“Inofensiva”. Así califica Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, 1980) la obra que ha publicado en la editorial Akal, Iglesia S.A., donde desgrana todo el entramado económico y empresarial que hay detrás de la institución católica. Cuesta creerlo. Pese a haber contado con la colaboración incluso de la Conferencia Episcopal, este periodista, nacido en la localidad de la serranía malagueña pero criado en Jerez, sostiene que su obra no carga contra la Iglesia ni sus fieles, sino que estudia una realidad desconocida para la mayor parte de la gente.
“Habitualmente no reparamos en ella, pero la Iglesia tiene una cara vinculada a la empresa”, sostiene, haciendo hincapié en las “necesidades económicas” que tiene la institución más antigua de Occidente. En las páginas de Iglesia S.A. —el título ya de por sí es una declaración de intenciones—, el periodista de Infolibre, habla de la historia de la Santa Sede, de la institución católica, de su relación con el Estado —español—, de sus más, de sus menos y de su presente y su futuro, que pese a los tiempos, no parece correr peligro. “La presencia política, diplomática, financiera, educativa y económica de la Iglesia está todavía a un nivel que no se corresponde con su importancia religiosa”, reconoce Munárriz, que es todo un especialista en temas eclesiásticos en la cabecera de Jesús Maraña, y que cuenta con una amplia trayectora, desde El Correo de Andalucía a Público pasando por El Mundo.
¿De dónde procede la idea de escribir un libro sobre el entramado económico y empresarial de la Iglesia Católica? ¿Cómo definiría Iglesia 2.0?
Es una aproximación a la dimensión económica de la Iglesia, que es probablemente la más desconocida, ya que tiene una función religiosa que todo el mundo conoce, una función caritativa que también se conoce o, por supuesto, una política. En el libro hablamos de los ingresos de la Iglesia, de sus exenciones fiscales, sus empresas, su relación con el Estado, sus colegios, universidades y hasta sus alquileres. Un fenómeno que pasa desapercibido a la mayor parte de la gente porque en principio resulta contraintuitivo que la Iglesia se ande con dinero. Cuando pensamos en la Iglesia, se nos viene a la cabeza otras cosas que no es la dimensión empresarial. En cambio, la tiene, es muy importante, es muy desconocida y está en buena medida sustentada con fondos públicos, algo que tiene doble interés.
¿Es la Iglesia un negocio?
La Iglesia no es exactamente un negocio, más que rica es cara. Tiene unas necesidades económicas muy elevadas, necesita mucho dinero para abrir y cerrar cada día, para pagar sus recursos, mantener su patrimonio y cumplir con sus obligaciones, por lo que necesita muchos ingresos, pero no tiene la capacidad de generarlos por sí misma. En parte, porque los fieles no tienen una prolongada tradición de pago. El fiel español ha sido poco de rascarse el bolsillo para pagar su Iglesia, siempre ha preferido que la pague el Estado, y el Estado ha acudido presto a pagarla siempre. Es por eso que la Iglesia está mal acostumbrada al dinero público.
Sin embargo, el Estado somos todos…
El Estado somos todos. Pero en el caso de la Iglesia, que es una confesión particular, el Estado siempre ha entendido que se tiene que encargar de parte de su sustento. Esto viene de una cuestión de siglos, no es una cosa de ahora; es una relación de entrañamiento Iglesia-Estado de la que se puede hablar en el siglo XVIII, y que se va renovando y adaptándose a las sucesivas formas de gobierno en España. Fue interrumpida abruptamente en la República, y tomada con todos los privilegios corregidos en el Franquismo, traduciéndose al lenguaje democrático en la Transición con los acuerdos entre la Iglesia y el Estado entre 1976 y 1979. Hoy tenemos una relación democrática entre el Estado y la Iglesi, pero con ciertos visos de privilegio y de vulneración del principio de confesionalidad del estado.
En España nunca ha prosperado aquella eterna cuestión de desvincular la Iglesia del Estado. En su obra habla de las desamortizaciones, de la II República…
El caso de la República para la Iglesia supone un desafío total, una amenaza existencial. Primero porque la Constitución republicana cuestiona de raíz los privilegios de la Iglesia en España y consagra el papel del Estado como primer educador de la sociedad, algo que aparta a la Iglesia de sus posiciones de poder más fundamentales. Esa circunstancia hace que se sume a la coalición de fuerzas e intereses que va minando y socavando la República hasta que se la terminan cargando. ¿Por qué no han funcionado nunca los intentos de convertir a España en un Estado totalmente emancipado del influjo eclesiástico? Porque la Iglesia tiene muy buena relación con los grandes poderes históricos.
¿Considera que el nacionalcatolicismo fue un antes y un después o simplemente una continuidad con el estadio anterior a la II República?
En 1953, con el Concordato, tuvo lugar la recuperación de la relación íntima y consustancial entre el Estado y la Iglesia. Y eso más que un paso adelante fue cinco pasos hacia atrás. Ahí nos salimos de Europa en lo que respecta a las relaciones de los estados con sus iglesias y nos vamos al Medievo. El planteamiento de relaciones Iglesia-Estado del Franquismo es medieval, y la ideología básica del franquismo fue la ideología nacionalcatólica. El Estado franquista no fue fascista porque ni siquiera tenía los elementos de modernidad ni siquiera necesarios para llegar a ser fascista. Era totalmente medieval en su planteamiento ideológico-político y la Iglesia le dio sustento, cobertura y prestigio internacional ya que vendió a España como Estado católico. Al mismo tiempo, le dio también una suerte de absolución por sus pecados, pecados graves cometidos durante el periodo republicano y la primera represión.
Titula al libro como Iglesia S.A. pero más bien parece que la Iglesia es una sociedad limitada, también con nombres y apellidos…
Bueno, claro… tiene un punto de titular (sonríe). Es cierto que la Iglesia no es una sociedad anónima pero sí que ofrece esa cara de la Iglesia vinculada a la empresa, a los ingresos y al dinero que habitualmente no reparamos en ella.
Siempre que se habla del Concordato con la Santa Sede o de otros temas escabrosos como las exenciones fiscales o las inmatriculaciones llevadas a cabo por la Iglesia, es como si una voz clamara en el desierto. ¿Por qué no este debate no trasciende más allá del plano político y más concretamente el de la izquierda política? ¿Ve normal que en un Estado supuestamente aconfesional no se hable de esto?
No se si tiene tanto que ver con la aconfesionalidad como con el desequilibrio legal establecido ya durante el periódico democrático. Ha habido un vericueto legal por el que se ha colado hasta la cocina las diócesis para inscribir, por primera vez, bienes de titularidad dudosa de una forma que, por la discreción excesiva y porla poca transparencia, desvela un punto de mala conciencia. A mí me parece que las inmatriculaciones son un asunto no aclarado y no bien resuelto del que me ocupo en el libro. Para que el lector se haga una idea hay un capítulo dedicado a las exenciones fiscales, por qué no paga IBI la Iglesia, uno sobre cómo funciona la declaración de la casilla de la renta y otro en torno a cómo alquilan los bienes, su patrimonio o los colegios concertados. Son muchas dimensiones de la actividad económica de la Iglesia, y la explotación de templos es una de esas. Me pregunto qué tipo de contabilidad tiene, por ejemplo, la Iglesia por las entradas de los templos que además de ser historia, cultura y arte son un activo turístico, en el que opera la Iglesia y que es probablemente el más lucrativo en la actualidad en España. La Iglesia ahí es un actor que opera con grandes activos pero con un mínimo impacto fiscal para las arcas públicas. No parece razonable.
Hace tan sólo unos días el Ayuntamiento de Jerez ha embargado las cuentas de una Hermandad jerezana por unas reformas en una iglesia de la ciudad. Esta cofradía ha reclamado que la licencia está exenta al ser un Bien de Interés Cultural aunque en ningún momento dijeron que por ser de culto. En la mayor parte de las ocasiones, ignoramos incluso este tipo de polémicas. ¿Están claros los límites de las exenciones fiscales de la Iglesia en los lugares de fe y en otros locales de dudoso uso?
Hay una parte del patrimonio de la Iglesia que es obvio que está exenta mientras no se cambie la ley: los bienes que tienen un uso religioso, caritativo, social o que estén relacionados con los fines propios de la Iglesia. Y clar, me parece más cuestionable que esté exento de IBI un local que la Iglesia tiene alquilado a un tercero y ese tercero tiene montado un negocio que compite con ventaja…
Al no pagar IBI…
Al no pagar IBI, con otro negocio que compite a su lado y que sí lo paga.
¿Realmente conocemos qué bienes posee la Iglesia? ¿Hay capacidad para ello?
Hay un esfuerzo, fundamentalmente de laicistas y partidos políticos de la oposición, de hacerse con un listado de los bienes exentos. Es un trabajo de chinos llegar a discriminar bien todos los bienes exentos y sus titulares. Además, esto viene de una herencia antiquísima de cultura de exención generalizada de la Iglesia. Por lo cual, incluso los ayuntamientos de izquierdas que han hecho tímidos intentos se han ido de vacío. Después del mandato de Ribó en Valencia, o de Carmena en Madrid, los alcaldes descubren que no tienen las herramientas legales para cobrar el IBI en casi ningún caso a la Iglesia.
Siempre se habla del Reino de España como paradigma pero, ¿realmente tiene nuestro país una relación más cercana y cómplice con la Iglesia y el Vaticano que otros Estados europeos?
En todos sitios cuecen habas. Siempre pensamos que no pero España es un país enormemente secularizado. Los indicadores de secularización son de los más altos del mundo, y somos un país que camina hacia una sociedad completamente secularizada con exenciones, que las habrá. El tiempo además corre en contra de la Iglesia porque los jóvenes viven de espaldas a ella pero en cambio la presencia política, diplomática, financiera, educativa y económica de la Iglesia está todavía a un nivel que no se corresponde con su importancia religiosa. Es decir, la posición religiosa es la que está retorciendo a la Iglesia, en las demás aguanta bien sus posiciones. Porque la Iglesia es una institución bien posicionada políticamente.
Y socialmente, por ejemplo en Andalucía a través del folclore popular…
Y socialmente también. Lo estoy comprobando en directo porque siendo mi libro respetuoso con la fe, los creyentes y con la propia institución, es un libro incisivo que habla con un marchamo de sacralidad que a mucha gente le desagrada el simple hecho de que haya sido escrito. Gente no necesariamente religiosa que considera a la Iglesia algo culturamente propio, es un significado que va más allá de lo religioso. Y por ahí la Iglesia mantiene mucha influencia, por lo cultural, no tanto por lo religioso. Por ejemplo, cuando Vox invoca todos estos valores tradicionales, su público no son solamente los más recaltricantes en el plano religioso sino gente que entiende que con la Iglesia no hay que meterse. Pero la Iglesia, en la medida en la que se alimenta de dinero público y desempeña un panel político en la sociedad, es tan criticable como la banca o cualquier otra institución. En cambio, me encuentro con gente que considera inadecuado hablar de los asuntos de la Iglesia.