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El Laicismo en la Historia Política de México

El laicismo no ha sido en la historia, si no un motor para el desarrollo de las comunidades políticas

Al Prof. Artemio Ultreras Cabral con la confianza de que habrá de transformar al municipio de Jerez.

El pensamiento moderno, en México, atinó a precisar una de las bases que más progreso a significado en materia de política y derechos humanos. Sobre todo el siglo XIX, el laicismo no ha sido en la historia, si no un motor para el desarrollo de las comunidades políticas, cuando menos un factor fundamental para que la discusión y las teorías políticas se desenvuelvan sobre terrenos mucho más sólidos no sólo desde un punto de vista ético, sino también programático.

El significado del laicismo se traduce no sólo en la autonomía a la que hace referencia Abbagnano en su Diccionario sobre la Filosofía Política, sino fundamentalmente en una actitud de respeto a la diversidad, consistente en la observancia del derecho de cada individuo de profesar el credo religioso que mejor le parezca, o a no profesar ninguno. Esta ha sido la materia propia del laicismo, cuyo rol en el debate contemporáneo sobre los derechos fundamentales tiene todavía mucho más que ofrecer en el combate a los fanatismos y fundamentalismos religiosos, que en años recientes se han colocado en el centro de la atención de la humanidad.

En el caso del Estado laico, el no establecer una religión como oficial permite que todas las creencias y cultos religiosos puedan desenvolverse en igualdad de condiciones sin que ninguna norma o actitud política tienda a favorecer a ninguna de ellas y con independencia de la libertad de que disponen los gobernantes para profesar la religión que prefieran. El respeto a la diversidad que supone la idea del laicismo fortalece la idea primaria que informa a este principio, a saber, la existencia de ámbitos separados del acontecer humano mutuamente independientes. Los procesos históricos que han permitido llevar adelante esta separación no han sido fáciles en muchos casos, como el de México, en donde además intervinieron una serie de factores adicionales; de ellos, quizás el más importante fue la voluntad, manifiesta en muchos políticos liberales, de contrarrestar la excesiva acumulación de riquezas en manos de la Iglesia Católica, lo cual frenaba las necesidades de progreso económico del país y le impedía a éste contar con los recursos suficientes para sufragar una serie de gastos monumentales, como los surgidos por la guerra de independencia y, posteriormente, los que fueron necesarios para contener las intervenciones desde el extranjero.

En México, una vez consumada la Independencia y superado el trance imperial iturbidista, la República inició un largo y tortuoso proceso de definición política e institucional que tuvo lugar en medio de una situación económica precaria y una división irreconciliable entre los bandos liberal y conservador.

Desde los primeros momentos de ese proceso histórico, las referencias a la cuestión religiosa tocaban un punto específico: la cantidad de bienes que poseía el clero, en su mayoría improductivos, pero que representaban ante todo una afrenta a las precarias condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos. Fue Valentín Gómez Farías el primero en tratar de revertir esa insostenible situación, y procuró en reiteradas ocasiones que el Estado no se hiciera de esas riquezas, tanto para superar las debilidades de una economía nacional débil, como para enfrentar gastos de emergencia de gran volumen. Los intentos de Gómez Farías fracasaría una y otra vez, a consecuencia de las intervenciones de Antonio López de Santa Anna. Las ideas de Gómez Farías, posiblemente adelantadas para su tiempo, chocaban contra un muro inexorable ya que la Iglesia se había consolidado durante la colonia como un factor de poder de enorme peso en el acontecer político de México y estaba protegida por un sector de gran influencia política como era el sector conservador. No obstante ello, del interior de la Iglesia surgieron personajes que contribuyeron mucho a la difusión en el país de ideas progresistas, como Don Miguel Hidalgo, José María Morelos y Fray Servando Teresa de Mier.

Fray Servando fue el prototipo del religioso que asume una actitud política de laicismo. Incluso es posible que muchas de sus ideas económicas, que eran liberales y antimonopólicas, tengan alguna relación con el pensamiento de quienes propusieron la desamortización de bienes eclesiásticos, como Valentín Gómez Farías. Este último llegó a la vicepresidencia 1833, con Santa Anna como Presidente y con un Congreso dominado por radicales, en el cual se aprobaron varias medidas que afectaban los intereses del clero, entre los que destacaban su eliminación de la educación superior, la supresión de la coacción civil para exigir el pago del diezmo y la ocupación de bienes eclesiásticos. Todo ello generó una importante reacción, pero la posición del Congreso se mantuvo firme.

"El descontento popular empezaba a expresarse, pero el Congreso, a principios de abril, ordenó a Gómez Farías implementar el decreto del 19 de diciembre y desterrar a los obispos que lo resistieran. Cuando la mayoría se dispuso a partir, el de Puebla se escondió, estalló el descontento popular, que veía "señales divinas" contra las reformas en la aurora boreal, los temblores y la terrible epidemia del cólera que diezmaba a la población.

Santa Anna decidió hacerse cargo del Ejecutivo y el 24 de abril se presentó en la capital. Farías había perdido el apoyo de los federalistas moderados. Don Antonio procedió a suspender los decretos anticlericales, excepto el que afectaba el pago de diezmos, tan benéfico para los hacendados".

Valentín Gómez Farías terminaría siendo la victima del revuelo generado por estas primeras medidas, y desaparecería de la escena política por algún tiempo. En 1847 volvió a ocupar la vicepresidencia, también con Santa Anna como presidente, y otra vez quedó a cargo del Poder Ejecutivo, desde donde nuevamente se intentó afectar el patrimonio eclesiástico. El resultado fue el mismo que el de la década anterior. (Continuará)

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