitarias o nacionales, deben excluirse de su participación como tal en estas expresiones visibles de religiosidad; no así sus representantes, como individuos, que naturalmente pueden participar en ellas a título personal.

No debe haber funerales de Estado, no debe haber ningún signo religioso en los actos civiles, no se deben hacer calendarios laborales conmemorando fiestas religiosas, y, menos aún, cuando sean dogmas de fe. Se deben eliminar de los cementerios los signos religiosos de la índole que sean, que no se nominalicen las calles con expresiones religiosos, aunque sí de personas que, aunque religiosas, sean la expresión de un compendio de virtudes civiles que sirvan de ejemplo de vida para los ciudadanos. Eliminemos ya la enseñanza religiosa del ámbito escolar, al mismo tiempo, que en honor a la libertad de conciencia, no debería haber enseñanza privada de confesiones religiosas.

Todo esto ya estaba implícito en la Constitución del 78, por lo que el Gobierno no debe de hacer nada más su aplicación.

La jerarquía religiosa debe reflexionar sobre la necesidad de hacer de la privacidad una necesaria virtud religios.

Y dijo Jesús en el sermón de la montaña: “Cuando oréis, predicó Cristo en el sermón de la montaña, no seáis como los hipócritas que gustan de orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos de los hombres; en verdad, os digo, recibieron su recompensa. Mas cuando tú hubieras de orar, entra en tu cuarto y, cerrada tu puerta, ora a tu padre en oculto, y tu padre, que ve lo oculto, te recompensará. Y cuando oréis, no habléis mucho, como hacen los paganos, porque piensan que hablando mucho son oídos.”

Antonio Sánchez Marín

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